Las caravanas migrantes ya no quieren ir a Estados Unidos
Un grupo de unas 1.000 personas sale caminando desde Tapachula con la meta de quedarse en Ciudad de México en lugar de cruzar la frontera norte
“¿Y yo para qué voy a querer ir a Estados Unidos? ¡Si ahí nos odian! Yo lo único que quiero es llegar a Ciudad de México, donde me está esperando mi amiga y hacer mi vida ahí”. Esther López Hernández, cubana de 37 años, ha caminado más de 15 kilómetros durante las últimas cuatro horas y se le nota cansada. Mientras habla, empuja un cochecito azul en el que va su hija de dos años y a su lado camina su otro hijo, Ernesto, de 18. Los tres viajan en una caravana de unos 1.000 migrantes que partió esta mañana de miércoles de Tapachula, en la frontera sur de México, y que, curiosamente, no busca llegar a Estados Unidos, sino quedarse en la capital mexicana.
Es extraño porque, durante al menos los últimos ocho años, decenas de caravanas han partido desde este mismo lugar con una sola intención: cruzar la frontera norte y llegar a Estados Unidos. Pero el llamado efecto Trump, es decir, el miedo a las políticas antiinmigración del gobernante estadounidense, ha tenido una consecuencia impensable hasta hace poco: los migrantes ya no buscan un nuevo futuro allí.
La caravana que partió este miércoles estaba conformada, en su mayoría, por cubanos. Lo que la vuelve aún más atípica. Usualmente, la migración cubana intentar instalarse en Estados como Florida o Nueva York, donde tiene un arraigo histórico y familiar.
Antes de partir, un grupo de líderes que encabezaban la caravana hizo una pequeña convocatoria a la prensa para mandar un mensaje conjunto: “Nos vamos de Tapachula porque aquí nos tienen atrapados. Aquí no nos quieren dar papeles para vivir formalmente y para obtenerlos tenemos que pagar hasta 20.000 pesos (unos 1.000 dólares). No queremos llegar a Estados Unidos”, dijo Diana, una de las portavoces de la caravana.
Desde que Donald Trump asumió la presidencia, el flujo migratorio hacia Estados Unidos se ha desplomado. Activistas en la frontera sur hablan de que hay hasta un 80% menos de flujo. Basta con mirar el río Suchiate, que separa México de Guatemala: donde antes había campamentos con cientos o miles de migrantes esperando avanzar, ahora no hay casi nadie. Y los pocos que cruzan, lo hacen a escondidas.
También se refleja en las caravanas: entre octubre pasado y enero, los cuatro meses previos a la llegada de Trump al poder, de Tapachula partieron quince caravanas. Desde que asumió el poder en la Casa Blanca hasta ahora, solo dos. En estos últimos casos, los voceros que encabezaban los grupos dijeron que no querían llegar a Estados Unidos, sino quedarse en México.
López, la mujer que viaja con sus dos hijos, trabajó en Tapachula durante los últimos nueve meses en un restaurante donde ganaba 150 pesos mexicanos al día (unos ocho dólares al cambio actual). Cuenta que con eso no le alcanzaba ni para la comida, por lo que en las últimas semanas tuvo que dejar su renta e irse a vivir a un albergue. “Aquí no se puede vivir”, dijo.
Este periódico habló con una veintena de migrantes que viajaban en la caravana de este miércoles y todos dijeron querer quedarse en México, pero que ya no soportan vivir más en Tapachula. También denunciaron que en los últimos meses el trámite para solicitar una residencia humanitaria en la frontera sur se ha vuelto imposible. Algunos dijeron haber esperado desde tres hasta diez meses sin ningún resultado. “Mi última cita la tuve hace más de un mes y apenas voy por la tercera firma. ¿Tú te imaginas cuánto tiempo más tengo que pasar aquí esperando?”, dijo una cubana llamada Yoalmi que viaja junto a su esposo y dos hijos.
Según los migrantes, la lentitud de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados se debe al alcance que tiene una supuesta red de corrupción: en las afueras de las instalaciones hay siempre uno o dos abogados que ofrecen agilizar el trámite a cambio de un monto que puede variar entre los 3.000 a los 20.000 pesos mexicanos (150 a 1.000 dólares).
“En Estados Unidos no nos quieren. Yo he visto los videos donde los agarran y les pegan a los migrantes como si fueran criminales. Yo no quiero ir para allá. Me quiero quedar aquí”, insistió López. “No sé por qué, si Tapachula es parte de México, no nos dejan pasar. Si ya nos dejaron entrar. Ahora solo queremos tener una vida mejor que la que tenemos aquí”, dice López.
Otros migrantes dijeron tener miedo de llegar a Estados Unidos. Miedo a Donald Trump. Como Ashley y Claudia, dos cubanas que viajan juntas desde hace tres meses. Salieron de La Habana a principios de julio y recibieron ayuda de sus familiares en Estados Unidos para financiar su viaje. Pero no quieren ir donde están ellos. Su meta es quedarse en Ciudad de México y poner una tienda de abarrotes. “La familia nos dice que allá está peligroso. No se puede ni salir a trabajar. Mejor nos quedamos”, dijo Ashley.
La caída en el flujo de migrantes hacia Estados Unidos que ansiaba Trump tiene doble filo para los que van en ruta: les obliga a viajar en grupos pequeños y eso implica una mayor exposición al crimen organizado. “Vamos en Caravana porque solo así no nos secuestran. Porque dicen que para arriba el narco se lo lleva a uno”, relata Claudia. Mientras, continúa caminado.