Redadas en el mar y aranceles para dejar los barcos langosteros de los Cayos de Florida sin tripulación y al borde del colapso
La combinación de la cruzada migratoria y la política comercial del presidente Trump amenaza ser el jaque mate de una industria azotada desde hace años por los huracanes, la gentrificación y el turismo
En Marathon, Florida, casi a medio camino entre Miami y Cayo Hueso, están contratando pescadores de langostas, 250 dólares por día. Pero ojo, la pesca comercial no tiene nada glamoroso, y muchos que han llegado se han ido después de la primera jornada, que empieza a la 1 de la madrugada si van “largo”, es decir, al Golfo de México, y acaba a las 6 de la tarde tras tirar y recoger 500 nasas de madera que pesan casi 70 kilos (150 libras) cuando están llenas de langostas. El trabajo es un frenesí orquestado donde uno levanta la nasa, otro saca las langostas, las mide y las guarda, y otro limpia la jaula de madera y la coloca en una pila, lista para volver al mar: una coreografía de overoles naranja.
Es una labor brutal y peligrosa para la que hay que llevar la pesca en las venas. Muchos de los capitanes de los tramperos en los Cayos provienen de una estirpe de pescadores, y los tripulantes de los barcos en su gran mayoría son de Corn Island y Bluefields, en la costa del Caribe nicaragüense, donde la ardua faena de la pesca artesanal de mariscos ha sido por siglos el principal sustento.
Pero ahora, justo cuando empieza la temporada de pesca comercial de langostas en Florida, las autoridades de inmigración están abordando las embarcaciones y arrestando a las tripulaciones en el mar, incluso a los que tienen permiso de trabajo, han denunciado armadores, tripulantes y capitanes de barcos. Muchos pescadores inmigrantes se han marchado o no quieren salir al mar, y cada día que pasa los operadores pierden dinero, con sus barcos sin tripulación amarrados a los muelles y las nasas, etiquetadas y listas para llenarse de crustáceos, apiladas como piezas de Tetris en las parcelas de los astilleros. Todos cuyas vidas dependen de que los barcos salgan al mar, temen estar viviendo el jaque mate de una industria azotada desde hace años por los huracanes, la gentrificación, el turismo, y ahora también por los aranceles de Trump.
“Básicamente están arrestando a todos y llevándolos ante un juez que decide si los van a deportar”, dice Jerome Young, un capitán cuya familia ha pescado ahí por tres generaciones y preside la Asociación de Pescadores Comerciales de los Cayos. Una lancha con agentes de la Patrulla Fronteriza abordó su barco cuando regresaba a puerto con su primera captura de la temporada a principios de agosto. Todos los miembros de su tripulación, cuatro inmigrantes nicaragüenses, fueron arrestados.
Una publicación del arresto en la página de Facebook de CBP desató críticas y controversia entre los capitanes y armadores. Pero donde la noticia corrió como pólvora fue en un grupo de WhatsApp de pescadores que antes usaban para informarse sobre cosas triviales, como quién busca compañero de cuarto, pero que desde hace meses utilizan para alertar sobre redadas y puntos de control migratorios, que hasta entonces no habían ocurrido en el mar. Por el chat supieron que los pescadores detenidos habían sido llevados al infame centro de detención Alligator Alcatraz, en los Everglades, y luego trasladados uno a Denver y otro a Texas, y que uno “ya firmó para regresar a Nicaragua”.
Los pescadores inmigrantes se han ido porque tienen miedo a que los arresten y terminen deportados, o peor, detenidos por meses en un centro de procesamiento de inmigrantes, dice uno que está escondido en los astilleros y pidió el anonimato por ese mismo temor. Su empleador, un capitán de 53 años que también pidió mantener su identidad secreta para protegerlo, dice que los tres miembros de su tripulación eran pescadores nicaragüenses experimentados que tenían permiso de trabajo, seguro social, y habían pasado el sistema de verificación estatal E-verify, confirmando su derecho a trabajar. Ahora solo queda el que está escondido, que es su mano derecha. “Son los mejores trabajadores que he tenido. Eran el ‘dream team’”, dice con pesar.
Tras el incidente en el barco de Young, varios capitanes se reunieron y fueron a la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Marathon a reclamar. Un agente les dijo que no importaba si los pescadores tienen permiso de trabajo, que Trump dice que tienen que irse y que si quisieran, que lo pelearan en la corte.
Los capitanes y pescadores también cuentan que los agentes de CBP andan a bordo de las embarcaciones de la Guardia Costera. La Guardia Costera señaló en un correo electrónico que su papel en la detención de embarcaciones se centra en garantizar la seguridad, y que puede asistir a otras agencias federales como CBP en sus operaciones. CBP no respondió a una solicitud de comentarios. Un portavoz del Departamento de Seguridad Nacional aseguró que los agentes de Interdicción Marina “abordan rutinariamente embarcaciones en busca de inmigrantes ilegales. Si se encuentran, son arrestados y puestos bajo custodia del ICE para su deportación”.
El capitán Young, de 51 años, explica que incluso en condiciones normales “conseguir tripulación es muy difícil” y que los pescadores nicaragüenses de las islas “hablan inglés fluidamente, son muy inteligentes y respetables, buenos hombres de familia, y trabajan duro”. Uno de los que arrestaron había estado con él durante 15 años y prácticamente manejaba la operación.
“Pagamos mucho a estos trabajadores inmigrantes”, dice Young. “No es que los contratemos porque sean baratos, es porque no podemos conseguir a otras personas que hagan este tipo de trabajo. Por lo general son hombres jóvenes en edad laboral que vienen y pueden vivir juntos tres o cuatro. Probablemente no sea en un lugar muy agradable. Es difícil conseguir a alguien local que venga a trabajar en el barco y gane suficiente dinero para pagar vivienda, mantener a una familia y todo lo demás”. Los bienes raíces en los Cayos están entre los más caros de la península, así que entre tres o cuatro pescadores comparten un modesto apartamento de un cuarto que cuesta entre 2.500 y 3.500 dólares.
La mayoría viene a trabajar pero tiene a su familia en Nicaragua, y envían remesas. Uno de sus empleados tenía una lista de 15 o 20 personas a quienes enviaba dinero. “Sacrificó su tiempo lejos de su familia para estar aquí. Una vez le pregunté ‘¿Cuándo vas a ir a casa a ver a tu familia?’ Sabes, realmente no es una opción para ellos. Tienen que quedarse y trabajar. No había visto a su familia en años”.
Es el caso del pescador que está escondido en los astilleros. Su familia está en Corn Island, cuenta empapado de agua con olor a marisco limpiando nasas. Su esposa es maestra y gana unos 120 dólares al mes. Tiene una hija que va a cumplir 16 el mes que viene que nació enferma, y los medicamentos le cuestan “como 500 dólares” al mes. “Cuando nació, dijeron que iba a morir. Ese es el problema. Por eso rebusco aquí”, dijo señalando la montaña de nasas en el embarcadero, apiladas junto a una caseta rústica, aparejos, herramientas y piezas de barco.
El hombre, de 47 años, comenzó a pescar desde los 9. En su isla natal ese es el principal sustento. Es un pueblo pequeño con un clima como el de los Cayos donde todo el mundo se conoce y la voz se corre de lancha en lancha. Así se enteró que había trabajo para pescar en los Cayos. Vino a probar y ya lleva más de tres años durante los que ha visto llegar a los muelles gente de Canadá, Alaska, y Maine que no han durado un fin de semana.
“A mí me gusta pescar, langosta, cangrejo, pescado, lo que sea. Es como un hobby, aunque es duro. Pero la pesca aquí es lo mismo, solo que en Nicaragua no ocupamos guinche, es a mano”. Es más maña que fuerza, advierte. “Vos tenés que saber cómo agarrar la nasa para tirarla, para levantarla”, dice levantando ambos brazos y una rodilla hacia el frente. “Cuando está en el agua, con el agua metida en la madera, pesa más. Si haces fuerza, te mata”, recalca. Son 500 nasas al día y no se para hasta la última.
Su jefe le sigue pagando aunque no salga al mar, porque no quiere perderlo, pero no sabe cuánto más pueda aguantar. Dice que todavía tiene 1.000 nasas en tierra y no tiene tripulación para salir a ponerlas, y 1.000 en el mar que no han podido ir a revisar.
“Quiero trabajar, pero no puedo. Yo nunca he ido a la cárcel. Ni aquí, ni allá en Nicaragua, ni en ningún lado. Nunca tuve problemas. Siempre he seguido la ley. Dijeron que querían permiso de trabajo, lo saqué. El primer abogado me robó 1.200 dólares. El segundo 1.000. Después saqué el [seguro] social y el ID”. También tiene un seguro médico que le cuesta 46 dólares al mes. “Pero ahora que tengo todo, no puedo pescar, porque se están llevando a todo el mundo parejo. Con permiso, sin permiso, a todo el mundo parejo”.
Ryan Irwin, un capitán cuya familia también ha estado en el negocio de la pesca por generaciones, dice que la tripulación es “como familia y amigos”, y que las autoridades “de la noche a la mañana” decidieron deshacerse de ellos. “Cuando ves la misma tripulación, a las mismas personas en un barco durante años, es porque se han ganado su lugar, porque son buenos trabajadores”. Al quedarse sin tripulación, su papá, de 64 años, tuvo que regresar a capitanear y él a trabajar en la parte de atrás del barco, con el guinche.
Algunos pescadores inmigrantes llegaron a los Cayos con visa de trabajo H-2B, para trabajadores no agrícolas. Durante el gobierno de Joe Biden, algunos cuyas visas habían expirado aprovecharon los programas migratorios del parole humanitario o el CBP One, se fueron y volvieron legalmente con permisos de trabajo. Pero en abril el Gobierno de Trump canceló esos programas. Cuando las autoridades abordaron su barco “revisaron esos permisos de trabajo y supongo que reconocieron el estatus que tenían y por eso los arrestaron”, cuenta Young.
Según el capitán, el programa de visas H-2B “no encaja” en la industria porque las fechas no coinciden con las temporadas, y anhela una reforma al sistema que incluya una categoría para pescadores comerciales. “Necesitamos expandir ese programa y reconocer que esta industria históricamente ha necesitado trabajo inmigrante. Es algo que, a nivel nacional, no podemos cubrir por nuestra cuenta y no deberíamos tener que pasar por todos estos obstáculos”.
También se cierne sobre ellos la gentrificación de los Cayos. “La tierra que tenemos disponible para almacenar nuestras nasas son propiedades valiosas. Quedan muy pocas propiedades comerciales marítimas disponibles en los Cayos”, cada día son más caras y “ese gasto extra nos pesa bastante”, agrega.
La espina dorsal de los Cayos de Florida
La autopista A1A, llamada Jimmy Buffett Highway, se extiende unos 200 kilómetros desde Florida City, al sur de Miami, hasta Cayo Hueso, conectando la cayería como una estrecha vena de puentes sobre el océano. Pero los tramperos aseguran que su industria es la espina dorsal que sostiene la cadena de islas que emergen del Gran Arrecife de Coral de Florida, alargando la península lo más cerca posible de Cuba.
La pesca con nasas en los Cayos precede al turismo por siglos. Para los primeros pobladores, fue mera subsistencia, pero desde principios del siglo XX, Cayo Hueso era una conocida fuente comercial de langosta, caracolas y esponjas, mucho antes de que se convirtiera en un popular destino turístico, que ha ido desplazando a los pescadores. Las marinas recreativas, hoteles, y restaurantes frente al mar han ocupado muchos de los muelles y terrenos que antes se usaban para la pesca comercial.
La langosta que se pesca en los Cayos es la langosta espinosa del Caribe, que tiene unas espinas que le cubren el caparazón y no tiene muelas grandes, como la langosta del norte, o langosta de Maine, que es la más popular en Estados Unidos. La espinosa, no obstante, es la preferida en Asia y Europa por su sabor, textura y versatilidad en recetas tradicionales.
Florida tiene regulaciones estrictas sobre las tallas mínimas de los crustáceos, la temporada de veda y medidas sanitarias que contribuyen a que la langosta espinosa que pescan en los Cayos sea una de las mejores del mundo. Por eso los restaurantes y distribuidores de China y algunos países europeos pagan precios premium, mucho más que lo que los restaurantes y mercados locales pueden ofrecer.
Por esto, a los pescadores de los Cayos, exportar les da mejores ganancias que vender localmente. Y los clientes de Asia y Europa prefieren las de los Cayos que las de la competencia del Caribe, pues son más grandes, certificadas y confiables, con una cadena de frío estrictamente documentada que muchos países de la región no pueden garantizar.
Pero la guerra de los aranceles de Trump ha provocado una cautela incómoda en los compradores, dice el capitán que pidió el anonimato, a quien solo le quedan dos clientes, ambos de China. “Ellos dicen que si compran un par de millones de dólares en langosta y al día siguiente Trump se despierta y dice ‘145 % de aranceles para China’, lo pierden todo”. La situación es tan volátil que a veces hay un precio por libra cuando salen a pescar que puede haber cambiado cuando regresan por la tarde, agrega.
“No vamos a llegar al final de la temporada. Tenemos cuentas que pagar. Se necesita mucho dinero para mantener esto”. Salir a pescar cuesta como mínimo 1.300 dólares entre empleados y combustible, pesque o no. Por eso tiene que garantizar las 500 nasas. Por eso necesita su “dream team”. Con una tripulación sin experiencia, apenas logrará recoger 200, y gastará el doble. Durante la temporada baja, gastó unos 35.000 dólares entre reparaciones y otros gastos operativos que por lo general recupera en agosto, pero este año no ha sido así, dice con pesar, mirando al mar como si buscara una respuesta, que parece encontrar.
“Para dedicarte a esto, hay que amarlo de verdad. Es duro e ingrato. Arriesgamos la vida allá afuera todos los días. Pero nada se compara con lo que se siente al ver esas nasas salir del agua repletas de langosta”, dice. “Debería estar pescando todos los días”.