Pensar comienza por preguntar

En un mundo saturado de información, la capacidad de formular buenas preguntas se ha convertido en una de las competencias más valiosas. Preguntar es, en primer lugar, un acto de escucha

cienpies (Getty Images)

¿Por qué es relevante aprender a preguntar? ¿Cuál es su importancia para desarrollar las competencias del futuro? ¿Qué constituye una buena pregunta? Nos dicen que la curiosidad es la base del conocimiento, que la inteligencia no está en tener todas las respuestas, sino en formular buenas preguntas. Pero, ¿hemos aprendido realmente a preguntar bien? En un mundo en el que la educación del futuro se centra en el estudiante, en el aprendizaje basado en problemas y en la resolución de desafíos reales, saber pr...

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¿Por qué es relevante aprender a preguntar? ¿Cuál es su importancia para desarrollar las competencias del futuro? ¿Qué constituye una buena pregunta? Nos dicen que la curiosidad es la base del conocimiento, que la inteligencia no está en tener todas las respuestas, sino en formular buenas preguntas. Pero, ¿hemos aprendido realmente a preguntar bien? En un mundo en el que la educación del futuro se centra en el estudiante, en el aprendizaje basado en problemas y en la resolución de desafíos reales, saber preguntar se convierte en una competencia esencial.

Meditemos sobre el arte de preguntar y su importancia en el proceso de pensar. Preguntar es un ejercicio de pensamiento, una forma de estar en el mundo. Desde sus orígenes, la filosofía ha sido el espacio donde la pregunta se convierte en reflexión, donde la incertidumbre se abraza en lugar de evitarse. No hay filosofía sin pregunta, porque cada idea nace de la inquietud que nos obliga a detenernos y mirar de nuevo. Más que una herramienta para aprender, preguntar es una forma de vivir con consciencia, con curiosidad, con el deseo constante de comprender.

La semana pasada se celebró la IFE Conference, un evento organizado por el Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey. Allí se discuten las tendencias que están transformando la educación, y en su edición de 2025 el tema central fue ‘Impulsando el futuro de la educación con innovación y tecnología’. Después de días de conferencias, una idea se hizo cada vez más clara: estamos obsesionados con las respuestas y hemos olvidado la importancia de hacer buenas preguntas. Hoy no estamos en una era de mejoramiento continuo, sino en un momento de transformación profunda. No se trata solo de optimizar lo que ya existe, sino de imaginar algo completamente nuevo. Este es un tiempo de tensión creativa, de incomodidad productiva, donde la pregunta correcta puede abrir caminos inéditos. No es momento para respuestas rápidas, sino para nuevas preguntas.

Nos enfocamos en los cómos: cómo innovar, cómo incorporar la tecnología en la educación, cómo optimizar procesos. Pero, ¿qué pasa con los qué y los para qué? ¿Qué significa realmente aprender en esta era de cambios vertiginosos? ¿Para qué queremos que la inteligencia artificial transforme el aprendizaje? Preguntar no es un simple acto de curiosidad, sino una herramienta para el pensamiento crítico.

Algunas preguntas abren posibilidades, otras las cierran. Algunas generan reflexión, otras la bloquean. Pero en un mundo donde todo parece girar en torno a la inmediatez, donde la urgencia de opinar se ha impuesto sobre la pausa de pensar, preguntar bien puede ser un acto de resistencia, una forma de recuperar la profundidad en nuestra manera de vivir.

Entonces, ¿cómo se formula una buena pregunta?

Antes de interrogar, despejar el ruido. Preguntar no es solo un acto espontáneo, sino el resultado de haber observado con atención, de haber dejado que el fenómeno hable antes de tratar de explicarlo. La prisa por encontrar respuestas nos hace olvidar que toda gran pregunta nace de un momento de pausa, de espera, de contemplación. A veces, el error está en preguntar demasiado rápido, sin haber comprendido lo suficiente.

Una buena pregunta no solo se hace, sino que se cultiva. Un arquitecto no pregunta cómo levantar una estructura sin antes haber mirado el terreno, sentido su textura, entendido su composición. Un filósofo no pregunta qué es la verdad sin antes haber escuchado a quienes ya la han buscado. Preguntar es, en primer lugar, un acto de escucha.

Las preguntas deben sacudir nuestras certezas para que realmente transformen el pensamiento y no busquen lo evidente o intenten confirmar nuestras creencias. Sócrates lo sabía bien: su método no consistía en acumular conocimientos, sino en desmontar lo que sus interlocutores creían saber. Preguntar es cuestionar la forma en que pensamos. No es lo mismo preguntarnos cómo podemos hacer que los estudiantes aprendan más rápido, que preguntarnos qué significa realmente aprender en esta época de cambios vertiginosos.

Las preguntas abiertas nos obligan a explorar nuevos ángulos. También importa la estructura de las preguntas, pues no todas invitan a pensar. Las que solo permiten un “sí” o un “no” nos dejan en el mismo lugar. Mientras que preguntar quién tiene razón en un debate nos lleva a la confrontación, preguntarnos qué supuestos están en juego en esa discusión nos lleva a la comprensión. Las preguntas más poderosas no solo generan respuestas, sino que abren nuevas preguntas.

En el contexto actual, saturado de información, la capacidad de formular buenas preguntas se ha convertido en una de las competencias más valiosas. El Foro Económico Mundial identifica el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos y la creatividad como algunas de las habilidades más relevantes para el futuro del trabajo. Y todas ellas tienen algo en común: dependen de la capacidad de hacer preguntas poderosas.

El mañana no pertenece a quienes acumulan respuestas, sino a quienes saben hacer las preguntas que abren nuevos caminos. Solo quien interroga el mundo con profundidad y curiosidad puede comprenderlo verdaderamente. Hacer las preguntas correctas es la herramienta más poderosa que tenemos para pensar con claridad, tomar mejores decisiones y construir un futuro más inteligente.

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