Las derrotas de abril
El riesgo de radicalización autoritaria asoma claramente, como lo demuestran los discursos que ha hecho Morena para someter a “juicio político” a los diputados opositores
Abril trajo dos derrotas políticas para el presidente López Obrador. En el referendo revocatorio -reconvertido en ratificatorio como herramienta de legitimación de una posible radicalización del gobierno-, AMLO no obtuvo la respuesta que esperaba de los votantes y quedaron en evidencia los límites de su aparato político. Una semana después, a pesar de las maniobras de Morena para forzar la votación ...
Abril trajo dos derrotas políticas para el presidente López Obrador. En el referendo revocatorio -reconvertido en ratificatorio como herramienta de legitimación de una posible radicalización del gobierno-, AMLO no obtuvo la respuesta que esperaba de los votantes y quedaron en evidencia los límites de su aparato político. Una semana después, a pesar de las maniobras de Morena para forzar la votación sobre la reforma constitucional en materia de electricidad en plena Semana Santa, una oposición unida y disciplinada impidió que la coalición gobernante lograra la mayoría calificada, bloqueando así una iniciativa legal en la que el presidente había puesto mucho capital político. La reacción de AMLO ha escalado la polarización a niveles no vistos. El riesgo de radicalización autoritaria asoma claramente, como lo demuestran los discursos que la dirección formal de Morena ha emitido en el mitin del 23 de abril en Ciudad de México, donde propusieron someter a juicio político por “traición a la patria” a todos los diputados que votaron contra la reforma eléctrica.
El referéndum
A pesar de poner a todo el aparato de Estado a movilizar votantes, en el referendo del 10 de abril no se obtuvieron los votos que AMLO consideraba necesarios como piso mínimo para presionar al Congreso a aprobar sus propuestas. Al parecer, esa cifra debería rondar los 20 millones de votos, que sólo eran alcanzables si las clases medias urbanas del occidente y norte del país hubieran puesto alguna esperanza en AMLO, tal como lo hicieron en las elecciones presidenciales de 2018. 16.5 millones de personas votaron en el referéndum (17.7% del padrón), de las cuales poco más de 15 millones votaron por la ratificación, una cifra sin duda impresionante. Pero la geografía y la composición del voto demuestran que Morena es ya, como lo fue el PRD en sus mejores tiempos, un partido asentado en el sur profundo del país, y que sus bases son ante todo las clientelas generadas por las políticas de reparto de subsidios, especialmente los adultos mayores. Hay que anotar también a amplios sectores de clases medias bajas que encuentran todavía en AMLO la representación de su descontento con su condición de precariedad y exclusión. Según la encuesta de salida de El Financiero, casi la mitad de los votantes fueron mayores de 50 años, y dos tercios de ellos se identificaron como simpatizantes de Morena. En suma, en el referéndum se expresó el voto duro del grupo gobernante.
A nivel nacional destacó la votación en Tabasco y Chiapas -estados favorecidos por los megaproyectos del gobierno-, que tuvieron una participación electoral muy alta (36% y 27.8%), y cerca estuvieron otros estados con fuerte tradición rural, alta descentralización y buena parte de su población recibiendo subsidios (Veracruz, 26.88%, Tlaxcala, 24.9%, Guerrero, 24.4%, Oaxaca, 23.6%). En cambio, los estados del norte tuvieron una participación promedio de entre 10 y 15%. La CDMX, a pesar de la movilización total del gobierno de la ciudad, no llegó al 20%, lo cual ratifica que la capital ha dejado de ser la principal base electoral de Morena.
La apuesta de AMLO era grande, por lo que funcionarios públicos de todos los niveles y Morena como partido violaron la ley electoral impunemente, promoviendo en forma abierta el voto en su peculiar interpretación del referendo y usando descaradamente las estructuras de gobierno para movilizar votantes. Contra esa apuesta hay que evaluar los resultados.
La reforma eléctrica
La oposición percibió la debilidad del Gobierno, por lo cual, envalentonada, plantó cara a AMLO en la votación de la reforma eléctrica, si bien esta actitud, en cierto sentido, también le permitió a AMLO salvar la cara ante sus bases. Veamos. La apuesta original del presidente era cooptar al PRI, de hecho absorberlo por completo mediante una táctica combinada de zanahoria y garrote. Embajadas para exgobernadores y perdón para los ladrones y corruptos si cooperaban con la causa, por un lado, y procesos penales, cárcel y abusos para los indisciplinados y/o inservibles. La extrema falta de respeto por la ley que el presidente ha exhibido desde siempre le permitía decidir en solitario la suerte de cada político/a que se interponía en el camino. Es por ello que personajes siniestros como el exabogado presidencial Julio Scherer Jr. y el fiscal Gertz Manero han sido compañeros de viaje de un presidente que se dice protagonista de una gesta histórica. Ciertamente, el reciente pleito entre los dos jefes de bandos mafiosos del mundillo legal ayudó a desarmar el tinglado que permitía chantajear a los políticos priístas y a darles un margen de libertad del cual no habían gozado en los años previos. El PRI decidió que las amenazas de AMLO ya no eran creíbles y que oponerse era el mejor camino para su supervivencia. Por otro lado, la resistencia priísta sirvió para disimular un hecho incómodo: los Estados Unidos habían dejado en claro que no tolerarían una reforma legal que afectara a sus empresas. Y frente al Gobierno del vecino del norte, como la experiencia le ha enseñado a AMLO (remember Trump), no se puede hacer mucho.
La oposición partidaria en su totalidad optó por primera vez por unirse contra AMLO en la votación de la reforma eléctrica. La derrota parlamentaria fue matizada por la decisión de la Suprema Corte de Justicia en días previos, la cual, al no declarar inconstitucional lo esencial de las leyes en materia eléctrica que AMLO hizo aprobar en el Congreso hace casi dos años, abrió un espacio de maniobra que le permitirá al Gobierno imponer una parte de su agenda en el sector. Pero el futuro de las otras reformas centrales para AMLO (la electoral y la de la Guardia Nacional) no es promisorio, pues la oposición ha tomado la medida de su fuerza de negación.
De ahí que la reacción del presidente y de Morena a su derrota parlamentaria haya sido violenta. Denunciar como “traidores a la patria” a los diputados que votaron en contra de la reforma constitucional en materia eléctrica es muestra de desesperación. La amenaza de hacerles juicio político a esos diputados es absurda y viola la ley, pues los diputados están en ese cargo justamente para debatir y decidir libremente sobre el orden legal. Tanto escándalo podría tratarse de un performance de Morena para la galería. Veremos.
Hay por delante un periodo postelectoral muy conflictivo, pues el IFE y el Tribunal Electoral deberán procesar las múltiples violaciones a la ley cometidas por altos funcionarios de todos los niveles de gobierno y legisladores morenistas durante la fase previa a la votación del referendo. Este proceso coincidirá con las campañas para elecciones de gobernador en varios estados, y con la probable presentación en el Congreso de las otras iniciativas de reforma constitucional anunciadas por AMLO. El chantaje político a los legisladores de oposición mediante la acusación de traidores a la patria y la extensión de este calificativo a todo movimiento o persona que ose criticar al presidente es el clima en el que se producirán las campañas y las decisiones legislativas.
Es muy posible que el “referéndum ratificatorio” impulsado por AMLO fuera considerado como el prólogo de una fase de radicalización política del Gobierno, por medio de la cual AMLO pretendería superar la resistencia de la oposición en el Congreso y someter a la Suprema Corte para imponer su agenda y no rendir cuentas de sus actos. Esa radicalización parece responder al fracaso relativo de los megaproyectos y la imposibilidad de echar abajo las reformas neoliberales en materia energética por la vía legal. Pero podría ser también una forma de ocultar la desatención e incomprensión de las demandas del movimiento feminista, hoy atizado por la escalada de violencia contra las mujeres; del movimiento ambientalista, que denuncia el desastre que está causando la precipitada construcción del Tren Maya; del movimiento de colectivos de familiares de víctimas de desaparición forzada, que atestigua la dramática continuidad de la impunidad y de la desaparición de personas. No está claro a dónde conducirá esta radicalización. Lo cierto es que el presidente se ha encerrado a sí mismo en una trampa de la que será difícil salir. Un salto hacia adelante, como los que suele hacer AMLO, podría abrir una peligrosa vía al autoritarismo.
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