Julio Scherer antes de ser Julio Scherer
Me atrevo a decir que en estos tiempos de posturas tan enconadas y a veces irreconciliables, uno de los pocos consensos que tenemos es que Julio Scherer es el mejor periodista mexicano de los últimos tiempos
Cuando tenía 14 años, descubrí Los Periodistas. Fue la primera novela contemporánea delante de mis ojos. Antes había leído a Verne, Conan Doyle, London, Poe y algunos clásicos de la biblioteca pública del barrio, o bien, libritos vaqueros de Estefanía que mi padre apilaba en el buró junto a los calcetines.
La lectura inicial me desconcertó porque era una novedad para mí el juego con el lenguaje que hacía el autor. Vicente Leñero a veces usaba el monólogo, otras el guion cinematog...
Cuando tenía 14 años, descubrí Los Periodistas. Fue la primera novela contemporánea delante de mis ojos. Antes había leído a Verne, Conan Doyle, London, Poe y algunos clásicos de la biblioteca pública del barrio, o bien, libritos vaqueros de Estefanía que mi padre apilaba en el buró junto a los calcetines.
La lectura inicial me desconcertó porque era una novedad para mí el juego con el lenguaje que hacía el autor. Vicente Leñero a veces usaba el monólogo, otras el guion cinematográfico, luego pasaba a lo epistolar, después al narrador omnisiciente y así iba desplegando una serie de formas diferentes de contar la dramática historia de resistencia de un grupo de personas que defendían la autonomía de un periódico crítico asediado por un pernicioso poder oficial que consideraba la reputación del Presidente asunto de Seguridad Nacional.
El ataque realizado por el Gobierno de Luis Echeverría el 8 de julio de 1976 ya es parte de nuestra épica moderna. Tengo la idea de que lo que fue para una parte de mi generación el alzamiento zapatista de 1994 en cuanto a ruptura, posibilidades de imaginación y esperanza por cambiar algo, lo fue el Golpe a Excélsior para muchos de la generación anterior.
Con la lectura de Los Periodistas, lo que descubrí fue a un personaje que se desenvolía con destreza en un mundo de traiciones y conspiraciones. Julio Scherer era un idealista que había desafiado al poder por un mero y puntiagudo afán de congruencia, un personaje cargado de sentido moral y ético en medio de la indigna verborrea pagada que marcaban los tiempos dominantes, en este caso de un PRI que comenzaba su proceso de extinción, el cual todo indica que vamos a tener la dicha de presenciar pronto. (O por lo menos de sus siglas).
No vengo de una familia lectora ni de periodistas. El periodismo lo descubrí por la pluma de Leñero y la hazaña de su personaje Scherer, por lo que mi primera impresión sobre los periodistas fue la de que todos eran rebeldes, justicieros, o los locos más cuerdos de la redonda.
Luego de saber que el protagonista de la novela era alguien real, busqué leer todo lo que pude de su propia autoría. En aquel fin del mundo donde crecí, llamado Monterrey, los domingos de los noventa tomaba un camión para ir al Sanborns del centro a leer gratis la Proceso de cada semana. Tener la suerte de ver el apellido Scherer firmando algún texto me hacía realmente feliz.
Durante los años siguientes devoré todos los libros de Don Julio sobre cárceles y criminales, con la misma fascinación que lo hice con sus libros sobre los salones del poder y presidentes. Don Julio exploraba por igual a los de arriba que a los de abajo, para encontrar clarosocuros, o más bien oscuroclaros, —sobre todo los de los salones del poder—, a través de los cuales confrontaba mis visiones sobre el mundo, el país e incluso a nivel personal.
Los textos que no conocía son los que vienen en su mayoría en Periodismo para la historia, antología de Grijalbo reunida por Rogelio Flores Morales, director del Archivo de Proceso. Uno de los placeres que me ha dado esta lectura es descubrir a Julio Scherer antes de ser Julio Scherer. Cada página la he leído con esa emoción y vértigo, sintiendo casi lo mismo que sentí cuando leí Los Periodistas hace 30 años.
El libro está compuesto por cuatro volumenes que podrían haber sido también cuatro libros por separado, debido a la alta calidad literaria, periodística e histórica de cada uno de los apartados.
Un primer volumen reúne crónicas, entrevistas y reportajes publicados entre 1947 y 1959. María Félix, José Clemente Orozco, Juan O Gorman, Alfonso Reyes, Pedro Infante, Diego Rivera, Francisco Goitia, José Vasconcelos, entre otros centuriones desfilan por aquí. El mundo cultural mexicano de mediados del siglo XX es visto con una ya afilada perspectiva política por el joven reportero veineañero, que le entra al debate sobre el oportunismo y el mexican curios del arte mexicano de la época. Las primeras polémicas de las que escribió el periodista que fundó la revista más aguda y contestataria, fueron las de los muralistas mexicanos.
Destaco de este volumen los obituarios narrativos de grandes artistas mexicanos. En sus inicios reporteriles, Don Julio parecía ser una especie de corresponsal de funerales que fisgoneaba con respeto pero decisión en los cuartos de los próceres recién fallecidos para averiguar qué estaban leyendo antes de morir y qué frases habían subrayado en sus últimas lecturas, o espiaba con refinadas artes auditivas las conversaciones de los deudos en la cocina de los velorios… Desplegaba desde entonces portentosas dotes de retratista con un pulso literario que le permitía registrar el momento histórico pero también las pequeñas historias dispersas alrededor del acontecimiento fúnebre.
En esta misma sección se empieza a ver también a Don Julio como corresponsal de guerras en ciernes. Su cobertura de un delirante incidente naval en la frontera de Chiapas y Guatemala finales de los cincuenta lo revela como un reportero de campo, con mirada afilada, que va a tierra para contar los sucesos pero también accede a las élites políticas para indagar el trasfondo de un ataque hecho por la aviación militar guatemalteca a una flotilla pesquera mexicana catalogada como pirata.
Un segundo volumen de textos antologados corresponde al periodo de 1960-1965. Ahí pareciera que Don Julio descubre el mundo. La pura lectura de la serie de crónicas que escribió del Japón de la postguerra haría que valiera la pena tener este libro, de verdad, incluso para alguien que no tenga idea de quién es don Julio o no comparta el fanatismo que voy revelando en este texto.
En la crónica El minuto actual de Japón, Don Julio relata la vida nocturna de Hiroshima, poco más de una década después de la bomba, mientras que en otras ciudades japonesas encuentra fracasados kamikazes o al misterioso escritor Mishima, observa el proceso de industrialización, el teatro kabuki…
Su intensa curiosidad y su mirada detallista derivan en una prosa esmerada en las descripciones de personas y lugares. ¿A qué huelen?, ¿qué tipo de zapatos tienen?, ¿cómo les pega la luz cuando se acomodan el pelo? Don Julio refleja desde aquellos años esa mirada especial que le permitió tener un aliento lírico inusual en el periodismo político. Nunca pone los ojos hacia arriba para mirar al poder con sumisión ni tampoco mira hacia abajo, con superioridad, a nadie. Su mirada es directa, natural. Y su crónica japonesa es periodismo literario en estado puro.
Don Julio va también a Argentina, Perú, Ecuador y Bolivia para revisar el nazismo, el peronismo, las dictaduras y las democracias de opereta, temas que por desgracia, por cierto, se leen actuales. En esos lugares entrevista con maestría a algunos de los más de cien presidentes derrocados por esos años en una Latinoamerica en una crisis permanente que se parece a la de ahora, aunque distinta.
Otra cosa admirable de Don Julio, —¿y quizá de la curaduría hecha por Rogelio Flores?—, es que cuando aborda estos y otros temas complejos a lo largo del libro, su punto de vista progresista y humano se mantiene sólido y cautivante, pese a que ya ha pasado tanto tiempo. Sus textos no envejecieron mal. No hay opiniones, adjetivos, o perspectivas caducas. Hay columnas publicadas ayer que se sienten más rancias que estas crónicas radiantes de hace medio siglo.
En el tercer volumen, que va de 1966 a 1974, se nota a Don Julio más maduro y más clavado en la geopolítica mundial. Viaja por Estados Unidos, entrevistando a Martin Luther King y a Robert Kennedy, quien le da al enviado de Exclésior una primicia mundial, incluso antes que al New York Times.
También va a Europa para entender las tensiones de la Guerra Fría. Denuncia el apartheid en Sudáfrica y finalmente llega a China para escribir otra maravillosa serie de crónicas rocambolescas en las que habla de Mao Tse Tung, por supuesto, pero también de las mujeres, el metro, el sentimiento antiyankee y la acupuntura.
En el volumen final del libro, que comprende de 1975 a 1980, Don Julio investiga con determinación detectivesca la participación de Estados Unidos en el golpe militar dado en Chile a Salvador Allende. Encuentra testimonios, documentos y todas las pistas claves de una infamia gringa que ahora ya sabemos con plena certeza, pero que en aquellos años setenta aún estaba entreoculta o no dicha. Don Julio lo sabía y la probaba.
También están otros textos sobre Irán y Bangladesh, que por las fechas y lo que recuerdo de Los Periodistas, fueron hechos en los preámbulos del Golpe a Excélsior.
Así es como acaba este cuarto y último volumen de la antología.
Y para terminar yo también, me atrevo a decir que en estos tiempos de posturas tan enconadas y a veces irreconciliables, uno de los pocos consensos que tenemos es el hecho de que Julio Scherer es el mejor periodista mexicano de los últimos tiempos.
Eso quedó establecido hace años, gracias a su defensa cabal de la integridad periodística en medio del Golpe a Excélsior, a la posterior fundación de un semanario transgresor y heroíco como Proceso y a la larga lista de textos fundamentales de su autoría, ya clásicos del periodismo y la ciencia política, que van desde su libro Los Presidentes hasta la entrevista que a sus 86 años de edad hizo al Mayo Zambada.
Pero con este nuevo libro se reafirma aún más la genialidad de una figura llena de pasión moral, espíritu crítico y aventurerismo. Don Julio no es solo el periodista del siglo XX en México. Es uno de los cimientes de lo mejor que tiene la alicaída modernidad democrática de esa comedia amarga llamada México.
Ni boy scout ni hijo de puta. Ni Jacobo Zabludowsky ni Carlos Denegri, dicho en mejor español. Don Julio transitó su idealismo sin ser naive y su pragmatismo sin volverse cínico… Perdón por tanto fanatismo pero debo acabar diciendo que yo siempre lo he visto como un punk con el traje y la corbata con el que aparece en la portada del libro, o —para estar al día— como un Assange de prosa cultivada, pasión narrativa, profundidad analítica y aliento eterno. Un periodista cabal: Don Julio es mi Che Guevara.
Dije al principio que este libro era el del joven Scherer antes de ser Julio Scherer. Corrijo. En realidad Don Julio siempre fue joven. Hasta en el último texto que escribió postrado en una cama de hospital arrojó curiosidad, vitalidad y preguntas sobre las otredades. Sus últimas líneas —también agregadas en un apartado especial de este libro— estaban dedicadas a gestionar una entrevista para contar la historia del momento.
Sin embargo, en la Historia con mayúsculas, su nombre ya había quedado inscrito tiempo atrás junto a un enorme legado.
Gracias por todo, Don Julio.
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