Petro llama a Cristo para mezclar pragmatismo con su sueño constituyente

El nuevo ministro del Interior, alguien de la órbita de Juan Manuel Santos y cuyo nombramiento supone devolver al presidente a posiciones moderadas, anuncia una ronda de diálogos con todo el arco político

Gustavo Petro y Juan Fernando Cristo.Getty / EL PAÍS

La paciencia de Gustavo Petro se colmó hace tres meses. Sus asesores lo veían enfurecido, a veces colérico. Rara en él, que tiende a mantener la calma. Sin embargo, la lentitud con la que se están aplicando los cambios en Colombia, el freno a las transformaciones que él cree que se necesitan, lo desesperaba. Fue entonces cuando decidió hablar de convocar una Asamblea Constituyente, aunque eso supusiera espantar al centro y a la derecha colombiana, que ven en la reforma constitucional un peligro para la democracia. Era entonces un Petro que cabalgaba solo, él contra el mundo. En su entorno surgieron voces críticas. Pensaban que era mejor buscar un acuerdo nacional, lo que había intentado cuadrar al principio de su presidencia, un consenso a derecha e izquierda que sentara las bases del país para las próximas décadas. Algo realmente grande y duradero, que a la larga se viera como un éxito de su Presidencia.

El presidente ha escuchado estos consejos, pero los va a mezclar con sus ideas propias. Se hará el intento de un acuerdo nacional, está bien, pero para que acabe desembocando en una Asamblea Constituyente. Se puede leer como una forma de Petro de echarse atrás y a la vez de mantenerse en el mismo camino. Una jugada de equilibrismo que ha desconcertado a muchos, sobre todo por la persona a la que le ha encomendado esta tarea, Juan Fernando Cristo, ministro del Interior con Juan Manuel Santos y negociador en el proceso de paz de La Habana. Un político de peso que se había quedado algo descolgado después de hacer campaña en 2022 por el centro, que acabó derrotado de manera estrepitosa por Petro. El presidente lo recupera ahora y lo nombra en el mismo cargo que le dio Santos, aunque con una tarea muy distinta.

Cristo, de 58 años, tiene fama de gran operador político, muñidor de consensos. En su agenda están guardados los teléfonos de las personas más poderosas del país. No solo es alguien cercano a Santos, sino que su amigo, en un sentido verdadero. Su nombramiento fue bien recibido por el establishment, que interpretaba que este era un gesto de moderación de Petro. Pensaban que se volvía a los primeros meses del mandato, cuando el presidente se rodeó de Alejandro Gaviria, Cecilia López y José Antonio Ocampo, todos ellos políticos experimentados, moderados, de centro. Se equivocaban. Cristo apareció horas después y anunció que trabajará para sacar adelante el diálogo para la constituyente, aunque para 2026; eso significa que se iniciaría con el mandato de la siguiente presidenta o presidente. Los que celebraban la inclusión de Cristo en el Gobierno recularon y empezaron a sospechar de él.

Esencialmente porque había pronunciado tres palabras muy temidas para políticos, analistas y muchos votantes: Asamblea Nacional Constituyente. El miedo a que Petro convocara algo así ha sido tal que, cuando era candidato presidencial en 2018, sus aliados le pidieron que plasmara en mármol que no convocaría a una asamblea tal que reformara la joven Constitución de 1991. Petro accedió, y no volvió a jugar públicamente con la idea sino hasta este año, cuando se cayó su reforma a la salud: allí sugirió que, quizás, tocaba cambiar el texto nacional. La propuesta no cayó bien, incluso entre algunos de sus aliados, pero ahora, antes de arrancar su tercer año de Gobierno, el presidente manda otro mensaje: Asamblea sí, pero no a la fuerza. “Una asamblea que sea fruto de un acuerdo y no de la imposición de alguien contra alguien. Este país necesita más reformas, pero reformas consensuadas”, prometió el ministro Cristo este miércoles, en su primera rueda de prensa.

Juan Fernando Cristo durante una declaración en la Casa de Nariño, este miércoles en Bogotá (Colombia).Presidencia de Colombia (EFE)

La próxima semana, anunció Cristo, arrancará un diálogo nacional que eventualmente “puede o no, y eso surgirá de las conversaciones, terminar en una Constituyente”. Aclaró que esa posible asamblea no se convocaría o elegiría en el actual Gobierno, sino en el siguiente, y solo si hay un “acuerdo político nacional”. Y aclaró que, en todo caso, esa asamblea prosperaría solo “por las vías de la Constitución de 1991″. Con Cristo, la aventura solitaria de Petro ya tiene cauce, método, dirección. Antes de este giro, el presidente hablaba de una catarata de constituyentes en sectores sociales y universitarios que desembocara en una que recogiera todas estas inquietudes y se aprobara sin necesidad de pasar por el Congreso, sino directamente en las urnas. Muchos juristas concluyeron que esa idea no contaba con asidero jurídico y sería revocada tarde o temprano. Petro volvió a la carga y, guiado por el excanciller Álvaro Leyva, dijo que utilizaría el acuerdo de paz de 2016 para convocar dicha constituyente.

Entre los que les parecía una mala idea estaba el propio Cristo. Junto a Santos y el senador Humberto de la Calle, también negociador de paz en ese mismo Gobierno, rechazó que Petro utilizara lo firmado con las FARC. Ahora le ha llegado el momento de defender ese proceso, aunque por distintos métodos. Cristo no es ningún ingenuo: sabe bien lo difícil que es hacer prosperar la idea por la vía constitucional. El presidente tiene que tramitar la iniciativa en el Legislativo (donde no tiene garantizados la mitad de los votos), luego debe pasar por la Corte Constitucional (donde puede caerse), y por último debe contar con que 13 millones de colombianos voten la iniciativa (movilizar más gente de la que le votó en segunda vuelta). Eso suena a un imposible cuando la aprobación del presidente se mantiene alrededor del 38%. Además, el 61% de los colombianos no apoya la Constituyente, de acuerdo a la última encuesta de Cifras y Conceptos.

Cristo es un político curtido en el legislativo, fue senador y ministro del Interior, conoce la política menuda que el Gobierno necesita en el Senado y la Cámara de Representantes para hacer aprobar sus reformar sociales: a la laboral (le faltan tres debates), y el presidente aspira a presentar nuevas a la salud, educación, servicios públicos y justicia. Mucho trabajo por hacer. Allí el nuevo ministro del Interior no depende de 13 millones de votos sino de muchos menos, y por su perfil puede conseguir el apoyo de liberales, conservadores y miembros del partido de La U. Lograr impulsar los cambios en el legislativo, paradójicamente, le quita poder a la iniciativa de la constituyente. ¿Para qué reformar el texto constitucional si el mismo congreso puede impulsar el cambio? Cristo puede jugar a dos bandos: llamar al diálogo para una constituyente improbable, mientras se aprueban las reformas que muestran porqué no se necesita de una constituyente.

No le será fácil navegar en todo caso en el léxico constituyente del presidente, que a veces dice que ya no quiere una asamblea, sino fortalecer “el poder constituyente”, y en otros momentos ha hablado de “referendo constitucional”. Ni tampoco tranquilizar a los liberales más centrados, que criticaron la iniciativa inmediatamente. “¿Qué credibilidad puede tener una persona que en dos meses cambia de forma tan drástica de opinión?”, preguntó inmediatamente el columnista Daniel Samper Ospina en X.

Alejandro Gaviria, exministro de Educación que se ha distanciado de Petro de manera radical y ha emprendido una continua campaña en su contra, comentó que “la idea de la Asamblea Constituyente no le conviene al país”. “Llevará a una confrontación política aún mayor y confundirá las prioridades. Sufrirá la democracia y muchos de los principales problemas del país seguirán desatendidos”, añadió. Claudia López, exalcaldesa de Bogotá que quiere competir por la presidencia en el 2026, defendió el texto actual: “Ayer, hoy, mañana y siempre defenderemos con firmeza la Constitución del 91, el único acuerdo real que tiene Colombia!”.

Petro ha vuelto a descolocar a aliados y enemigos. Tiende una mano para dialogar, pero con el mismo fin de reformar la Constitución. Se abraza a los políticos que rodearon a Santos, los mismos que le criticaban pocos días antes. Se sabe que los afectos políticos en Colombia pueden cambiar como las categorías de los huracanes, de un momento a otro. Se abren, por tanto, dos años en los que el presidente tratará de empujar todo lo que pueda para lograr el cambio con el que sueña, el parteaguas histórico. Juan Fernando Cristo jugará un papel fundamental. El acuerdo nacional les espera.

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