La hora de la presidenta Sheinbaum

Sheinbaum está consciente de que se le juzgará por su capacidad de conciliar principios con decisiones, por su congruencia en la negociación, por el contraste entre lo que acepte y lo que obtenga ante la llegada de Trump

Claudia Sheinbaum en Acapulco, México.David Guzmán (EFE)

Parafraseando al poeta cubano Eliseo Diego, el sexenio de Claudia Sheinbaum por fin comienza el lunes. El 20 de enero, con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, quedará superada toda especulación sobre quién manda en el país. O es ella, o la historia se lo demandará.

No existe precedente...

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Parafraseando al poeta cubano Eliseo Diego, el sexenio de Claudia Sheinbaum por fin comienza el lunes. El 20 de enero, con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, quedará superada toda especulación sobre quién manda en el país. O es ella, o la historia se lo demandará.

No existe precedente de lo que México vivirá a partir de la semana entrante y por largos cuatro años. La agenda Trump es una granada cuyas esquirlas pegarán en múltiples ámbitos de la nación que, recurriendo a otro clásico, tiene la mala suerte de colindar con EE UU.

Por más claridoso que haya sido en la campaña el candidato Trump, por más animosidad que él y su equipo borboteen contra México, lo mismo en audiencias parlamentarias que en redes sociales, la nación mexicana aguarda con temple la inminencia de esa agenda.

Y la presidenta llega a su cita con el destino —Claudia Sheinbaum Pardo, y nadie más, va a conducir a México en este trance— con enorme respaldo popular y sujeta al poder de mejor forma, quién lo duda, que el gobernante de Canadá, a quien Trump terminó de hundir.

Sheinbaum ha padecido en las semanas desde la elección de Trump el 5 de noviembre algo de la aspereza con la que ahora tendrá que convivir semana a semana. Sin embargo, nadie puede decir que en estos meses se ha achicado o que haya resentido tales escarceos.

En ese periodo, además, la presidenta ha trazado algunos ejes del plan de contención. El primero de ellos, no por obvio menos importante, es muy revelador del posicionamiento desde el que se emplazará ante la embestida del poderoso estadounidense: Claudia Sheinbaum ha hecho saber que la apuesta de México es por Norteamérica, que si alguno de sus compañeros de movimiento tenía nostalgia por un viraje hacia China, se van a quedar con las ganas. Una visión realista, pragmática y táctica.

En la presentación el lunes del llamado Plan México, de todo cuanto se dijo ahí no hubo cosa tan importante como la contundencia del secretario de Hacienda, que en breves minutos estableció cómo la región del T-MEC ha perdido competitividad frente a China.

Esa es la lectura de la presidenta. La tormenta que se pronostica a partir del lunes ha de tener como hoja de ruta poner a la economía mexicana en modo catalizador, de forma que los eventuales aranceles se conviertan en oportunidades de más y mejor industria nacional.

No será sencillo capotear el paradigma megaproteccionista de Estados Unidos, pero en eso se verá si Sheinbaum ha hecho los deberes en todas estas semanas. Si su equipo en Economía tiene los tamaños, si su alianza con las y los empresarios es real y eficaz.

En otro de los polos de riesgo predecibles también ha movido sus fichas con astucia la jefa del Ejecutivo. Su aliado Omar García Harfuch se ha convertido en una oportuna fuente de importantes noticias sobre lo que implica el cambio de estrategia frente a los criminales.

La paz está muy lejos de conseguirse en el país. La conversación con respecto a lo que hace o deja de hacer el Gobierno, en cambio, sí es una muy distinta desde el 1 de octubre, y eso le da a México argumentos ante los ánimos de injerencia de los halcones trumpianos.

Es un valor agregado que ese cambio de estrategia en seguridad no sea en forma alguna una respuesta a la elección estadounidense. Antes de esta, la presidenta ya demostraba, así sea con cifras sobre las que cabe cierto escepticismo, su denuedo por abatir sustancialmente los delitos.

En el tema migrante, Claudia Sheinbaum tiene definiciones puntuales. El Gobierno busca contratar cabilderos en Washington al mismo tiempo que manda al canciller al territorio: quiere que la red consular en EE UU sea eso, un sistema bien articulado para proteger paisanos.

En el lado mexicano de la frontera norte se desplegarán centros de acogida para los potenciales expulsados; y se afina la logística para internar connacionales a sus estados de origen. No se ha perdido tiempo en planear ese eventual desembalse humano.

La otra calistenia presidencial en la agenda migratoria tiene que ver con desarrollar agilidad a la hora de pronunciarse sobre las amenazas de la inminente administración Trump, que pretende imponerle al país de nueva cuenta el legalmente problemático Remain in México.

Sheinbaum está consciente de que se le juzgará por su capacidad de conciliar principios con decisiones, por su congruencia en la negociación, por el contraste entre lo que acepte y lo que obtenga en una mesa en donde se pretende no darle su debido lugar a México.

La presidenta se ha guardado algunas de sus cartas. Ha aprendido a no contestar en caliente todos los mensajes de Trump. Y se le reconoce porque sus reacciones no derivaron en crisis, ni en flaqueza en su talante. Y a pesar de ello, es prematuro decretar que está lista.

Este lunes comienza un nuevo juego y en aras de estar a la altura de su deber, como presidenta, de velar en todo por la patria mexicana, Sheinbaum ha de revisar qué de lo que le ha servido en sus primeros cien días en el cargo quedará superado o incluso le restará margen.

México será puesto a prueba como nación soberana. Es imposible descartar que el apetito expansionista del próximo presidente de EE UU dispense a su vecino del sur de sus tarascadas. Es obligatorio prepararse ante un gobierno que pisoteará leyes y principios.

De arranque, la presidenta cuenta con legitimidad democrática y fuerza política. Ello, que Claudia Sheinbaum tenga popularidad en porcentajes que incluso superan los votos que obtuvo, constituye el mejor escenario posible dentro del ominoso panorama.

Lo que toca es que la presidenta accione en las semanas por venir todo aquello que le sume autoridad, todo cuanto fortalezca su posición y por tanto la de México. En la agenda que le interesa a sus gobernadas y gobernados, y en la que le interesa a los vecinos. En ese orden.

¿La mejor política externa es la interna, como se decía el sexenio anterior? Entonces llegó la hora de ver si Claudia Sheinbaum eleva el nivel del debate, abre su interlocución fuera del oficialismo y discrimina —más que solo implementar— en la agenda que le fue impuesta.

Las encuestas han arrojado un veredicto inicial de aceptación a la manera en que ejerce el poder la presidenta. Son muy buenos números, mas son cifras propias de una luna de miel. Lo que viene, en medio de malos datos económicos, complicará ese respaldo.

Sheinbaum ha privilegiado un modelo comunicacional donde personajes de muy baja sofisticación sonsacan a la presidenta para que divida al país entre patriotas y supuestos traidores. Esa retórica puede tornarse en peligros reales sin las cosas se complican.

Todas las expresiones de la presidenta se cargarán de un nuevo significado por el embate de un personaje que consuetudinariamente retrata a los mexicanos como delincuentes. ¿A quién le sirve equiparar a opositores y críticos con Miramón, como hizo ella días atrás?

De igual forma, hasta hoy era medio comprensible el machacón discurso mañanero que niega el bache recesivo de la economía. Que la nación la escuche advertir de riesgos, por datos negativos que toca a todos tratar de revertir, será a la postre más provechoso, más presidencial incluso.

Igualmente, México se podrá arropar en la máxima juarista de la paz como producto del respeto al derecho ajeno si, en efecto, este es una realidad tanto en la implementación de la reforma judicial, como en el estricto cumplimiento del Gobierno de todas sus obligaciones.

La credibilidad de la presidenta no puede ser comprometida por colaboradores ni compañeros de movimiento tiznados con manchas de negligencia, por sospechas de colusión criminal o con fama de abusos o corruptelas. Su autoridad es para ejercerla, no para dilapidarla cuidando a impresentables.

Toda una carrera política de lucha por la democracia, comenzando por los principios progresistas que aprendió en la casa materna, forjaron el carácter de una presidenta a la que el lunes el destino pondrá frente a un poderoso ser que pisotea la democracia. Es su hora.

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