El barrio de la periferia de Bogotá que se retrata a sí mismo
Wendy Ewald, pionera de la fotografía comunitaria, colabora hace más de 40 años con jóvenes de todo el mundo. Ahora, trabaja para ilustrar palabras que representen a Cazucá, una comuna de Soacha
Cae la tarde en Cazucá, un barrio de Soacha, en la periferia de Bogotá. Wendy Ewald, una fotógrafa estadounidense de 71 años, mira unas fotos que han tomado unos jóvenes que la acompañan. Dialogan sobre cómo ellos retrataron a un mecánico y de la calidez que transmiten las manos que sujetan una pelota de fútbol. Después, observan imágenes que representan expresiones locales. Una m...
Cae la tarde en Cazucá, un barrio de Soacha, en la periferia de Bogotá. Wendy Ewald, una fotógrafa estadounidense de 71 años, mira unas fotos que han tomado unos jóvenes que la acompañan. Dialogan sobre cómo ellos retrataron a un mecánico y de la calidez que transmiten las manos que sujetan una pelota de fútbol. Después, observan imágenes que representan expresiones locales. Una muestra a una adolescente que “hace el oso”, como se le dice en Colombia a pasar vergüenza; la otra presenta unos brazos que solicitan “una ñapa”, la forma de pedir una porción extra de cortesía. Wendy los escucha con facilidad. Está acostumbrada: hace más de 40 años que les pide a personas de todo el mundo que le cuenten sus historias.
“¿Qué significa una mazorca para ti?”, le pregunta Wendy a Diego Díaz, un hombre de 20 años. Él responde sin dudar un segundo: “Resistencia”. Y después explica que es el símbolo de quienes formaron su barrio. Eran campesinos que fueron desplazados por la violencia del conflicto armado y que fundaron este asentamiento irregular en las afueras de Bogotá. Por eso, unas mazorcas captan la atención de todos. La emoción se vuelve la protagonista de una foto que en realidad tenía la intención de ilustrar la palabra “kilo” con la balanza de una verdulería.
Wendy ha dedicado su vida a promover la fotografía comunitaria en países como India, Sudáfrica, Estados Unidos y México. Involucra a los niños y adolescentes de las comunidades que visita porque sabe que ellos comprenden su entorno mucho más que lo que ella podrá, aunque se quedase allí por años. Cree que el conocimiento que tienen les permite ver otras cosas. “Descubrí cuando tenía 18 años que los sujetos de mis fotos podían hacer imágenes increíbles que yo no”, explica.
El abecedario es una de las muchas dinámicas que ha desarrollado Wendy. Está basado en un libro que publicó en 2018, tras un trabajo con niños de comunidades de inmigrantes en Estados Unidos. Allí explica que hace unos años se percató de que ella aprendió a leer gracias a abecedarios ilustrados con imágenes dirigidas a una niña blanca de clase media. Por ejemplo, recuerda que la letra “C” aparecía con un brillante auto nuevo (Car, en inglés). Y quiso romper eso: “Deseaba transmitirles que el lenguaje que traen de sus casas es tan importante como el que aprenden en el colegio”.
Wendy se define como una artista. Rechaza los términos de “profesora” o de “trabajadora social”, como la llamaban sus críticos en su juventud. Considera que su labor no es enseñar, sino trabajar con los sujetos de sus fotos de un modo horizontal. Busca entenderlos y fomentar en ellos la creatividad. Y es consciente de que su perspectiva ha tenido éxito. Los museos como el Met de Nueva York ya no la cuestionan cuando les pide poner los nombres de los niños como artistas.
La fotógrafa disfruta de difuminar la autoría de sus obras. Así lo evidencia con un libro que lleva consigo en su bolso, separado de los otros, que viajan en una maleta. Magic Eyes: Scenes from an Andean Girlhood (Bay Press, 1992) está repleto de fotos en las que es imposible distinguir cuáles son de ella y cuáles son de niños teóricamente inexpertos. Todas tienen el mismo tamaño y ninguna tiene los créditos, que solo aparecen al final. Wendy sonríe porque la confusión que genera es parte de su juego.
El libro ha adquirido un significado especial estos días porque trae los recuerdos de los dos años que Wendy pasó en Ráquira (Boyacá), en los 80. Han pasado casi cuatro décadas, pero la artista no ha olvidado a los niños que colaboraron en la obra. “Es de Alirio Casas”, señala sobre una imagen que impacta a la fotoperiodista Joana Toro porque le recuerda a su abuela. La foto, en blanco y negro, muestra a una mujer sentada que toma tinto (café) y que está erguida de un modo que transmite vulnerabilidad. Wendy la observa y aprovecha para destacar que a Alirio le fascinaban los retratos. “Cada niño tiene su manera muy especial de capturar fotos”, remarca.
Diego Díaz, líder juvenil de Cazucá
Los talleres de Wendy en Cazucá son parte de una iniciativa de la fundación Tiempo de Juego. La organización, que al principio estaba centrada en el fútbol, ha ido expandiendo sus actividades para jóvenes de barrios vulnerables. Y la fotografía es la nueva apuesta. “Tiene un potencial de resignificar el territorio de un modo que no tienen otras actividades”, explica el director, Esteban Reyes. Por eso trajeron a Wendy, en colaboración con la fábrica visual Ojo Rojo, del barrio bogotano de La Macarena.
Diego Díaz, un estudiante de cine, sobresale entre los jóvenes con los que interactúa Wendy. Con 20 años, es uno de los más grandes. Está en la fundación desde los nueve años, cuando comenzó a jugar al fútbol. Se le daba “horrible” y por eso se pasó a actividades como artes plásticas, danza y música. Ahora, la fundación quiere que él coordine el programa de fotografía. Lo ven como un referente para los adolescentes del barrio, como una muestra de que hay alternativas a las pandillas.
“Me gusta mucho Soacha, es mi pedazo”, dice Diego mientras busca cómo ilustrar la letra “p”. Decide junto a tres compañeras más jóvenes que una de ellas pose junto a un letrero de Cazucá. Wendy, que lo ve a él como el autor de la idea, le pregunta después si cree que ha funcionado. Le dice que un autorretrato puede resultar mejor. “Es tu idea, es tu pedazo y tiene un significado especial para ti. Puedes mostrarlo con tu cuerpo y tu expresión”, comenta en español la fotógrafa.
Tanto Wendy como Diego enfatizan el rol que tiene la fotografía en la exploración de sus identidades. Diego afirma que le ha ayudado a entender más su lugar de origen: “Sirve para encontrar la belleza en las cosas más cotidianas, en tener un acercamiento que te permite contemplar los pequeños detalles”. Y en eso coincide Wendy: “La fotografía es el arte de los detalles”.
El juego como protagonista de la exposición ‘Jugársela Toda’
Wendy Ewald ha donado una foto para una muestra que se realizará en la Galería La Cometa (Chapinero), entre el 12 y el 18 de diciembre. La exhibición contará también con obras de fotógrafos como Ruven Afanador, Liliana Merizalde, Alec Soth, Juanita Escobar y Camilo Rozo. Estarán todas a la venta, con el objetivo de recaudar fondos para Tiempo de Juego.
La artista estadounidense mantiene una agenda apretada. Planea encontrarse con Luz Marina, una amiga de su tiempo en Ráquira. También participará el próximo lunes de un conversatorio con la periodista María Elvira Arango, en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Viaja a Estados Unidos el martes, pero espera regresar a menudo. Su hijo, que adoptó en Colombia, quiere conocer más el país en el que nació.
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