El pueblo exige

Faltan cuatro días para descubrir si fuimos capaces de entender que presionar a los jueces en las calles es un error garrafal que resulta inaceptable en una democracia

Manifestantes a las afueras del Palacio de Justicia, en Bogotá, el 8 de febrero de 2024.CHELO CAMACHO

Quedan cuatro días para que llegue un nuevo jueves de emociones de la mano de la Corte Suprema de Justicia y la elección de fiscal general. Cuatro días para ver qué ocurre en las calles aledañas al Palacio de Justicia. Cuatro días para descubrir si fuimos capaces de entender que no está bien presionar a los jueces con gritos de “el pueblo exige tal cosa”. Cuatro días para saber si los magistrados entendieron que esta elecc...

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Quedan cuatro días para que llegue un nuevo jueves de emociones de la mano de la Corte Suprema de Justicia y la elección de fiscal general. Cuatro días para ver qué ocurre en las calles aledañas al Palacio de Justicia. Cuatro días para descubrir si fuimos capaces de entender que no está bien presionar a los jueces con gritos de “el pueblo exige tal cosa”. Cuatro días para saber si los magistrados entendieron que esta elección no puede convertirse en un pulso político: el país no está para jueguitos y las integrantes de la terna de donde han de elegir no son unas aparecidas.

De las inquietudes anteriores la respuesta que más me angustia es la que se refiere a si entendimos o no que eso de andar enarbolando la bandera de “El pueblo exige” es un error garrafal que resulta inaceptable en una democracia y más aún en un país donde muchos quisieran ver al desorden germinar para actuar de tal o cual manera.

“El pueblo exige” está muy bien para campañas populistas, pero debilita al Estado en su totalidad, pues pone por encima de normas y leyes a una masa informe que puede ser más o menos grande a la que se le pone el nombre grandilocuente de “el pueblo”, pero que nadie se atreve a definir y mucho menos a asegurar que representa al crisol de nuestra sociedad.

Imagine que en vez de estarse dando en la Corte Suprema la votación para elegir fiscal, fuese la Corte Constitucional la que de repente se viera rodeada por miles de manifestantes justo el día en que se fuera a dar fallo a un importante expediente que, en este caso hipotético, busca que en Colombia se vuelva a penalizar la interrupción voluntaria del embarazo (IVE o aborto para los no legos). Imagine que desde todas las tribunas el presidente empieza a lanzar mensajes expresando su deseo de que la Corte prohíba el aborto. Imagine que las redes sociales se llenan de políticos, activistas, humanos y bots que promueven mensajes contra la IVE y contra la Corte si no la vuelve a convertir en delito. Imagine que el presidente por todas las vías invita al “pueblo” a salir a las calles y hacer oír su voz a la Corte. Imagine a los enemigos del aborto convertidos en “pueblo”, convocados por líderes políticos, pastores y demás, abarrotando las calles y lanzando improperios contra los magistrados y hasta cerrando el paso de todo aquel que trabaja en el Palacio de Justicia porque la protesta es lo que quiere “el pueblo”.

¿Queremos que esa sea nuestra democracia? ¿La de multitudes a veces agresivas que no piden sino que dan órdenes a los poderes públicos? ¿La de bravucones que a nombre del “pueblo” exigen que la constitución o los derechos adquiridos sean vistos como pañuelos desechables?

La movilización popular, las protestas, las marchas son un ingrediente clave de las democracias para funcionar. Son como la válvula de la olla exprés: alivian la tensión y evidencian que algo se cuece. No hay que menospreciarlas, al contrario, hay que atenderlas.

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Pero recuerde que mientras la válvula está desfogando, la olla no se puede abrir de sopetón. Hacerlo antes de tiempo puede llegarle a costar la vida. Lo mismo que pasa cuando “el pueblo exige” sin entender las instrucciones de uso del país o al menos aquel principio de nuestro estado de derecho que señala que a veces la multitud no tiene la razón. De lo contrario, hoy en Colombia no habría IVE legal ni muchas otras conquistas en derechos que a una gran mayoría de “el pueblo” no gustan.

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