Petro se enreda en las malas artes de la vieja política

El presidente que quiso cambiar la forma de gobernar en Colombia se ve rodeado de un caso de chantaje, maletines de dinero y escuchas ilegales

Gustavo Petro y su jefa de gabinete, Laura Sarabia, tras la reunión con los presidentes de la región en la cumbre suramericana, el 30 de mayo en Brasilia.Andre Borges (EFE)

Gustavo Petro soñaba con darle la vuelta al país, pero las inercias de la política de toda la vida han resultado ser mucho más poderosas que sus deseos. Estos días se ha visto involucrado en un proceso que incluye todos los traumas y vicios de la vieja política colombiana: interceptaciones ilegales, polígrafos, maletines de dinero, chantajes y conspiraciones. El Gobierno del cambio venía a limpiar las cloacas del Estado, pero corre el riesgo de ahogarse en ellas. El país sigue atento a un culebrón que cada día suma un nuevo escándalo. Lo que parecía un asunto que tendría que resolver el presid...

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Gustavo Petro soñaba con darle la vuelta al país, pero las inercias de la política de toda la vida han resultado ser mucho más poderosas que sus deseos. Estos días se ha visto involucrado en un proceso que incluye todos los traumas y vicios de la vieja política colombiana: interceptaciones ilegales, polígrafos, maletines de dinero, chantajes y conspiraciones. El Gobierno del cambio venía a limpiar las cloacas del Estado, pero corre el riesgo de ahogarse en ellas. El país sigue atento a un culebrón que cada día suma un nuevo escándalo. Lo que parecía un asunto que tendría que resolver el presidente con sus dos colaboradores más cercanos, Laura Sarabia y Armando Benedetti, incluye ahora a uno de los mayores enemigos del presidente. El fiscal Francisco Barbosa, que viene de la administración anterior, dijo, de manera desproporcionada, que este era el peor caso contra los derechos humanos que se ha dado en Colombia en años.

Este caso no incluye guerrillas ni paramilitares. Va más bien de un triángulo que une a Sarabia, Benedetti y la niñera de ambos en una historia atravesada por la ambición política. Petro no podía prever que su mayor crisis hasta ahora estallaría a diez pasos de su despacho, donde se sienta Sarabia, su muleta, su mujer de confianza. El presidente se ve en la obligación de resolver un problema que carece de una solución buena. Haga lo que haga, pase lo que pase, la sombra de las viejas formas de hacer política se le han colado en Palacio y dan munición a la oposición. El presidente que venía a cambiar el modo de hacer política se ve de repente empantanado por su entorno, que llevaba escrito en la frente que algún día lo pondría en apuros. Si un día es su hermano, otro su hijo, ahora son Sarabia y Benedetti, en quienes confiaba con los ojos cerrados.

Petro llevaba más de una década intentando llegar a la Presidencia. En un país acostumbrado a Gobiernos tradicionales, el exguerrillero de izquierdas era una excentricidad. Sin embargo, su figura fue creciendo con el paso de los años. Después de las protestas de 2021, el hartazgo contra el statu quo se generalizó y su candidatura despegó. La gente que rodeaba a Petro en esa época no estaba acostumbrada a las esferas de poder, por eso el candidato buscó a gente con experiencia. Benedetti, un político que siempre había militado en partidos conservadores, conocedor de todos los entresijos del poder, no dudó en subirse al carro del Pacto Histórico. En poco tiempo, se convirtió en la entrada de Petro a la élite que tanto desconfiaba de él. A Benedetti lo acompañaba Laura Sarabia, una joven que enseguida se hizo con el organigrama de una campaña con tendencia al caos y se ganó a Petro. Ellos dos protagonizan ahora las que seguramente son las peores horas del presidente.

Primero contemos el asunto político. Benedetti, embajador en Caracas desde hace nueve meses, tenía estos días ganas de regresar a Colombia. En una reunión privada, le sugirió a Petro que le diera la cartera de Defensa. El presidente arrugó el morro y le dijo que no, que eso no. Cuando el embajador estaba a punto de irse decepcionado del encuentro y agarraba el pomo de la puerta, le dijo que coordinara sus ministros con el cargo de súper ministro, que crearía para él. A Benedetti le encantó la idea. En los días siguientes tenía que afinar los detalles con Sarabia, que durante siete años fue su subordinada. Ella le propuso que su cargo estuviera bajo la dirección del Dapre, la dependencia que maneja administrativamente y organiza el presupuesto de la Presidencia. El embajador dijo que de ningún modo aceptaría eso. Él quería depender de ella. Según una fuente interna, Sarabia no quería dirigir a Benedetti, pues pensaba que acabaría puenteándola y tratando directamente con Petro. Eso paralizó el nombramiento, lo que desesperó al embajador.

En ese momento ya había una guerra abierta entre uno y otro. En el pasado habían sido íntimos, pero ahora se había generado un cierto recelo. Fue Benedetti quien llevó a Sarabia a la campaña, pero a la hora de la verdad, Petro la había elegido a ella para tenerla cerca, mientras que a él lo había enviado a Venezuela. Llega el momento de contar que los dos compartieron niñera de sus hijos, Marelbys Meza, la Mary. Desde enero, la cuidadora estaba bajo sospecha por la desaparición de un maletín con 7.000 dólares en casa de Sarabia. Su seguridad la sometió al polígrafo y la máquina arrojó que era culpable. Ahora el fiscal ha confirmado que durante diez días le interceptaron ilegalmente el teléfono por este tema, que no es precisamente de seguridad nacional. Sarabia despidió a su empleada, que meses después volvió a trabajar con Benedetti, que la llevó consigo unos días a Caracas. Un detalle que suma misterio a esta historia, porque los Benedetti ya la habían despedido con anterioridad y sometido a un polígrafo por otro supuesto robo en su casa.

Tras pasar una semana en Venezuela, Benedetti y la Mary regresaron a Bogotá. Nada más llegar, ella dio una entrevista a la revista Semana en la que aseguraba que se había sentido maltratada y humillada por la prueba del polígrafo. El tema fue portada de la revista. Antes de la publicación, Benedetti, que tiene buena relación con la directora de Semana, asegura que Sarabia le pidió que parara la publicación. Aquí hay dos versiones distintas. El embajador dice que intentó detenerla, mientras la jefa de Gabinete lo acusa de ser él quien había filtrado la historia. Sus rencillas políticas afloraron y ambos acabaron envueltos en una fuerte discusión que los alejó aún más. En el punto alto de esta crisis, Benedetti deslizó en Twitter que Sarabia podría haber interceptado el teléfono de su empleada. El presidente, de viaje en Brasil, le pidió en privado que dejara de azuzar la polémica.

La revelación de la prueba poligráfica alertó a la Fiscalía y a la Procuraduría, que investigan si fue ilegal el procedimiento. En sus indagaciones, un día después de que Benedetti soltara la liebre, descubrieron que la Mary y otra de las empleadas tuvieron el teléfono pinchado. Los policías que llevaban el caso las hicieron pasar por dos miembros del Clan del Golfo para encubrir que, en realidad, escuchaban a dos empleadas domésticas acusadas de un hurto, un delito menor. La justicia se pregunta si Sarabia estaba al tanto de los pinchazos y si con eso abusó de su poder. En un país donde hubo un gran escándalo por las escuchas ilegales durante el Gobierno de Álvaro Uribe, el asunto ha tenido una enorme repercusión. El propio Petro fue espiado entonces por el DAS, un organismo de inteligencia utilizado de una forma tan abusiva por los gobernantes de turno que desapareció.

Petro ha tratado de apagar este incendio inesperado hasta ahora sin éxito. Convocó el jueves a Benedetti a una reunión y no se vio con él hasta pasadas las diez de la noche. No se supo nada del presidente en todo el día, que alegó agenda privada para desaparecer hasta casi la medianoche, cuando tuiteó: “Acusar al gobierno del cambio de interceptaciones ilegales es de tamaña irresponsabilidad. Ningún miembro del gobierno ha dado ninguna orden de interceptaciones telefónicas. Mañana nos pronunciaremos sobre las decisiones que he tomado”. Los enemigos le acechan, han visto una oportunidad de desprestigiar su Gobierno, que él creía límpido. El ministro de Defensa, también vieja víctima de pinchazos, ha pedido a la policía que investigue para determinar quién ordenó las escuchas: “Este Gobierno no tolera las interceptaciones ilegales”. Pero la mancha difícilmente se va a ir, en los pasillos de Palacio se escuchan los murmullos de la conspiración. Nadie quiere dejar nada por escrito ni hablar por teléfono sobre ningún tema delicado. Cunde la paranoia de que puede haber un tercero espiando. El presidente Petro se encuentra, de repente, con que las conspiraciones rodean su oficina.

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