Análisis

El líder mínimo

Pedro Sánchez se corona como candidato único y precario en una situación crítica del PSOE

Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, el pasado 27 de abril. ULY MARTIN

La victoria de Pedro Sánchez en unas primarias sin rivales simboliza la paradoja de un líder sin liderazgo. Nunca ha tenido el PSOE un timonel tan franco en el organigrama y tan discutido entre sus coroneles, aunque el ruido de los sables ha restringido el motín y el sabotaje a los espacios privados y a los mensajes subliminales.

De hecho, su autocoronación como candidato a las elecciones del 26-J se produce por los recelos pr...

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La victoria de Pedro Sánchez en unas primarias sin rivales simboliza la paradoja de un líder sin liderazgo. Nunca ha tenido el PSOE un timonel tan franco en el organigrama y tan discutido entre sus coroneles, aunque el ruido de los sables ha restringido el motín y el sabotaje a los espacios privados y a los mensajes subliminales.

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De hecho, su autocoronación como candidato a las elecciones del 26-J se produce por los recelos preventivos de sus adversarios. Susana Díaz nunca encuentra el momento para cruzar el Rubicón y persevera en los peligros de la solterona, temiendo al mismo tiempo que los militantes llamados a votar discrepen del fervor que le han concedido los patriarcas del PSOE, incluidos entre ellos los expresidentes González y Zapatero.

Pedro Sánchez lidera el partido porque nadie se atreve a disputarle el cargo y porque nadie realmente quiere hacerlo, con más razón cuando la coyuntura de la repetición electoral incita a añorar incluso el resultado de los 90 diputados.

Igual tenía razón Sánchez cuando proclamó que fue histórico. No comparado con los anteriores, sino con la situación crítica a la que apunta el 26-J en una crisis de idiosincrasia. El pacto de investidura con Ciudadanos centra al PSOE, pero la maniobra ha creado un corpulento rival en el caladero moderado —Albert Rivera— y arriesga a producir una fuga de votos entre los simpatizantes de la izquierda.

Es la gran amenaza que han logrado urdir Iglesias y Garzón. Asumen ambos el peligro que implica asustar a los socialistas cautelosos, pero el mérito político, dramatúrgico y hasta simbólico de haber hermanado "la verdadera izquierda" puede suponerle al PSOE no ya perder el Gobierno, sino incluso desposeerse del liderazgo de la oposición, quedarse expuesto a una refundación traumática e impredecible.

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No es el escenario que se ha construido Sánchez camino del 26-J. Al contrario, se diría que el "líder mínimo" del PSOE confía en una extraña y asimétrica extrapolación política del cholismo. No ganando partido a partido, sino capitulando en todos los que ha disputado. Perdió las elecciones, perdió la investidura.

La gran duda consiste en despejar si los contratiempos han hecho de Sánchez un líder resiliente, superviviente, inmortal o si lo han colocado en el umbral del eslogan que ideó un difunto partido hondureño: "Estamos en el precipicio, demos un paso hacia adelante". El PSOE no se ha creído a su líder. Ni tampoco lo ha dejado trabajar. Los dogmas del Comité Federal -no a Podemos, no al PP, no a los nacionalistas- han restringido la acción de Sánchez al ilusionismo. Y no ha podido realizar el truco de las cadenas bajo el agua porque sus propios compañeros le escondieron la llave.

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