Florence Thomas: “Uno se vuelve feminista con su historia”
La activista y académica, ícono de una generación feminista, habla sobre su nuevo libro, ‘Fragmentos de Vida’, el más personal que ha escrito
Florence Thomas cumplió 80 años y no quiere debatir o intentar convencer a los demás. “Por primera vez, escribiendo este texto no tuve nada que demostrar”, escribe en Fragmentos de Vida, su nuevo libro de memorias. Thomas, un ícono feminista en Colombia, nació en Rouen, Francia, pero encontró su tierra adoptiva en Bogotá hace casi seis décadas, en 1965. Como activista y docente en la Universidad Nacional, ha escrito más de diez...
Florence Thomas cumplió 80 años y no quiere debatir o intentar convencer a los demás. “Por primera vez, escribiendo este texto no tuve nada que demostrar”, escribe en Fragmentos de Vida, su nuevo libro de memorias. Thomas, un ícono feminista en Colombia, nació en Rouen, Francia, pero encontró su tierra adoptiva en Bogotá hace casi seis décadas, en 1965. Como activista y docente en la Universidad Nacional, ha escrito más de diez libros sobre feminismo, así como cientos de columnas de opinión, y ha cofundado espacios de mujeres icónicos en el país. Su cara aparece en casi toda manifestación feminista que ha hecho historia en Colombia. En este libro mira más hacia adentro, menos a la calle y más a lo que ha vivido en su propia casa. Si el gran lema del feminismo sigue siendo que lo personal es político, este es el libro más personal de todos para Florence Thomas.
Pregunta. ¿En qué se diferencia este nuevo libro de todos los otros que ha escrito?
Respuesta. Los anteriores eran más académicos, entre comillas, tratando de argumentar qué significaba ser feminista en Colombia, eran libros donde tenía que convencer. Este libro yo lo inicié en la pandemia y me dije, esta vez con mis 80 años voy a tratar de hacer un libro distinto, un libro más de fragmentos de mi vida. Fragmentos, como lo digo en la introducción, porque uno nunca se puede conocer de verdad, uno cuenta la historia de su vida, una historia de recuerdos a la que siempre le faltan pedazos. Fue muy rico porque por una vez no tenía justamente que convencer a nadie, no tenía que argumentar nada. Quería un libro así porque justamente, creo, uno se vuelve feminista es con su historia.
P. Usted dice en el libro que no se identifica como psicóloga, aunque esa es su profesión. Sin embargo, me parece que este viaje a su infancia en el libro es bastante psicológico, ¿no cree?
R. Sí, sí, es un poco contradictorio, por supuesto. No me presento nunca como psicóloga, me identifico más como una activista feminista o como columnista del periódico El Tiempo. Pero sé, a la vez, que la psicología me habita y eso se siente en el libro cuando cuento mi infancia y mi adolescencia.
P. En ese viaje a su infancia para entenderse hoy, ¿cómo diría que le marcó la historia de su madre?
R. La relación madre e hija no es una relación fácil. Mi mamá me marcó en el sentido que era una mujer muy inteligente, que a los 20 y pico de años le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial, y ella hubiera querido seguir estudiando para ser médica. Pero fue imposible. Primero por su padre, que era médico, le dijo: tú, mujer, cásate, vas a tener hijos y todo eso, pero ser médico no es para las mujeres. Mi mamá vivió con esas frustraciones académicas. Eso era algo que yo sentía todo el tiempo como un peso, luego, porque ella quería realizar sus sueños a través de su hija. Para mí eso era un peso demasiado grande. No sé si es por eso que me enamoré de un colombiano: para irme y tenerla lejos.
P. Francia logró recientemente incluir el derecho al aborto en la Constitución, y Colombia lo aprobó en 2022. Usted dice que la única revolución triunfante del siglo XX es la feminista. ¿Se siente triunfante?
R. Lo de Francia me pareció una noticia maravillosa, porque se convierte en un derecho fundamental y, vista la situación del mundo actualmente, cuando la derecha está tan fuerte en Europa, esta es la forma de proteger el aborto. Además, porque hace reflexionar a la gente sobre lo fundamental que es ese derecho. Es decir, que este es nuestro cuerpo, y sobre este cuerpo decidimos nosotras y nadie más, como el derecho fundamental a la educación o a la salud. Y en Colombia la actual situación del aborto es todo gracias al movimiento Causa Justa, que hace parte de la Mesa por la Vida y la Salud de las mujeres, de las que soy una de las fundadoras. Yo igual lo siento muy mío, porque luchar por el aborto cuando yo empecé en los años 70 no era nada fácil, no se podía casi ni pronunciar la palabra. La palabra estaba tan cargada, semánticamente, que nos tocó inventar otras cosas para nombrarlo.
P. ¿Le parece que la palabra aborto ya se liberó de esa carga?
R. Sí, hay dos palabras mucho menos cargadas: aborto y feminismo. Algunas personas aún nos llaman femi-nazis, pero ya mucho menos.
P. Usted dice en el libro que no fue pionera del feminismo colombiano. ¿Por qué su imagen se volvió tan importante entonces?
R. Porque tengo acento. Cuando llegué a Colombia, sobre todo, yo tenía la impresión de que podía decir muchas cosas que las colombianas no podían decir. Los colombianos en esta época tenían una especie de admiración por los extranjeros, y por eso la gente me escuchaba. Yo nunca recibí una sola amenaza en Colombia, aún cuando fui una de las primeras columnistas en El Tiempo hablando de aborto o matrimonio homosexual.
P. ¿Diría que su función como columnista y activista fue ser un megáfono de esas pioneras?
R. Sí, y añadiría que fui una militante en mis viajes: yo viajé por las cuatro esquinas de este país tratando de contagiar a las mujeres de este saber, de lo que significó y significa construirse como ciudadanas plenas. Que pueden votar gracias a Esmeralda Arboleda, que sí es una pionera, como lo fue la Pola, como lo fueron estas mujeres que lucharon hasta la muerte. Yo no soy pionera, había un camino abierto. Cuando empecé a trabajar en la Universidad Nacional con el grupo Mujer y Sociedad, lo primero que hicimos fue leer y releer a Simone de Beauvoir, a Virginia Woolf, a las grandes escritoras que nos abrieron el camino.
P. Su libro cita varias veces a Wolf, Beauvoir, y también a muchas colombianas que conoció acá. ¿Es un recorrido también por las mujeres que la hicieron feminista?
R. Es que las mujeres que escriben son peligrosas. Son las que nos hacen descubrir que la liberación de las mujeres pasa por el saber, pasa por la escritura y la lectura. Muchas decidieron no tener hijos ni casarse, a veces, para poder tener ese cuarto propio del que habla Virginia Woolf, ese cuarto propio que permite reconocerse a sí misma. Y también están las compañeras que encontré en Colombia, dos tipos de compañeras. Con las que conformé el grupo Mujer y sociedad, que fue definitivo para mí. Y todas las que he admirado: la Casa de la Mujer, la Red Nacional de Mujeres, Sisma Mujer, o todas esas mujeres víctimas del conflicto armado que fundaron organizaciones para defender los derechos humanos. Hay un montón de mujeres admirables en este país.
P. Sin embargo, las divisiones entre generaciones de mujeres feministas son profundas también —ya sea por la exclusión de las mujeres transgénero o las mujeres racializadas en los discursos feministas
R. A mí me han criticado esto y sí, me parece difícil el debate intergeneracional. En los 80, cuando yo empecé a ser feminista en Colombia, había tantas urgencias en el conflicto armado que, evidentemente, yo no hablé en ese momento de las mujeres afrodescendientes, o no hablé de las mujeres indígenas. Es cierto. Y eso no significó nunca que no estuviéramos atentas a la vida de esas mujeres. Lo mismo ocurre actualmente con las mujeres trans. No es que no estemos atentas. Quiero dejar claro que yo no aceptaría ningún tipo de agresión contra una mujer trans. Desafortunadamente, si uno hace una pregunta pidiendo: ‘explíqueme’, enseguida te etiquetan de transfóbica.
P. ¿Por qué cree que es tan difícil el debate?
R. Lo que diría es que la comunicación en general es muy dura hoy en día. Lo que llamamos hoy la cuarta ola [del feminismo] tiene las redes sociales para impactar, las noticias van demasiado rápido, y yo creo que se pierde mucho en la comunicación. Durante la pandemia yo descubrí Zoom para dar clase, y eso me salvó, pero cuando aún me piden hacer una conferencia virtual, yo le digo a todas: quiero verles las caras, así estén en pijama. Porque la docencia es seducción, es ver las caras. Para comunicarte necesitas ver las expresiones. Comunicarse digitalmente, sin eso, me parece muy difícil.
P. ¿Entonces son sobre todo los medios de comunicación los que han profundizado las divisiones?
R. Sí, y los temas son difíciles. Ahoritica, por ejemplo, es muy importante ser feminista decolonial. Yo sé que hay algunas mujeres en la cuarta ola que dicen ‘acá está pues Florence que es una feminista blanca’. Yo respondería soy una mujer, blanca, sí, es mi situación, pero también soy feminista, y esas son dos cosas distintas. Bueno, quiero aclarar que hay muchas mujeres jóvenes muy, muy chéveres, y las jóvenes están construyendo nuevos relatos. Pero hay muchas jóvenes a las cuales no les interesa la historia. Yo estoy segura que muchas mujeres de la cuarta ola no han leído El segundo sexo, y no les interesa. No sé si conocen la vida de Betsabé Espinal, la famosa líder de Bello, Antioquia, sindicalista, o la de Esmeralda Arboleda, quien luchó más de 20 años para que todas esas niñas puedan votar.
P. ¿Y qué le gusta de los nuevos temas que han traído las más jóvenes?
R. Actualmente hay muchos temas muy interesantes sobre la maternidad, un acercamiento muy distinto a lo que significa ser madre. Para las jóvenes ya no es problema decir no a la maternidad. Es decir, está bajando la natalidad en todas las partes del mundo. Y las entiendo, yo hubiera querido vivir eso en mi época. Preguntarse si uno quería ser madre, en mi época, era casi imposible. Había excepciones, pero era raro. Yo no me pregunté mucho eso y soy madre de dos hijos. Bueno, tuve un aborto, en Francia, eso fue un paso hacia decidir.
P. Le dedica varias páginas al tema de sus amores. Dice: “el amor es una trampa mortal para las mujeres”. ¿Por qué una trampa mortal?
R. Yo quería decir que lo fue sobre todo para mí. En mi camino, quería decir que yo me volví feminista también gracias a los hombres, porque ellos me enseñaron muy rápidamente que el amor era imposible. Ustedes tienen que ubicar a Florence, que tiene 80 años, en sus amores, que son hombres de 80 años. Cuando yo llegué a Colombia ellos eran patriarcas totales, que no tenían ni idea de lo que podían ser los derechos de las mujeres. Hombres que no sabían hacer un tinto. Esos son los hombres de los cuales me enamoré. Eran insoportables, eran narcisistas, eran patriarcas. Yo entendía muy rápido con ellos que vivir juntos era un imposible. Y aún así, yo no pasé malos momentos con ellos: los hombres son maravillosos. Yo me enamoré en general de hombres muy inteligentes, escritores, poetas, hombres que sabían contar historias de manera maravillosa. Viví algunas noches maravillosas con ellos, con hongos en Villa de Leyva o bailando en El goce pagano. Ellos me enseñaron a escuchar salsa, vallenato, todo esto. Si tú descubres que para qué son buenos los hombres, sí son chéveres.
P. En el libro cuenta que las mujeres con las que siempre le ha costado más hablar es con las mujeres de clase alta, ¿Por qué?
R. Sí, y creo que es normal, son las que no quieren oír este discurso feminista, le tienen miedo, porque significaría que tendrían que volver a pensar en lo que ha significado su vida. Muchas me decían: no entendemos lo que dices, a mí nadie nunca me me ha discriminado. Sí, bueno, no has sentido todavía que eres discriminada, ojalá no te dé muy duro si tú tienes que separarte—porque muchas de ellas viven de la tarjeta del marido. Otras pocas me decían: ‘no, yo entiendo, finalmente en nuestra vida hay mucha violencia simbólica’— violencia cuando ella no podía firmar una cosa, o no podía decidir. Con las mujeres populares es más fácil entenderse porque ellas no tienen nada que perder, tienen todo para ganar.
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