La intensa pasión de Jaramar Soto por rescatar las voces de las mujeres de la música barroca

La ganadora de un Latin Grammy en la categoría de música clásica ha dedicado tres décadas de carrera artística a explorar la riqueza de la música antigua, la tradición sefardí y su mestizaje con las tradiciones musicales mexicanas

Jaramar Soto en el el Claustro de Sor Juana en Ciudad de México.Aggi Garduño

Esta entrevista casi no se realiza. Y la culpa es del tráfico de Ciudad de México. El verano en la capital mexicana es más parecido a un otoño húmedo, de tardes frías y tormentosas. Y su consecuencia, además de una ciudad encharcada hasta el borde de la inundación, son atascos infernales en el tráfico. O mejor dicho: el preámbulo del infierno para quien se quiera mover por esta enorme ciudad para cumplir una cita, o una entrevista. La conversación con Jaramar Soto estaba prevista una hora antes de que diera un concierto en el auditorio Divino Narciso de la Universidad del Claustro de Sor Juana, localizada en un imponente convento del siglo XVI, en el corazón de la urbe. El periodista quedó varado en el tráfico por horas, atrapado además por la tormenta. Fue la generosidad de Soto quien permitió que la conversación ocurriera y fue, para maravilla del reportero, en los camerinos del auditorio, después del concierto y mientras la artista nacida en esta capital en 1954 se tomaba a sorbitos un caballito de tequila. “A nosotros también nos costó bastante llegar, llegamos media hora más tarde de lo que teníamos previsto”, dice con una sonrisa dulce tras aceptar las disculpas. Porque Soto sonríe durante la conversación, se muestra siempre cálida, abierta, armoniosa al conversar, entregada como se ha entregado esta noche a un público que la ha ovacionado de pie tras un concierto compuesto de un hermoso repertorio con canciones del siglo XV, música barroca, mucha de ellas de mujeres que cantan dolores por amores que han partido al mar, de nostalgia, melancolía y pasión. Muchas de ellas también, como suele suceder, echadas al olvido.

Soto comenzó a cantar hace treinta años en Guadalajara, a donde se había trasladado para estudiar diseño, y explica que se topó con la música antigua “por pura casualidad”. Por esa época cantaba en centros culturales “o donde podía”, pero un amigo de su padre, que era director de teatro, montaba obras de la dramaturgia clásica española. En una ocasión, cuando estaba por montar una nueva puesta en escena, le pidió a Soto que abriera la obra con “un pequeño conciertito de canciones antiguas españolas”. Ella dijo que sí, “aunque obviamente no tenía ni idea de canciones antiguas españolas”, apunta entre risas. Su amigo le prestó muchos discos y para ella fue un “descubrimiento impactante”. La cantante recuerda que la gente que la escuchaba normalmente quedó maravillada cuando la oyó cantar esa música barroca. “¡Qué bárbara! Esto te queda súper bien, es lo que tienes que cantar”, le comentaban, según recuerda mientras da un besito al tequila. “Para mí fue un enamoramiento desde la primera vez. Dije: Estas canciones del siglo XV son preciosas”, recuerda la artista.

Jaramar Soto durante su presentación en el Claustro de Sor Juana, el 1 de agosto.Aggi Garduño

Supo entonces que debía sumergirse en ese mundo musical, hacer ese viaje al pasado a través de la música para encontrarse con artistas, muchas mujeres, que habían caído en el olvido y revivir, por así decirlo, su talento. “Llegué a esta música de una manera absolutamente intuitiva, no académica, y eso fue una enorme ventaja. Había estudiado canto por muchos años, pero me dedicaba a la nueva canción mexicana, que era lo que cantábamos todos por aquella época, era el momento del canto nuevo, de componer canciones. Pero cantar esta otra música para mí fue una revelación y no dejé de hacerlo”, explica Soto. La artista no paró de buscar música antigua, de comprar discos, de hurgar en ese legado. Soto comenzó a ampliar su repertorio y descubrió “la maravillosa tradición sefardí” y se enamoró.

El folclore sefardí la impactó por esa forma tan apasionada de cantar la vida. Los sefardíes descienden de los judíos que fueron expulsados en 1492 de los territorios españoles, pero mantuvieron sus tradiciones ibéricas, incluidas sus cánticos de amor y de nostalgia por lo dejado a la fuerza. “Como yo venía de otras músicas, y me había nutrido de escuchar músicas diversas, decidí empezar un proyecto propio, como solista, a principio de los noventa, y dije que tenía que ser de esas canciones, pero con la libertad de transformarlas, de manipularlas, porque se vale”, explica. Así grabó su primer disco, en el que combinó instrumentos acústicos con sintetizadores y un repertorio de canciones antiguas. ¿Cómo las halló? Pues la comunidad sefardí de México la escuchó y de alguna manera la adoptó, porque comenzó a “alimentarla” con esa música, en un país donde no había hasta entonces quien se dedicará a proyectar ese legado musical. Le copiaron discos viejos, grabaciones, canciones medievales.

Soto consultó también a académicos dedicados a estudiar la lírica antigua, como María Frenk, quien dirigió la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), libros, documentos y formó un enorme acervo. “Cada disco mío es temático, son discos conceptuales; busco algo muy preciso para desarrollar el repertorio de cada trabajo. El primero, titulado Entre la pena y el gozo, son canciones de amor y desamor. Trabajé mucho con poesía, porque mi desarrollo fue muy cercano a poetas, escritores, gente de las artes escénicas”, comenta. Mucho del trabajo de Soto es depurar para centrarse en lo que quiere contar en cada álbum. Su más reciente disco, Todas las naves del mundo, lo dedicó al mestizaje. “Quería partir de la música de la época de los Reyes Católicos, que era una época pluricultural gracias a los árabes, los judíos, los cristianos, con músicas que se nutrían unas con otras, con melodías, escalas, textos maravillosos. Son canciones viajeras del mestizaje, empezando por el siglo XIII español, pasando por poemas de Sor Juana Inés de la Cruz y luego por la música mestiza mexicana, que es una mezcla de todo eso, la herencia está clarísima”, explica. Esa herencia la ha hallado, por ejemplo, en los sones huastecos, música popular de la Región Huasteca, que comprende los estados de Veracruz, Tamaulipas, San Luis Potosí, Puebla e Hidalgo. “Está emparentadísimo con las folías renacentistas españolas, tiene la misma progresión armónica. Me resulta siempre muy emocionante encontrarme versos de canciones sefardíes o romances antiguos en las peteneras de Veracruz, en las canciones de Oaxaca, en las lloronas”, explica la cantante.

Jaramar Soto, el 1 de agosto.Aggi Garduño

La vida de Soto estaba destinada a ser la de una bailarina o pintora, por las profesiones de sus padres: su papá fue el museógrafo Alfonso Soto y su madre la bailarina Alma Rosa Martínez. “Los sorprendí con este asunto de que me iba a dedicar a la música”, ríe Soto. “La música es la columna vertebral de mi vida”, aclara. Música y poesía, siempre de la mano. Durante el concierto en el auditorio Divino Narciso, Soto ha deleitado a un público entregado con un repertorio de canciones antiguas, algunas con letras de poetas del siglo XV como Florencia del Pinar, una de las pocas creadoras de lírica que ha sobrevivido al olvido. “Escribía a pesar de todo y prevaleció”, dice de ella Soto. La cantante ha regresado la voz a esas mujeres, a canciones de enamoradas de las costas de Galicia, que lloraban la partida de sus amados, lanzados a un mar oscuro y tempestuoso del que no estaban seguras si regresarían. Tal vez de esas mujeres, Soto comprendió que debía rescatar su arrojo, para componer ella también, porque, dice, al principio no se atrevía. “Me convencí de que podía, me asumí como alguien que puede hacer canciones”, afirma.

El trabajo de la artista fue reconocido en 2016 con un Latin Grammy en la categoría de música clásica por su álbum El Hilo Invisible (Cantos Sefaradíes), grabado en colaboración con el Cuarteto Latinoamericano. “No ha sido fácil, porque esta industria es muy complicada y más manteniéndome en la independencia, haciendo exactamente lo que quiero hacer, con libertad creativa, porque yo decido mi repertorio, el contenido, la imagen”, afirma. Soto ha cumplido este año tres décadas de carrera musical y procura mantener su identidad, un sello propio, que la gente reconozca su trabajo sensible, hermoso, que canta al amor, al despecho, pero también a la vida, a la felicidad. “El hecho de que me he mantenido como muy clara en ese camino ha sido una ventaja. Sí, compito contra toda la industria, pero no compito con proyectos que se parecen a mí”, dice. “Tuve que atreverme a muchas cosas”, agrega. “Y lo logré. A estas alturas ya no dudo”, acota sonriente mientras da otro sorbito al caballito de tequila, en estos bastidores abiertos en este espacio donde otra mujer, Sor Juana Inés de la Cruz, rompió ella también las cadenas que ataban su creatividad.

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