Pablo Casado y Vox, tensión sexual no resuelta

Pocos españoles parecen tener más ganas de votar a Abascal que el candidato del PP. Ninguno puede presumir de, a falta de meter él mismo una papeleta, darle miles de forma indirecta

Pablo Casado en la clausura de un mitin del PP en Murcia.Edu Botella - Europa Press (Europa Press)

Pablo Casado ha dicho que Vox puede entrar en el Gobierno si ellos lo quieren y sus escaños son decisivos. Pocos españoles parecen tener más ganas de votar a Vox que Pablo Casado; ninguno puede presumir de, a falta de poder meter él mismo la papeleta, llevar miles de forma indirecta. Desde que libró batalla en las primarias la obsesión de Casado ha sido recuperar primero los dos militantes del PP que se fueron a Vox, luego los aproximadamente cien votos que calculó Vox robaba al PP, más tarde será desalojar a Vox de los ministerios que él mismo le dará, y finalmente llegar a la verdadera misió...

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Pablo Casado ha dicho que Vox puede entrar en el Gobierno si ellos lo quieren y sus escaños son decisivos. Pocos españoles parecen tener más ganas de votar a Vox que Pablo Casado; ninguno puede presumir de, a falta de poder meter él mismo la papeleta, llevar miles de forma indirecta. Desde que libró batalla en las primarias la obsesión de Casado ha sido recuperar primero los dos militantes del PP que se fueron a Vox, luego los aproximadamente cien votos que calculó Vox robaba al PP, más tarde será desalojar a Vox de los ministerios que él mismo le dará, y finalmente llegar a la verdadera misión por la que Casado llegó al PP: no ser absorbidos por Vox.

La relación del candidato popular con la extrema derecha se resume en una de sus brillantes frases: “No tienen ninguna razón para no votar al PP”, que se arregla sabiendo que se refiere tanto a Vox como a Ciudadanos. Pase lo que pase el domingo, la foto de Colón es una foto de época: son Macron, Sarkozy y Chirac manifestándose con la familia Le Pen; son Macron, Sarkozy y Chirac no siendo, por parte de ideologías distintas, la esperanza de las democracias europeas frente al fascismo, sino socios de él.

Cuando Casado cuenta: “Que nadie diga: ‘Os votaría, pero tenéis que cambiar. Ya hemos cambiado. Ya hemos corregido. Hemos aprendido de nuestros errores”, incurre en el filtro burbuja que Eli Pariser enseñó en su libro: se dirige a los que tiene cerca por entorno y afectos, como esos usuarios de las redes que creen que la reacción a las noticias es la de sus cuarenta amigos. ¿Cuánta gente que vota a Ciudadanos o al PSOE puede pensar del PP de Casado: “Os votaría, pero tenéis que cambiar”? ¿Desde cuando se cambió la cantinela de que unas elecciones en España se ganan peleando el centro para llegar a la conclusión de que se ganan peleando la extrema derecha?

Por eso que Financial Times y The Economist defiendan a Pedro Sánchez no se debe a que estos dos periódicos estén locos porque una de las principales economías mundiales esté gobernada, según las versiones más exóticas, por secesionistas y terroristas que emprendan, mediante el caos y la violencia, la liquidación de España, una mercancía que, aunque potente electoramente, es difícil de colocar fuera de España más allá de Breitbart News. Tampoco se debe a que hayan visto en Sánchez, el interesado y oportunista Sánchez, a un estadista llamado a hacer historia avalado por grandes éxitos anteriores.

La razón es la misma por la que los cordones sanitarios se hacen sobre los partidos de extrema derecha, no sobre los socialdemócratas. Porque un sorpasso de Vox a sus cómplices sería ver repetida una historia de la que aún quedan supervivientes: cuando aparece la extrema derecha y primero no la combates, luego le das la mano y finalmente la invitas a casa, siempre se queda con la casa.

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