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El fuego de San Telmo

Si seguimos empeñados en leer la realidad nacional desde nuestros intereses y sentires, nunca entenderemos el fuego que ya arde

Escuchar gente es parte clave de mi trabajo. Y aunque escuchar gente hace que otra gente crea que uno siempre está de acuerdo con la gente que escucha, nunca hay que dejar de escuchar gente. Un trabalenguas que hace parte de la vida profesional de todo periodista. Reconociendo, eso sí, que a veces el ego del periodista dificulta, sobre todo en el ejercicio de las entrevistas radiales, escuchar. Si las preguntas comienzan a pesar más que las respuestas, es cuando el fuego de San Telmo, convertido en chispa, toca al Hindenburg. Pero esta columna no es sobre los defectos de ...

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Escuchar gente es parte clave de mi trabajo. Y aunque escuchar gente hace que otra gente crea que uno siempre está de acuerdo con la gente que escucha, nunca hay que dejar de escuchar gente. Un trabalenguas que hace parte de la vida profesional de todo periodista. Reconociendo, eso sí, que a veces el ego del periodista dificulta, sobre todo en el ejercicio de las entrevistas radiales, escuchar. Si las preguntas comienzan a pesar más que las respuestas, es cuando el fuego de San Telmo, convertido en chispa, toca al Hindenburg. Pero esta columna no es sobre los defectos de los periodistas. Para eso habría que escribir un libro. La historia es otra.

Hace años, por petición de un colega, me senté a escuchar a un aspirante a cierto cargo de elección popular, al que llamaré señor V. Los nombres del periodista y del político (abogado de profesión) son actores secundarios. El protagonista de esa jornada fue una de las anécdotas que, de manera natural, salió de repente, y que paso a relatarles con la normal pérdida de detalle que conlleva el paso del tiempo. El señor V era bien cercano a Gustavo Petro, y entiendo que lo sigue siendo. Los unía, para el momento del encuentro, una sólida amistad y Petro atendía los consejos de mi contertulio. O, al menos, los oía. Si los acataba, no lo sé.

Me contó que cuando estalló la crisis de las basuras, durante la Alcaldía de la Bogotá Humana, desde la Procuraduría hubo un discreto cambio de luces a la Administración. Sin mucha certeza sobre la motivación de esa comunicación lumínica de dos barcos enemigos en medio de la tempestad, Petro le pidió al señor V que se reuniera con alguien que iba a revelar algo de la artillería con que le apuntaba el entonces procurador, Alejandro Ordóñez. No podría afirmar que se citó directamente con Ordóñez, pero sí con personas muy cercanas a él que le develaron, en privado, las dimensiones del arsenal.

Llegados a este punto, el señor V dijo que me relataba el asunto para que quedara claro que el razonamiento mental de Petro difería por completo del de otros políticos. Al encontrarse con Petro para comunicarle lo visto, le expuso varias teorías del episodio, entre ellas, la de que Ordóñez le estaba mostrando los dientes, con soberbia y suficiencia, como la fiera que acorrala al cazador sin munición. O que, tal vez, el mensaje era que podría no agitarse la nitroglicerina a cambio de “algo”. Y “algo” en política siempre significa favores y prebendas.

Un político convencional, siempre dispuesto a la negociación (¿o no suele ser la política un lucrativo negocio?), habría preguntado “bueno, ¿y qué es lo que quieren?”. Y el señor V me confesó que no descartó esa posible respuesta. Pero, no. Nunca se dio.

Petro hizo una mueca de satisfacción, diría yo que se frotó las manos, y le dijo al señor V: “En los balcones, en las calles; allá es donde vamos a resolver esto”. Ese día, Gustavo Petro se convirtió en presidente. No es una figuración mía; lo contó el propio mandatario hace unas semanas: “El procurador Ordóñez, un señor de ideología fascista que prefirió sacarme en vez de aplicar la sentencia de la Corte (…) no supo que, al destituirme, me volvió presidente de la República. ¡Qué paradojas de la vida!”.

Fue la de Gustavo Petro una Alcaldía deslucida, con mucho verbo y pocas ejecuciones, que se quedó en meras promesas de campaña y no alcanzó a germinar. Pero resultó un éxito atronador para alguien a quien le incomoda la arquitectura jurídica del Estado y la institucionalidad. Un sujeto diseñado para triunfar y fortalecerse en medio de la protesta, el descontento, las marchas, las huelgas, el inconformismo, el caos, los bloqueos y las calles a punto de reventar.

En ese plató, Petro es imbatible. De todos los líderes que hoy viven en Colombia, nadie lo puede superar en tales condiciones. Por eso, quienes desestiman su llamado a la consulta popular, quedarán como Ordóñez: cortos. Se empeñan en no leer la realidad. Y la realidad es que acabamos de ver el fuego de San Telmo en la popa de este país indirigible.

* * *

Retaguardia. Nuevamente con Jesús y Epulón entre dientes, discurso del presidente en la Plaza de ese Bolívar que él adora manosear. Resumen telegráfico: alcalduchos pisotean Constitución. Galán, sírvase fungir de aguatero capitalino. Gran panadero saldrá en féretro antes que traicionar a la masa. Oligarcas, esfumaos. Congresista, manda decir Joe Arroyo que “no le pegue a la neeeeeegra”. Pueblo sacará senadores codiciosos que hundieron la laboral el día cívico en que tantos no laboraron. Presidente no aprendió a hablar carreta en M-19. Petro fue oficial de Bolívar y en alguna carne lleva la marca de los aurelianos. Sigan machacando calle, que las mariposas amarillas anuncian la rebelión. ¡Arranca la consulta popular! Ñapa: el presidente estrenó palabra, “barborrachera” (¿embriagarse en la barbarie?) To be continued…

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