El regalo envenenado

La aniquilación total del adversario no siempre es un espectáculo agradable. A veces, sucede lo mismo en política

Claudia Sheinbaum celebra en el Zócalo capitalino, el 3 de junio de 2024.Victoria Razo

Los triunfos van ligados a la alegría del ganador. Los brincos de júbilo, la sonrisa casi congelada por la victoria, los abrazos con el equipo, con los cercanos, son partes de los testimonios que quedan para las historias personales y colectivas. Hace unas semanas compartimos con millones de habitantes del mundo la alegría de los triunfos de jóvenes atletas en los Juegos Olímpicos. Claro, en el ambiente deportivo mientras más cerrada sea la competencia es más emocionante y el triunf...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los triunfos van ligados a la alegría del ganador. Los brincos de júbilo, la sonrisa casi congelada por la victoria, los abrazos con el equipo, con los cercanos, son partes de los testimonios que quedan para las historias personales y colectivas. Hace unas semanas compartimos con millones de habitantes del mundo la alegría de los triunfos de jóvenes atletas en los Juegos Olímpicos. Claro, en el ambiente deportivo mientras más cerrada sea la competencia es más emocionante y el triunfo tiene mayor impacto en los espectadores. Se entiende que una victoria por paliza no es tan atractiva, salvo que se trate de una sorpresa como aquella goliza de Alemania a Brasil 7-1 en el mundial de 2014. Aunque un resultado así es exitoso, de alguna manera desmerece ante los ojos de los aficionados. La aniquilación total del adversario no siempre es un espectáculo agradable. Incluso opaca el ánimo del festejo.

¿Sucede lo mismo en política? A veces. Unas elecciones competidas, cerradas, llaman la atención. Es lo que sucede con Kamala Harris y con Trump en estos días. Durante algunos meses, los mexicanos supusimos que las elecciones presidenciales de este año en nuestro país serían, si no cerradas, sí competidas en general. No fue así. Se trató de una masacre en toda la línea. Las palizas, goleadas, el nocaut, y no solo las sorpresas, también se ven en las elecciones.

Lo que llama la atención es la actitud de los ganadores, el oficialismo lopezobradorista y de la presidenta (con A, como debe de ser). Quizá se espantaron cuando vieron que no tenían un tractor sino una aplanadora. Quizá el triunfo les pareció desangelado porque no tuvieron a nadie que les diera pelea. Por alguna razón no buscan celebrar, sino vengarse. En ese ánimo han terminado por sepultar la imagen de la vencedora. Todos se sienten con derecho a aplastar al de enfrente: una oposición arrinconada y vapuleada. Su tarea primordial sigue siendo pelearse. Las plumas que uno encuentra de ese lado y que pensaba sensatas, con excepciones como las de Viri Ríos (que ejerce puntualmente la autocrítica sin quitar su ánimo triunfador), los demás se han dedicado a vilipendiar a los derrotados. No hay un discurso del triunfo, sino una ampliación de los pleitos de campaña. En lugar de poner el diseño del mañana insisten en vivir en los agravios del pasado. Son los teóricos del rencor. No son portavoces del triunfo, de la dicha de la victoria sino de la amargura de la derrota que por alguna razón, tienen casi 20 años sin superar.

Mientras la ganadora hace un esfuerzo serio en algunas áreas, por ejemplo su imagen ahora es sobria y con estilo. Sus apariciones públicas son cuidadas, los videos en que sale hablando inglés con soltura, las presentaciones de su equipo. Sin embargo, toda la energía política gira en torno al presidente saliente, sus deseos y arrebatos. En el oficialismo a nadie le importa lo que diga la triunfadora de la elección sino estar bien con el líder histórico. La han tapado, la relegaron a un segundo plano. Los compañeros de partido de la presidenta están ocupados en la venganza generalizada contra los abatidos opositores ―ya sean políticos, analistas o simples ciudadanos―. Por momentos pareciera que ganó la oposición y que el esfuerzo de estos últimos días está enfocado en poner candados al gobierno entrante para dejarlo maniatado. Uno pensaría que serían generosos con los suyos, pero no. Con tal de quemar, queman hasta la casa propia.

López Obrador abre frentes todos los días: lo mismo con inversionistas que con Estados Unidos y Canadá con ridículas y estrambóticas declaraciones. Ofrece la cabeza envenenada del Poder Judicial como obsequio al gobierno entrante. Anuncia su próxima reclusión campirana – que nadie cree de tan anunciada- e insulta a diestra y siniestra. Le dejará un tiradero a la próxima presidenta. Para colmo ha dejado claro que las mayorías legislativas son de él, no de ella. Con irónica precisión Roberto Zamarripa calificó el gabinete de Sheinbaum como paritario: mitad de ella, mitad de él. En Morena todos participan en la preparación de un regalo para el presidente que será una bomba para la presidenta.

@juanizavala

Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.


Más información

Archivado En