Algo de algo y todo Pedro Páramo
La escritora Alma Delia Murillo echa un vistazo a la versión cinematográfica de la obra cumbre de Juan Rulfo, dirigida por Rodrigo Prieto y que Netflix estrenará el 6 de noviembre
La muerte no se reparte como si fuera un bien, dice uno de los pasajes más deslumbrantes de la novela de Juan Rulfo. Hay tanta genialidad ahí, que aturde siquiera tratar de explicarlo, pero a golpe de intuiciones y experiencias, sabemos que México está contenido en esa línea: este país donde la Muerte se escribe con mayúscula porque nos define de manera inexorable, a veces brutal y otras poética, no ha encontrado metáfora más poderosa que ...
La muerte no se reparte como si fuera un bien, dice uno de los pasajes más deslumbrantes de la novela de Juan Rulfo. Hay tanta genialidad ahí, que aturde siquiera tratar de explicarlo, pero a golpe de intuiciones y experiencias, sabemos que México está contenido en esa línea: este país donde la Muerte se escribe con mayúscula porque nos define de manera inexorable, a veces brutal y otras poética, no ha encontrado metáfora más poderosa que el relato de Pedro Páramo.
El propio Rulfo sabía que no sabía, pero podía soñar, intuir, inventar un relato de México que no existía hasta entonces, en Los cuadernos de Juan Rulfo que su esposa Clara Aparicio tuvo el tino de publicar en el fatídico año (cuál año no es fatídico entre nosotros) de 1994, aparece una nota, previa a la novela, de puño y letra del escritor que dice así: “Hay demasiadas cosas intraducibles / pensadas en sueños / intuidas / a las cuales uno puede encontrarles su verdadero significado solamente con el sonido original… o el color. Inefable – El idioma de lo inefable / La aventura de lo desconocido / Inventar un paisaje / o un nuevo paisaje de México”.
Y lo logró. Esa novela tan depurada como potente, marcó un antes y después por hacer protagonistas de la más alta literatura a seres tan pobres, que por no tener no tienen ni carne sobre los huesos, pero también por el ingenio para dar un orden inédito a los hechos, novelando un género hasta entonces conocido como drama de estaciones donde cada evento parece independiente pero en el conjunto encuentra su cohesión incuestionable.
Y justo ahí, en el reto de darle estructura cinematográfica para contar la historia, está uno de los mayores aciertos de la película dirigida por Rodrigo Prieto, que está por estrenarse en el Festival Internacional de Cine de Toronto el 7 de septiembre y llegará a Netflix el 6 de noviembre.
La producción de Redrum y Woo Films, que lleva por título el mismo que la novela, honra con total solvencia la complejidad, profundidad y aterradora belleza de Pedro Páramo. No era fácil, pero lo lograron. Yo, posmoderna, criticona y desconfiada por naturaleza, confieso que me senté a verla con un cosquilleo de escepticismo porque cómo iba a ser que la película estuviera a la altura de la novela, pero estuvo, está. Me parece que una decisión afortunadísima fue trasladar casi literalmente los diálogos de las páginas del libro a la boca de los personajes en pantalla. Eso y darle orden al guion para contar el relato, como ya dije. Así que para Mateo Gil, quien tiene el crédito por el guion, mi aplauso.
Justo es reconocer que el tamaño interpretativo de las actrices y los actores le da una naturalidad y peso a las palabras que es de agradecerse. Lo digo porque sería fácil pensar que qué podría salir mal teniendo como recurso directo los textos de Rulfo, pero, créanme, podría.
Sin embargo, las actuaciones ricas y llenas de matices son muy meritorias. La enorme trayectoria de Dolores Heredia interpretando a Eduviges Dyada es notable, el feliz descubrimiento de ver a Manuel García-Rulfo, sobrino del escritor, encarnar a Pedro Páramo, no hace, sino, sumar aciertos al filme. Héctor Kotsifakis, que da vida al mítico Fulgor Sedano, salpica con luminosidad y carisma las secuencias; Ilse Salas que siempre imprime riqueza a los personajes, presenta una dignísima Susana San Juan, y ni qué decir de Mayra Batalla con su energía compacta e impecable convertida en Damiana Cisneros. Tenoch Huerta es Juan Preciado, un puntito melodramático, quizá, pero no olvidemos que Juan Preciado es un miedoso literario por antología —igual que Hamlet— y su interpretación encaja bien el talante del personaje. La voz de Giovanna Zacarías, que encarna a Dorotea, se quedó haciendo eco durante días en mí; la calidad histriónica de Roberto Sosa como el Padre Rentería es total y, en fin, un elenco que brilla en fondo y forma.
Mención especial a Yoshira Escárrega, ella, la hermana obligada al incesto, con una de las escenas más complejas convierte su potente presencia en un punto de inflexión para entrar de lleno al universo fantasmagórico rulfiano.
Desde luego, la consistencia actoral también revela el trabajo de dirección de Rodrigo Prieto que, además, se estrena como director. El propio Prieto declaró que disfrutó especialmente construyendo con los actores a los personajes de Rulfo, ese disfrute se nota y se siente, están tan vivos que se nos olvida que están muertos y, mejor aún, se sienten tan actuales que se nos olvida que estamos viendo una historia de hace un siglo; y es que la circularidad y la atemporalidad es lo que late en el corazón de Pedro Páramo: los sucesos ocurrieron pero siguen ocurriendo. Por eso el relato conecta con un país rabiosamente actual.
Rodrigo Prieto también declaró: “Pedro Páramo refleja una serie de injusticias y dolores históricos que han plagado al pueblo mexicano”. Y hace bien en construir su declaración en voz pasiva y no en pasado perfecto. En México lo sobrenatural es tan cotidiano como las obscenas diferencias entre los más poderosos y los más pobres: “Ven a tomar algo de algo”, dice Eduviges Dyada a Juan Preciado, es decir que no hay nada de nada, pero cualquier cosa sería buena para los pobres que, como los fantasmas, no comen. Miseria potenciada si esos pobres y esos fantasmas fueron abandonados por el padre, distintivo mexicano donde los haya porque sí, en este país todos somos hijos del abandono.
Los que alguna vez fueron rebeldes terminan al lado de los represores, “eso ni se discute, ponte al lado del gobierno”, dice Pedro Páramo al Tilcuate ya casi al final de la historia… y aquí seguimos, reiniciando ese ciclo una y otra vez. Necesitando matar al padre tirano para volverlo a crear, como tantas veces hemos visto a los partidos políticos devorarse y regurgitarse con un nuevo color y una nueva voracidad generacional. Ese arriero al principio y al final del camino, Abundio Martínez (increíble fiereza del actor Noé Hernández dando cuerpo al personaje) que termina cobrándose a la mala lo que no le dieron por la buena, es una serpiente que se muerde la cola en nuestra espiral de violencia.
Con tal carga social el relato corría el riesgo de convertirse en un panfleto, pero nada más lejano, no ocurre en la novela como tampoco en la adaptación cinematográfica, porque lo puramente humano tiene un peso fundamental: hay pasiones, odios, amores, deseos y pecados que solo se cocinan en el alma de cada cual.
Pero en medio de tanta espesura está la belleza descarnada de los paisajes desiertos, por supuesto la fotografía es un elemento espléndido de la película, hay fotogramas de riquísima contemplación (se aprecian los efectos especiales medidos con gotero para no desvirtuar la fantasmagoría rulfiana hecha de escasez y penurias). Y hay también en el largometraje un tono especial, un registro del gozo que viene de esta cosa, este no sé qué que tenemos los mexicanos de hallar en lo trágico nuestra más honda alegría. Un misterio sagrado.
La secuencia donde el duelo por la muerte de Susana San Juan se convierte en una enfebrecida fiesta de días y días, es botón de muestra: “Poco a poco la cosa se convirtió en fiesta, no hubo modo de hacerles entender que se trataba de un duelo”. Uf, que levante la mano el que esté dispuesto a negar que esto es México. (Perdón por el spoiler, pero de todos modos ya sabemos que la muerte es mexicana.)
El vestuario diseñado por la talentosa Ana Terrazas termina de lucir con gracia toda la experiencia de ese Comala universal, hasta de las faldas de las mujeres brotan los murmullos con los que el pueblo nos envuelve y acabará por matarnos.
Aceptando que ni la literatura ni el cine tienen como finalidad satisfacernos sino interpelar nuestras emociones y desafiar nuestra mirada del mundo, no me resisto a admitir, alegremente, cuánto me gustó la película. Y corren tiempos con tan pocas razones para la contentura, que nada me gustaría más que contagiarlos.
Si ustedes aman la novela, corran a ver la película apenas esté disponible. Si no conocen la novela, corran a leer el libro y luego a ver la película o viceversa. Puede que les guste o no, pero les aseguro que terminarán como yo, sintiendo algo de algo, eso inefable, esa música de piedras en el desierto que rebotan con una vitalidad desbocada, esa herida fecunda que recorre nuestro país. Este brutal sortilegio que es México y que también es Pedro Páramo.
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