El atentado a Miguel Uribe Turbay en Colombia: ¿país inviable?
Por miles de razones, Colombia no es un país de mierda y sí es viable

En los últimos días he tenido conversaciones sobre el atentado a Miguel Uribe Turbay con muchos colombianos consternados por el ataque al joven senador. En la desazón del momento, escuché a varias personas decir que Colombia es un “país de mierda”, o que “es inviable”. Comprensible por la angustia. Las nuevas generaciones descubrieron la zozobra, el nudo permanente en el estómago que vivimos en la segunda parte de los años ochenta y noventa en medio de los asesinatos, atentados, bombas y secuestros de las guerrillas y los narcotraficantes. Las generaciones anteriores, que pasaron por ese momento, ven con horror el regreso de esas épocas violentas.
¿Es Colombia un país de mierda o no es viable? La respuesta es no. Por miles de razones, Colombia no es un país de mierda y Colombia sí es viable. Y los Turbay son uno de los mejores ejemplos de ello.
No conozco a Miguel Uribe, salvo por haberlo saludado brevemente en algún evento, no recuerdo cuando ni donde. Sé que viene de una familia que a punta de trabajo y esfuerzo se ha ganado un espacio en la historia de Colombia. Como su abuelo Julio César Turbay que, siendo hijo de un inmigrante libanés y colombiano de primera generación, llegó a presidente de Colombia, sin ser de la sociedad tradicional bogotana y sin siquiera haber podido estudiar formalmente una carrera profesional.
Él, y muchos de los Turbay después, han logrado un sitio en la historia y en la sociedad de Colombia. Unos, en la política: como Miguel, su abuelo y otros, incluyendo a su tío Jorge Eduardo Géchem Turbay, cuyo secuestro en 2002 llevó a la ruptura del proceso de paz del presidente Andrés Pastrana. Otros, en el periodismo: como su madre Diana, secuestrada por Pablo Escobar y muerta de un balazo en un intento de rescate en 1991. Algunos más en la cultura y el entretenimiento: como sus primos Paola Turbay, actriz y empresaria, y Juan Gabriel Turbay, músico y cofundador de Poligamia, una de las bandas de rock más emblemáticas del país, que nos alegró la temprana juventud en los noventa.
Y ni hablar de su abuela, Doña Nidia Quintero, una líder social y filántropa, gran influencia en su vida. Doña Nidia creó en 1975 -antes de ser primera dama del país- una de las fundaciones más significativas en beneficio de la niñez, Solidaridad por Colombia, que hoy maneja María Carolina, la hermana de Miguel.
Algunas de las excelentes referencias sobre el compromiso, la dedicación y la disciplina de Miguel, me llegan de personas tan disímiles como una compañera de estudios suya, europea, con quien trabó amistad en la Universidad de Harvard; al igual que de un analista político que lo ha conocido y seguido su carrera de cerca y lo define como un hombre tremendamente capaz y amable como persona, además de ser un político comprometido y pulquérrimo. Quienes lo conocen de cerca coinciden en que es un hombre honorable y dedicado a su familia, que no tiene tachas por conductas indebidas, ni siquiera inapropiadas.
Miguel, que no ha llegado a los 40 años, es parte de un grupo de políticos y líderes, de todas las tendencias ideológicas, hijos de víctimas fatales de las diferentes formas de violencia en Colombia. Su historia es la de muchos colombianos marcados por la tragedia, algunos conocidos y muchos más anónimos, que siguen creyendo y trabajando -cada uno desde su esfera- para mostrar que Colombia sí es un país viable. Al punto que en una entrevista en 2021 contó cómo ya había perdonado a quienes secuestraron y condujeron a su madre Diana a la muerte, “incluyendo a Popeye y compañía”, el sanguinario jefe de sicarios al servicio de Pablo Escobar.
El atentado a Miguel Uribe Turbay, perpetrado además en medio de una descontrolada ola de ataques terroristas en el sur del país, se ha convertido en el símbolo de lo que pone a muchos colombianos a dudar del futuro. Pero a la vez, la lucha que enfrenta en este momento con su valiente esposa y su familia, la dignidad y la entereza con que han llevado esta situación, están dando un gran ejemplo.
Ahora él encarna la ilusión de que ese país supere esta época sombría y no siga en su camino de regreso a un pasado brutal que se creía superado. Por eso, decenas de miles de colombianos marcharon el domingo anterior, esperando que Miguel se recupere, pero también abrumados por la violencia que parece estarse tomando el país. Para que no existan organizaciones criminales ni sicarios como el que le disparó a Miguel y para que, como a él y a tantos colombianos, anónimos o no, no los asesinen por sus convicciones o sus ideas.
En este momento, los líderes políticos colombianos tienen que entender lo que sucede, y enfrentar la situación tan compleja a que ha llegado Colombia. Está más que demostrado -empírica y académicamente- que la conducta de los dirigentes políticos, empezando por quienes ostentan los altos cargos del estado, moldea la de sus seguidores. Cuando los líderes matonean, muchos se sienten autorizados a actuar igual o peor.
No solamente es deseable que los líderes dejen de promover la radicalización y la violencia con sus palabras y sus actos. Es su obligación ser ejemplo de civilidad política. Las elecciones presidenciales del año entrante no son excusa para no hacerlo.
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