Petro inicia el diálogo de paz con el ELN con el objetivo de reintegrar en la vida civil a la última guerrilla viva en Latinoamérica

El presidente de Colombia elige a un amplio abanico de negociadores, de izquierdas y derechas, para no fracturar el país como ocurrió con el pacto con las FARC

Delegaciones que representan a la guerrilla colombiana Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Gobierno colombiano en el hotel Humboldt en Caracas.Ariana Cubillos (AP)

En un hotel de lujo alojado en lo alto de un cerro, desde donde se ve toda Caracas, han empezado este lunes los diálogos de paz entre Colombia y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla que queda en Latinoamérica. Entre los negociadores escogidos por el presidente Gustavo Petro se encuentra alguna de su gente de más confianza, políticos que han militado en la izquierda toda la vida, pero también militares de posiciones conservadoras y hasta una figura ...

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En un hotel de lujo alojado en lo alto de un cerro, desde donde se ve toda Caracas, han empezado este lunes los diálogos de paz entre Colombia y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla que queda en Latinoamérica. Entre los negociadores escogidos por el presidente Gustavo Petro se encuentra alguna de su gente de más confianza, políticos que han militado en la izquierda toda la vida, pero también militares de posiciones conservadoras y hasta una figura que representa a la derecha que históricamente se ha opuesto a los procesos de paz. Con una mesa muy ecléctica, con la que aspira a crear consenso en la sociedad, Petro busca reintegrar en la vida civil a un grupo armado que está en guerra desde hace medio siglo. Siete presidentes anteriores fracasaron en el intento.

El jefe de los negociadores es un viejo amigo del presidente, Otty Patiño, un exguerrillero del M-19, formación en la que militó el propio Petro. Le secundan dos importantes figuras de la izquierda, los senadores Iván Cepeda y María José Pizarro. Esos fueron los primeros nombres que se dieron a conocer y muchos pensaron que se trataba de una mesa demasiado progresista, que no representaba todas las sensibilidades del país. Sin embargo, una de las obsesiones del presidente es que este desarme no fracture Colombia de la forma en la que lo hizo el tratado de paz con las FARC, al que se opuso la derecha colombiana. Por eso, ha incluido a José Félix Lafaurie, el representante de los ganaderos y los terratenientes, el segmento al que siempre se ha asociado el surgimiento del paramilitarismo. Incluyéndolo a él, el resultado de la negociación abarca a una Colombia que recelaba hasta ahora de este tipo de procesos.

Además, ha incluido a los empresarios al elegir como negociadora a Rosmery Quintero, presidenta del gremio de pequeños industriales. Aún más importante, los militares tampoco se han quedado fuera de la negociación. Petro insinuó que no quería uniformados en las mesas, pero a la hora de la verdad ha escogido a dos —Orlando Romero Reyes y Álvaro Matallana— y a otros cuatro más como observadores. Matallana es hijo de un general muy famoso que participó en la toma de Marquetalia —la operación militar contra campesinos que derivó en la creación de las FARC—, pero a la vez era un progresista que insistió en que el ejército colombiano construya puentes y se dedique a tareas cívicas, una de las ideas que tiene Petro para transformar el ejército. Todo ello lo ha resaltado el comisionado de paz, Danilo Rueda, en la conferencia de prensa de instalación de las negociaciones este lunes, al afirmar que en la delegación del Gobierno “Hay militares retirados… hay sectores de la economía importantes para el país”.

Pragmatismo

Su Gobierno ha demostrado en estos primeros meses un enorme pragmatismo. Las Fuerzas Armadas tienen mucho poder en Colombia, cosechado durante décadas de guerra en el interior del país. Los mandos militares estaban en contra de la llegada al poder de Petro, al que veían como el enemigo. Si ellos se oponen, el proceso sería mucho más difícil y el ELN podría sentirse desprotegido en el momento de entregar las armas. Justamente, uno de los éxitos de la paz con las FARC fue integrar a los militares en la negociación.

El ELN no es tan poderoso como lo fue en su día las FARC, que libró una guerra directa con el Gobierno colombiano. Su presencia militar es fuerte en tres territorios, donde ejercen la autoridad. Son, de hecho, un Estado paralelo. El grupo lo creó un puñado de jóvenes estudiantes colombianos deslumbrados por la revolución cubana. Detrás también estuvieron algunos miembros de la teología de la liberación, por lo que tiene unas fuertes raíces católicas. El ELN pasó por una crisis profunda que casi le lleva a la desaparición, pero un cura español de un pueblito de Zaragoza, Manuel Pérez, lo rescató y revitalizó en los años ochenta del siglo XX.

Con el tiempo se ha transformado en una organización difícil de clasificar que cuenta con algo más de 2.300 combatientes. Los viejos mandos eran muy idealistas, pero los jóvenes que les han reemplazado en los últimos años son más realistas y para financiarse han recurrido a la criminalidad. El Gobierno ha liberado a tres presos del ELN para que participen en los diálogos y ha retirado las órdenes de busca y captura sobre otros 17.

Conseguir que el ELN se convierta en un partido político es solo el inicio de lo que Petro llama la paz total, que supone acabar con todos los grupos armados del país. Una tarea titánica en un lugar como Colombia, que ha ido superponiendo un conflicto a otro a lo largo de su historia. Con estas negociaciones en Caracas, el Gobierno pretende que los guerrilleros entreguen las armas, pero el siguiente paso es que lo hagan narcotraficantes y criminales de todo tipo. A ellos se les ofrecerá reducciones de condena, la no extradición a Estados Unidos y otros beneficios que todavía no han sido concretados. Pero antes de entrar en esas honduras, toca entenderse con el ELN, algo que no será ni sencillo ni rápido. Su comandante, Antonio García, ha puesto algunos reparos a la paz total por sentirse equiparados a delincuentes comunes.

A las dos delegaciones se les ha asignado horarios distintos de comida y acceso a la sauna y la piscina en el hotel Humboldt. No habrá discusiones de pasillo ni propuestas por detrás. La guerrilla tiene una obsesión con que todo se haga con luz y taquígrafos. Es en las mesas de negociación donde se tendrá que poner punto y final a la última guerrilla viva del continente.

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