Las lecciones

Ahora que en cualquier circunstancia afloran las “sabias lecciones” a partir de puras corazonadas o meros postureos, viene a bien tomar el ejemplo de nuestros sabios bisabuelos

Jorge F. Hernández

Mi bisabuelo Mariano Torres, guanajuatense ilustre y decimonónico intemporal, dejó para la posteridad no pocas lecciones que merecen si no novela, por lo menos aparición estelar en algún relato que honre su memoria. Diligente y distraído, mi bisabuelo Mariano dejó no pocos testimonios autobiográficos en libretas caligráficas y aparece en uno o dos diarios empastados en terciopelo donde una de sus hijas y dos de sus nietas dejaron constancia de sus enrevesadas hazañas. Corresponde a otro espacio consignar la trágica tarde en que unos recién casados llevaron a su primogénito a casa del bisabuelo...

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Mi bisabuelo Mariano Torres, guanajuatense ilustre y decimonónico intemporal, dejó para la posteridad no pocas lecciones que merecen si no novela, por lo menos aparición estelar en algún relato que honre su memoria. Diligente y distraído, mi bisabuelo Mariano dejó no pocos testimonios autobiográficos en libretas caligráficas y aparece en uno o dos diarios empastados en terciopelo donde una de sus hijas y dos de sus nietas dejaron constancia de sus enrevesadas hazañas. Corresponde a otro espacio consignar la trágica tarde en que unos recién casados llevaron a su primogénito a casa del bisabuelo Mariano para una suerte de bendición secular o presentación en sociedad y ―argumentando que había poca luz en la habitación― el bisabuelo Mariano se acercó a la ventana abierta y apoyándose en el barandal trastabilló, malabarió y terminó por soltar al bebé directamente al vacío. Un momento tragicómico que se libró de ser tipificado como homicidio por quién sabe qué razones.

Son también célebres las ocasiones en las que el bisabuelo Mariano tomaba el tren en Guanajuato con rumbo a León o Lagos de Moreno y se apeaba en la estación intermedia de Silao… fumaba un cigarrillo en el andén y tomaba el tren de vuelta a Guanajuato, olvidando completamente su destino inicial y volviendo a casa sin poder explicar su ausencia en León o Lagos de Moreno. Fue precisamente en su casa solariega de Lagos de Moreno, Jalisco donde mi bisabuelo Mariano signó una de sus lecciones ejemplares que vienen como anillo al dedo para ciertas confusas sobremesas de hoy en día.

Sucede que en la casa solariega de Lagos de Moreno, Jalisco, mi bisabuelo Mariano fundó una Tertulia Intelectual a celebrarse el primer jueves de cada mes, a partir de la primera semana viable del nuevo siglo XX. Traía el proyecto en mente desde 1887, pero no logró reunir el quórum ideal y digno de invitados ―lugareños y visitantes― que pudieran brindar la necesaria altura cultural y bibliómana que esperaba transpirar con dicha tertulia convocada en su propia casa. Aunque Mariano y su esposa Salomé habitaban un casón en la bella ciudad de Guanajuato, mis bisabuelos consideraban su casona en Lagos de Moreno como una villa digna no solo de reposo y reflexión, sino posible faro de saberes y foco ideal como para establecer allí la mentada Tertulia Intelectual

Ha quedado escrito en otro diario de impecable caligrafía (aunque incierta autoría) que a principios de la primera década del pasado siglo, un lugareño tuvo a bien pedirle al bisabuelo Mariano apartar la siguiente sesión de la Tertulia Intelectual para la presentación de un sobrino recién llegado de París que venía graduado en eso que llamamos Economía y que hace poco más de cien años resultaba ser materia bizarra, si no es que desconocida formalmente, en estos lares. Creció cierta expectación y se llegó el jueves en que el ahora anónimo lugareño presentó muy orgullosamente en la sesión de la casona de Lagos a su sobrino “parisino”:

En la libreta que consigna la jornada se subraya que el joven “ecónomo” parecía petulante y vestía levita con pañuelo exagerado en el bolsillo de la pechera, leontina de oropel, melena a la Beethoven y un bastón innecesario.

Pardeaba la tarde en la casona de mis bisabuelos, cuando ya reunida la treintena de ilustres miembros de la Tertulia Intelectual, habiéndose servido las primeras copitas de cristal cortado, escucharon en boca del joven recién venido de La Sorbonne la siguiente consigna:

―”Primera lección de Economía: para poder hablar de Economía al filo de este hermoso atardecer que se filtra ya por las ventanas no es necesario malgastar quinqués ni velas… así que, Señores: pido que quedemos a oscuras e inicio mi cátedra…”

Se apagaron siete velas y tres quinqués y los tertulianos quedaron en la semipenumbra que se volvió oscuridad total conforme pasó la hora y cincuenta minutos con las que el mamón de París alargaba su perorata. Por la falta de luz se llegaron a romper dos copitas cuyos bebedores no atinaron a reposar debidamente en las mesitas, y se desparramó media botella de Oporto cuando uno de los íntimos no atinó a servirse… y se prestó más o menos poca atención al rollazo del joven parisino que les habló de la Mano Invisible de Adam Smith, los caprichos de la Oferta y la Demanda, unos chismes inservibles de Cantillón y una inesperada égloga innecesaria sobre el Comercio como Musa… “Y con esto doy por concluida mi Cátedra de Economía ―dijo el Mamonazo de París, luego de un suplicio de dos horas― ¡Enciendan esas velas!”, y esperando aplausos solo se oyó entonces la voz de mi bisabuelo, que exclamó:

―”¡¡Momento, momento, señores, que estoy desnudo!!”

―”¿Qué dices, Mariano?”, preguntó un contertulio estupefacto…

―”¡¡Segunda lección de Economía!!, gritó mi bisabuelo: “Para estar sentado a oscuras oyendo dos horas de puras pendejadas no se necesita estar vestido…” y entonces sí, rompieron todos en aplausos y el joven ecónomo apresuró su salida mientras se fueron prendiendo las velas y los quinqués.

Ahora que en casi todas las sobremesas o trayectos con doctos taxistas o conversaciones al vuelo con conserjes o sirvientas o bien reencuentros furtivos con sobrinas recién licenciadas… Es decir, ahora que en cualquier circunstancia afloran las “sabias lecciones” a partir de puras corazonadas o meros postureos viene a bien tomar el ejemplo de nuestros sabios bisabuelos. En cuanto un sabio improvisado analiza los porcentajes de una contienda electoral argumentando la masiva participación de narcotraficantes en las urnas o al instante en que alguna ama de casa asegura que hay una conspiración venezolana a punto de desembarcar en el puerto de Veracruz sugieron quitarnos lentamente la ropa y echarnos en el primer sofá cercano para sobrellevar el monótono monólogo como quien distrae una siesta en tertulia decimonónica. Así también cuando alguien asegura “la estabilidad de los mercados” o “la urgencia de una consulta popular para redefinir la etimología de Consejo de la Judicatura”, ¡encuerémonos a oscuras y dejemos bogar al verbo ajeno en una suerte de somnolencia desentendida y feliz! Que se rompan las copitas de cristal cortado y los rojos vasos de plástico, que se desparrame el agua de Jamaica y ya luego, con alguién prenda los focos, recogemos los cacahuates y demás botanas, porque se hilan ahora meses de mucha verborrea y alucinaciones instantáneas que no merecen alterar la deliciosa penumbra de nuestras íntimas tertulias donde deambulan intactos los fantasmas de bisabuelos distraídos y diletantes que tanto placer le concedían al supremo suspiro del silencio.

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