La epidemia de cesáreas aumenta en Colombia

Casi la mitad de los nacimientos en el país son programados por esa vía, cuando la OMS recomienda que como máximo estén entre el 10% y el 15%

Mujeres embarazadas en una sala de monitoreo fetal en el hospital Erasmo Meoz de Cúcuta (Colombia), en 2019.Joe Raedle (Getty Images)

Cuando Diana Jiménez tenía unos meses de embarazo, le dijo a su ginecólogo que le tenía mucho miedo al parto vaginal. No por las contracciones ni por la anestesia. Le generaba pánico que a su bebé le pasara lo que le había pasado al de una amiga unos meses antes: había fallecido en el vientre y a horas de nacer sin que ella hubiera empezado trabajo de parto. Por eso, antes de decidir la forma de parir, Jiménez le preguntó al mé...

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Cuando Diana Jiménez tenía unos meses de embarazo, le dijo a su ginecólogo que le tenía mucho miedo al parto vaginal. No por las contracciones ni por la anestesia. Le generaba pánico que a su bebé le pasara lo que le había pasado al de una amiga unos meses antes: había fallecido en el vientre y a horas de nacer sin que ella hubiera empezado trabajo de parto. Por eso, antes de decidir la forma de parir, Jiménez le preguntó al médico cuáles eran los peligros de las dos opciones.

“Me dijo que riesgos había en los dos, que la diferencia era que en un parto vaginal me iba a doler antes y durante, mientras que en la cesárea solo me iba a doler después”, le explica Jiménez a EL PAÍS. No le asustaba el dolor. Solo quería asegurarse de que su bebé estuviera bien. “Lo importante es que tomes la decisión que te dé tranquilidad,” recuerda que le dijo su obstetra. Y así, sin más, la cesárea quedó programada para el 28 de agosto de 2020.

Agustín nació de 38 semanas y 5 días con un problema respiratorio llamado taquipnea transitoria del recién nacido, y estuvo 10 días en una unidad de cuidados intensivos. Esta condición, aprendió Jiménez tan solo horas después del parto, suele afectar más a los bebés que nacen por cesárea, porque no sale el líquido de los pulmones como ocurre durante un parto vaginal.

Como Jiménez, decenas de miles de mujeres en Colombia están sometiéndose a cesáreas que no obedecen a razones médicas. Cada año nacen en el país unos 550.000 bebés, de los cuales aproximadamente la mitad lo hace por cesárea, un número que según expertos alcanza proporciones “epidémicas”.

Latinoamérica es la región con mayor proporción de cesáreas en el mundo, y Colombia encabeza esa lista, muy por encima del 10% a 15% recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

¿Cesárea o parto vaginal?

La cesárea es un procedimiento quirúrgico necesario en algunos casos, y cada vez más seguro. Cuando está médicamente indicada, puede salvar las vidas de una mamá y de su bebé, asegura la doctora Ana Lucía Ruiz, ginecóloga obstetra.

Sin embargo, es una cirugía en la que se realiza un corte en varias capas del cuerpo, desde el abdomen hasta el útero. Por eso, conlleva riesgos como infecciones, sangrado intenso, reacciones a la anestesia y graves complicaciones quirúrgicas, además de tener implicaciones en el posparto como una recuperación más dolorosa.

Además, la cesárea “de cierta forma limita el número de hijos que puede tener una mujer”, dice Ruiz, pues múltiples intervenciones de este tipo pueden aumentar el riesgo de complicaciones en embarazos posteriores. Si bien esto también puede pasar después de múltiples partos por vía vaginal, son mayores las probabilidades con la cirugía.

“Hay que tratar de llevar los embarazos a un parto vaginal porque hay una recuperación más rápida y menos dolorosa; porque el tiempo de hospitalización es menor y el colapso hospitalario también; porque las mujeres pueden cuidar de sí mismas y de sus bebés casi que de inmediato; y porque finalmente la naturaleza nos hizo para poder parir un hijo”, asegura la doctora Ruiz.

Para los bebés, las cesáreas también pueden traer consecuencias fatales. María Lucía Mesa, pediatra y profesora de Medicina de la Universidad de los Andes, dice que este tipo de parto puede causarle al bebé una dificultad respiratoria leve hasta problemas muy graves, incluyendo la muerte “si no está suficientemente maduro para nacer.”

Mesa dice que la separación inmediata de una madre y su recién nacido tras una cesárea no favorece el establecimiento del vínculo y el inicio de la lactancia, que son cruciales para el bienestar de ambos. “La primera leche, el calostro, se dice que es la primera vacuna del bebé. Está cargada de proteínas y de inmunoglobulinas que hace que el bebé adquiera muchas defensas frente a situaciones adversas que puede encontrar en el ambiente. Si en esa primera hora no la recibe, tiene una desventaja frente a los que sí lo recibieron y frente a su propia salud”.

Jiménez recuerda que le mostraron a Agustín cuando nació, pero a los pocos segundos se lo llevaron mientras que ella, en medio de su estado de confusión por la anestesia, trataba de entender qué pasaba a su alrededor. “Esa noche fue horrible. Lloré y me eché la culpa. Si mi médico me hubiera dicho que esto le podía pasar al bebe, yo no hubiera tomado la decisión de hacerlo por cesárea”, afirma.

Dice que no pudo vivir muchas cosas con su bebé desde el primer día, incluyendo el contacto piel a piel y la lactancia. Pudo alimentar a Agustín el día que nació, pero por su problema respiratorio el bebé no toleró la alimentación. “Cuando me lo entregaron 10 días después, la leche no me alcanzaba porque él no había estado pegado, entonces no había estimulado la producción lo suficiente. Yo siento que fue todo por causa de la hospitalización”, concluye.

Incentivos perversos

Catalina Alzate rompió fuente a las 10 de la mañana de un viernes de agosto de 2014. Tenía 31 años y había tenido un embarazo sano y sin complicaciones. Se bañó, se vistió y se quitó el esmalte de las uñas. Dos horas después fue al consultorio de su ginecóloga, quien luego de revisarla le dijo que almorzara y que volviera a la clínica a las cuatro de la tarde. A las cinco había dilatado un centímetro. Una hora y media más tarde, había dilatado apenas dos. “Yo creo que vamos a terminar en cesárea’, me dijo la doctora”, recuerda Alzate.

Más o menos a las 10 de la noche, la ginecobstetra le dijo que había peligro para el bebé porque ya iba a completar 12 horas de trabajo de parto. “Yo me derrumbé porque había preparado y romantizado un parto vaginal durante nueve meses.” A las 23.15, Tomás nació por cesárea.

Pasaron nueve años y Catalina volvió a quedar embarazada. Cambió de ginecóloga porque su médica ya no estaba en su seguro. Entonces, su nueva doctora le explicó que la mayoría de las mujeres que rompen membranas pueden tener un parto 24 horas después.

“Fue más fácil hacerme una cesárea que quedarse conmigo 24 horas. Si me hubiera dado más tiempo, yo hubiera podido traer a Tomás en un parto vaginal. Hubiera sido menos violento porque mi hijo no estaba sufriendo, no estaba en peligro, y tampoco yo”, explica Alzate. Su situación refleja la de miles de mujeres en todo el país que no pueden evitar albergar un sentimiento de injusticia por haber tenido una cesárea innecesaria.

Jimmy Castañeda, director médico del departamento de Educación de la Federación Colombiana de Obstetricia y Ginecología, dice que las altas tasas de cesáreas se deben a un problema de la estructura del sistema de salud. Asegura que el pago por la atención obstétrica es demasiado bajo, lo cual trae como consecuencia que se terminen cerrando las unidades de atención de partos porque no son rentables, y que el recurso humano para atenderlos sea escaso. No es raro ver 15 mujeres en trabajo de parto y un solo ginecólogo atendiéndolas, dice. Eso lleva a que muchos profesionales empiecen a tomar decisiones “que podrían esperar.”

“Un ginecólogo que llega a un turno a las siete de la noche a ver a 15 pacientes en trabajo de parto comienza a tomar decisiones preventivas de ciertas pacientes a las que les ve ciertos riesgos”. Las pasa a cesárea “porque no puede estar muy pendiente de ellas”. Castañeda señala que detrás del aumento de las cesáreas está la creciente preocupación de los médicos por el riesgo de ser demandados si un parto natural sale mal.

Camilo Arenas, médico y experto en Administración en Salud, dice que la brecha entre la recomendación de la OMS y cantidad de cesáreas también refleja incentivos económicos del sistema. Recuerda que un estudio del Ministerio de Salud sobre un grupo de mujeres con un menor riesgo de cesárea concluyó que el factor financiero en las instituciones de salud es significativo al momento de elegir las cesáreas. “En situaciones en las que existe una mayor discrepancia en la percepción del costo entre una cesárea y otros tipos de parto, es posible que se promueva la elección de la cesárea en casos que clínicamente podrían no ser necesarios”, explica.

El sistema puede llegar a pagarle más a un hospital y a un médico por una cesárea que por un parto vaginal, porque los honorarios están atados a la complejidad del procedimiento, a su duración y a la probabilidad de tener complicaciones, dice Arenas. Otro incentivo para que los médicos prefieran las cesáreas, es de tiempo y comodidad, de calidad de vida. “El parto es a cualquier hora del día o de la noche; la cesárea se programa”, agrega.

Castañeda asegura que cuando una paciente entra en trabajo de parto “es imposible que un ginecólogo pueda quedarse sentado junto a ella, porque debe realizar otras actividades como consultas, cirugías o revisión de otras pacientes”. Por eso, aunque acepta que no es lo ideal, esas situaciones llevan a que los médicos “a veces” tomen decisiones que “no son ajustadas a la evidencia, haciendo más cesáreas de la cuenta”, reconoce.

No obstante, dicen los estudios que más que el dinero o el tiempo, el factor que más incentiva las cesáreas es la solicitud de las madres para realizarla. La doctora Ruiz dice que algunas la solicitan por el miedo al dolor asociado al parto vaginal, por posibles complicaciones, por miedos a que se deforme el cuerpo y la vagina o simplemente por el deseo de tener un mayor control sobre el momento del parto. ”Son miles los miedos que existen”, dice Ruiz.

La paciente tiene el derecho a tomar una decisión sobre el tipo de parto que quiere tener, que se reforzó con la Ley de Parto Humanizado de 2022, que hace explícito el derecho de solicitar cesárea “de manera libre e informada”. Justamente, los expertos concuerdan en que la toma de decisiones de la mamá debe ser informada y su autonomía debe ser respetada, sin que ello exima de la responsabilidad a los profesionales médicos que deben priorizar el método más seguro y adecuado.

“Si llegan pidiéndome una cesárea, les respondo que tenemos todo el embarazo para conversar y les doy las razones, para ver si logro que cambien de opinión”, dice la doctora Ruiz. “Eso sí, yo no puedo obligar a nadie a hacer algo que no quiere. Si luego de oír todos los argumentos a favor y en contra de todas las vías de nacimiento, la decisión es la cesárea, lo tengo que respetar”.

Ahora Alzate eligió una cesárea porque quiere de una vez ligarse las trompas, a pesar de que su doctora le dijo que un parto vaginal era posible después de la cesárea que tuvo en su primer embarazo. “Esta vez yo elegí. El problema es cuando eligen por ti”, sentencia.

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