Las lágrimas de Salvatore Mancuso

Después de casi dos décadas en la cárcel, el excomandante paramilitar que ordenó cientos de asesinatos ahora habla de reconciliación y cómo frenar el círculo interminable de la violencia

Salvatore Mancuso en la conferencia de prensa del 11 de julio en Bogotá (Colombia).Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Suele ser un cliché entre los políticos colombianos citar Cien años de soledad, sobre todo su última frase pidiendo una segunda oportunidad para el Macondo que es Colombia. A Salvatore Mancuso, el excomandante paramilitar que dirigió uno de los ejércitos ilegales más poderosos y crueles de Colombia, también le gusta citar a Gabo, pero no el mismo texto. En su primera rueda de prensa como hombre libre, después de casi dos décadas en cárceles colombianas y norteamericanas, citó un ensayo que le gusta del Nobel, de 1994, sobre la violencia circular en la historia de Colombia, una que no tiene segundas oportunidades porque es casi imposible salir de ella. Se titula Por un país al alcance de los niños.

“Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan”, dice el texto. Mancuso se entiende a sí mismo ahora como un hombre que ahora va en contra de la corriente de la historia. El excomandante arrepentido que quiere ser gestor de paz del Gobierno de Petro, que quiere aportar a la verdad ante dos tribunales de justicia transicional, que está dispuesto a liderar la reconciliación del país dándole la mano a sus antiguos enemigos. Un hombre transformado, asegura, después de verle la cara al dolor de cientos de víctimas.

“Cuando empecé a ver y a sentir, mínimamente, el gran dolor que le causé a los víctimas, a esas madres, a esos hijos, al sentir ese dolor ese dolor...”, dijo en la rueda de prensa, y se detuvo a llorar unos segundos. “Perdonen que todavía me afecte, pero es lo único que me afecta durante todos estos años. Las peores privaciones de la libertad, nada de eso me afectó, jamás. Me afectaba sentir el dolor de las víctimas. Ese Mancuso cambió, y ese Mancuso hizo una promesa: esto no tiene porqué volver a repetirse”.

Las lágrimas de Salvatore Mancuso no son nuevas: lloró tanto en las audiencias de Justicia y Paz que él mismo recuerda cómo los medios dijeron que ya parecía una plañidera —como se les llama a las profesionales del llanto―. La cita al ensayo tampoco es nueva: lo mencionó en un discurso del 2004, cuando fue invitado, como comandante que iba a firmar su desmovilización, a dar un discurso en el Congreso del país. Un momento que las víctimas vieron por televisión como un gesto más de impunidad. En ese discurso Mancuso también hablaba de reconciliación, perdón, y verdad, pero no había enfrentado aún, en los tribunales, a los que perdieron familiares en masacres paramilitares. En 2008 Mancuso fue extraditado a Estados Unidos, el gobierno de Álvaro Uribe decía que seguía delinquiendo, y él dijo que era retaliación por haber empezado a decir la verdad sobre los políticos que se aliaron con el paramilitarismo. “Fuimos aliados”, le dice, cada que tiene la oportunidad, Mancuso a Uribe.

El excomandante, en su primera rueda de prensa, parece querer seguir probando que él sí es un hombre reformado: promete que buscará los restos de víctimas que desaparecieron, por sus órdenes, en la frontera con Venezuela; que no busca venganza contra el expresidente Uribe sino espera que ahora sean aliados por la paz; que está dispuesto a ayudar en las mesas de diálogo de la paz total como gestor, un cargo del que espera hablar con el presidente Petro y el consejero Otty Patiño.

Otros, la mayoría quizás, después de casi dos décadas en la cárcel, podrían pensar en salir a la libertad y mantener un perfil bajo: dedicarse a cuidar los nietos, montar quizás un panadería. Mancuso habla como un cura que regresó con un mensaje divino para el país: “Yo hace tiempo me reconcilié conmigo mismo, con Dios, con la vida, y ya no considero a nadie mi enemigo”. Como futuro gestor de paz del gobierno dice que, si bien se retiró de la guerra hace dos décadas, él fue quien “diseñó” unas estructuras armadas que siguen vigentes, con los mismos recursos, y en las mismas zonas. Por eso él es quien conoce un camino para desbaratarlas. Si no prospera, “se va a seguir reciclando la violencia”. Si se trata de poner la barra alta, Mancuso volvió a Colombia prometiendo todo: verdad, reconciliación, acuerdo nacional, gestionar la paz, y hacer lo posible por frenar el ciclo interminable de violencia de aquel ensayo de Gabo.

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En realidad serán los tribunales, las víctimas y la historia quienes verdaderamente juzguen si Mancuso es, ahora en libertad, ese hombre reformado.

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