‘La monja’ y ‘La paloma’ de Botero hablan de su creador

Alberto Casas Santamaría entabla un diálogo imaginario entre las dos obras del pintor que están expuestas en el Palacio de Nariño

Fernando Botero en su estudio en Montecarlo (Mónaco), el 15 de marzo de 2012.Mondadori Portfolio (Getty Images)

―Estoy muy triste, Paloma― dijo sor Palacio. ―He rezado mucho, pero igual he llorado bastante. Sin nuestro padre no tendremos quién se preocupe por nosotras.

―Claro que sí ―manifestó Paloma―, nuestros hermanos Fernando, Lina y Juan Carlos se encargarán de que no nos saquen de aquí como en el pasado. Yo sé que salir de aquí fue una tortura para nosotras. Pasar largas jornadas sin poder volar y usted sin rezar el rosario... es c...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

―Estoy muy triste, Paloma― dijo sor Palacio. ―He rezado mucho, pero igual he llorado bastante. Sin nuestro padre no tendremos quién se preocupe por nosotras.

―Claro que sí ―manifestó Paloma―, nuestros hermanos Fernando, Lina y Juan Carlos se encargarán de que no nos saquen de aquí como en el pasado. Yo sé que salir de aquí fue una tortura para nosotras. Pasar largas jornadas sin poder volar y usted sin rezar el rosario... es como si hubiéramos pecado contra la paz y el sosiego de nuestros compatriotas. Y nosotras solo hemos cumplido con las condiciones que nos impuso el creador.

―Recuerde usted, Paloma, que mi padre me trajo al Palacio de Nariño para acompañar al presidente Belisario Betancur por allá en 1983, en su pretensión de hacer la paz con los grupos subversivos y para recordarle la obligación de proteger los derechos humanos que él, Betancur, había preconizado desde el mismo día de su posesión. Y para rezar el santo rosario por sus nobles intenciones. Las relaciones de mi padre con Belisario y su señora, Rosa Helena, fueron muy estrechas. Con decirle que le hizo una carpeta de dibujos que tienen como protagonistas situaciones del Gobierno entre 1982 y 1986. Se remonta a una vieja amistad de los años universitarios en Medellín. Yo no hago más que rezar de día y de noche. Sin embargo, por problemas políticos en los que yo no tuve ninguna culpa, fui desterrada al Museo Nacional en condiciones que no se compadecían con mi condición de religiosa. Milagrosamente, el presidente Pastrana me rescató y me regresó a Palacio escoltada por la guardia presidencial, como en tiempos de Piero della Francesca entrando al Vaticano. Ahora disfruto de las comodidades del Palacio de Nariño, pero, sobre todo, como decía mi padre: disfruto de la vida. Uno tiene que vivir enamorado de la vida, mi querida Paloma―, dijo la monja.

Con un profundo suspiro le confesó que le atormentaba las mañanas un periodista muy reconocido, don Juan Pablo Calvás, quien repite todos los días por la W que la única salvación que tenemos los seres vivos es la muerte.

―¡Dios bendito! Ese señor, por más ilustre que sea, está equivocado. No escuchó lo que dijo mi hermano Juan Carlos de mi padre: “He dicho que el arte de mi padre tenía una finalidad esencial, y era, y es, recordarnos lo que Octavio Paz resumió como el olvidado asombro de estar vivos”. Hay que rezar por ese señor periodista antes de que sea demasiado tarde.

―Yo soy más joven― advirtió Paloma. ―Mi padre me trajo en septiembre de 2016, de blanco hasta los pies, vestida para conmemorar la firma del Acuerdo de Paz. Usted podría ser mi madre, pero mi Dios la hizo casta y pura. Rememore que yo también tuve mi exilio en el Panóptico, hoy Museo Nacional―, balbuceó Paloma, con irónico gesto.

―Fueron razones distintas. A mí me llevaron para protegerme de la eventual persecución que se podría presentar por parte de un Gobierno que no apoyó el proceso de paz con las FARC, y bien sabe usted que mi creador me concibió precisamente para celebrar el perfeccionamiento de esos acuerdos. De la misma manera que el presidente Pastrana la recuperó a usted, el presidente Petro me puso en mi sitio.

―Lo que sí me tiene muy orgullosa― proclamó la Monja ―, y eso no está bien porque el reglamento de la Orden me obliga a la humildad, fue la forma en la que el mundo, pero en particular Bogotá y Medellín honraron la memoria de nuestro padre.

―Y qué tal― interrumpió Paloma ―el comportamiento sobrio y elegante de nuestros hermanos Fernando, muy serio y bien puesto; Lina, con su voz seductora y convincente; y Juan Carlos, que con su elocuente pluma cerró con broche de oro: “Adiós, papá”.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Más información

Archivado En