El Jarocho de Las Lomas, décadas haciendo los cocteles de mariscos más auténticos (y virales)

Algunos platillos se hacen famosos gracias a las redes sociales, como este, que se ha vuelto un imán para los influencers, aunque hace tiempo que es el favorito de muchos chilangos

El cóctel de camarón de El Jarocho de Las Lomas.Aggi Garduño

Eliot Nez Mondragón está parado detrás de un puesto callejero, su misión es preparar cocteles de mariscos e intentar acabar con la fila de pesonas ansiosas por probarlos.

— ¿Qué va querer?

— Un coctel de camarón chico.

Toma un frasco de vidrio lleno de camarones cocidos, le quita la tapa y la lanza a una bolsa. Atora el frasco en un aro de metal y comienza: agrega cebolla y cilantro picados, varias gotas de salsa picante, jugo de limón y cubos de aguacate maduro; una salsa roja espesa, unas gotas de aceite de oliva, otras de salsa bruja —vinagre con varios chiles, especias, hierbas de olor y ajos—; encaja una cuchara y me da el coctel con dos paquetes de galletas saladas.

Pregunto dónde está el picante y agrego un poquito más.

Un cocinero de El Jarocho de Las Lomas pone limón a varios cócteles.Aggi Garduño

Primera cucharada: este coctel sabe a marisquería de antaño, a palapa en la playa, a puesto de mercado o del malecón de cualquiera de las ciudades costeras de México. Sabe a catsup, a picante y es un poco ácido. El camarón cocido cruje, también cruje la cebolla. Dos, tres, cuatro cucharadas, enchila cada vez más, quizás no debí haberle agregado picante; igual sabe buenísimo, nada que no solucione una mordida a una galleta salada, la pareja incondicional de este tipo de cocteles. Cinco, seis, siete cucharadas, siguen saliendo camarones. Lo saboreo, me dan ganas de estar frente al mar, también pienso que debí pedirlo con pulpo o campechano. Ocho, nueve, diez, once, doce… me lo acabo y me arrepiento de no haber pedido el grande; es demasiado tarde, ya no logro ver el final de la fila.

Eliot voltea y le deja su lugar a otra persona, se pone un gorro de cocinero blanco con negro, un mandil bordado que dice “Marisquería El Jarocho de Las Lomas”, una filipina negra y me da la mano.

“¿Ya se disfrazó?”, le digo. Suelta una risa tímida y encoge los hombros: “Bueno, un poco”.

Elliot Nez Mondragón en su negocio.Aggi Garduño

El papá de Eliot era fanático de Eliot Ness, el detective famoso por atrapar a Al Capone. “Por eso me pusó así y pues ya tenía el Nez”, se refiere a su apellido, que termina con Z y no con S. Antonio Nez era originario de Michoacán y luego vivió en Boca del Río, Veracruz, sitio donde afinó el paladar.

Se mudó a la Ciudad de México recién empezados los años setenta, cuando estaba por comenzar la campaña presidencial de Luis Echeverría. Eliot recuerda: “Trabajaba colgando pañales, así les decían a las tiras de plástico con las caras de los candidatos, ¿se acuerda?”. Sí, me acuerdo, aunque no de esas en específico, con la imagen de Echeverría, todavía no había nacido.

A Antonio Nez le asignaron “Las Lomas”, una zona adinerada al oeste de la capital que abarca varias colonias llena de casonas y camellones arbolados. Nez tenía buen olfato y comenzó a ofrecer sus cocteles a los trabajadores. “Se hizo amigo de los de la gasolinera y ahí preparaba todo, luego caminaba con un carrito de super para allá arriba y los iba vendiendo”, cuenta Eliot.

Con el tiempo, Antonio fue perfeccionando su técnica, se dio cuenta de que con tanto ajetreo los cocteles se derramaban en los vasos desechables. “Por eso, para llevar todo bien cerrado, empezó a usar los frascos de los ostiones (que le daban en el mercado). Y así lo seguimos haciendo porque se conserva más fresco y es más limpio”.

Los frascos de camarones frescos listo para prepararse.Aggi Garduño

El vidrio es una excepción y regla en este carrito callejero, que está hecho a la medida de los Nez porque tiene unos aros exactamente del tamaño de los frascos —algo así como portavasos—. Ahí Eliot hace sus mezclas sin miedo a que salgan volando. Se mueve casi como un robot, parte los limones en su mano, los exprime y los desecha en un cartón que tiene al lado. También rebana los aguacates, por eso todo está recién cortado, no hay tiempo para que se oxide, la gente no deja de llegar y la cola de avanzar.

Este carrito es una réplica del que su papá instaló hace más de 40 años en la gasolinera donde se junta Bulevar de los Virreyes con la calle Iturrigaray y Prado Sur. Luego se movió a la acera de enfrente, entre jardineras y una barda de piedra a la que tampoco se le ve el final. En esa banqueta empinada creció Eliot: “Yo quería entrar al conservatorio de música para estudiar percusiones, pero entré a la vocacional y luego me vine a ayudarle a mi papá”.

Antonio, apodado Pablo Morsa, El Popeye, El Caguamo o El Jarocho, se adueñó de esa cuasi esquina, de los godínez y los políticos que residen en la colonia. Y sin querer, ellos lo bautizaron a base de burlas: “Eres jarocho, pero de aquí de Las Lomas”, porque como acepta Eliot, son “más chilangos que nada”.

El carrito y los comensales de El Jarocho de las Lomas, este 19 de junio.Aggi Garduño

Sin embargo, su cocina sí transporta a las marisquerías donde siguen sirviendo los cócteles en copa chabela adornada con camarones en la orilla. Aquí no llega las brisa marina, no hay arena o vista al mar, simplemente se come tan sabroso como en la costa. También hay empanadas hojaldradas de camarón, quesadillas de cazón, tiras de pescado rebozado, tostadas de jaiba y ceviche de pescado. “Tenemos una cocina cerquita donde hacemos eso y todos los días vamos temprano a la nueva Viga”, explica Eliot, que comienza sus jornadas en la madrugada.

Una tostada de pescado.Aggi Garduño

Detrás del puesto hay una pick up Ford con caseta metálica trasera que funciona como una bodega improvisada: cajas de plástico llenas de hielo con los mariscos porcionados en frascos, servilletas, bolsas, torres de vasos de unicel, decenas de tostadas, galones llenos de salsas: la de catsup, la picante y la bruja, salsas que ellos mismos preparan y de las cuales no revelan la receta.

Hay vasos de unicel de un litro porque puedes hacer pedidos para llevar o por adelantado por teléfono, pagar por medio de una transferencia electrónica y pasar por tu ración del Jarocho. Una buena opción si quieres evitar la espera, que puede llegar a ser de más de una hora. Otro consejo es que vayas poco antes de las once de la mañana para ser de los primeros, mejor entre semana, no en viernes, menos de cuaresma porque vas a tener tiempo para recordar todos tus pecados.

“A veces lavamos hasta 300 frascos al día”, dice Eliot, que está contento con su negocio y con este renovado éxito fuera de las fronteras del barrio y más allá de los clientes frecuentes. Los videos en redes sociales han vuelto viral su comida, aún así, no ha logrado ahorrar lo suficiente para poder hacerse con un local cerca, Las Lomas dista de tener rentas baratas.

Eliot Nez se acomoda el gorro, se aprieta el mandil y regresa a su lugar en la línea de producción. Los Intocables le siguen el paso: uno cobra, otro sirve las empanadas y las quesadillas, otro los filetes rebozados, mientras otro corta más limones y retira los platos usados, otro va y viene a la camioneta-bodega, uno más se encarga de distribuir los refrescos medios calientes y darle la cuenta bancaria a quienes llegaron sin efectivo. Estos héroes de los cocteles de mariscos son más letales que Al Capone.

El Jarocho de Las Lomas

Categoría: marisquería
Dirección: Iturrigaray 105, colonia Lomas Virreyes, Ciudad de México
Precio: 120 pesos

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