Del “no me someteré a esa señora” a los cumplidos: el nuevo rumbo de Ebrard en el Gobierno de Sheinbaum

El excanciller ha transitado de una posición de negación a su derrota en la interna de Morena a volver a lucir su faceta de servidor público y aportar calma en el partido oficialista

Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, durante la presentación de los primeros miembros del gabinete, el 20 de junio de 2024.Raquel Cunha (REUTERS)

Marcelo Ebrard Casaubón decidió apostar todas sus fichas al color guinda y, después de perder, no salió perdiendo. Jugó duro y no se conformó con la derrota, pataleó, vociferó y hasta dejó de respirar por un tiempo, ¿dónde está Marcelo?, todos le buscaban. Por fin parece haber encontrado su sitio como secretario de Economía en el Gobierno mexicano que por primera vez en la historia presidirá una mujer, Claudia Sheinbaum, su adversaria y ahora su jefa, para quien no ahorra cumplimientos. La vida da muchas vueltas. En su nueva trinchera, Ebrard podrá utilizar sus antiguos contactos como canciller mexicano para entenderse con la Administración de Biden o la de Trump en favor del desarrollo de su país, que espera el asentamiento de empresas estadounidenses y el mejor desempeño comercial bajo el tratado de libre comercio de América del Norte, el TMEC. Lo que ahora toca es repartir por todo el territorio y no solo en los tradicionales núcleos industriales la bonanza económica que se presume en esta etapa. Marcelo Ebrard ha vuelto y por las aguas morenistas se navega en calma chicha.

2023 fue un annus horribilis para Ebrard (Ciudad de México, 64 años). Buscaba su sueño anhelado, la presidencia de México, y tuvo que conformarse, otra vez, con el segundo puesto. La historia se repetía fatídicamente. En 2012, recién salido de la jefatura del Gobierno citadino, decidió no dar la batalla y dejar paso en la carrera presidencial a Andrés Manuel López Obrador, más favorecido en las encuestas. El año pasado era su momento. La encuesta interna que debía designar un nuevo aspirante al trono republicano tenía dos cabezas avanzadas, la suya y la de Claudia Sheinbaum. El excanciller partía con un buen pronóstico que pronto se fue torciendo en favor de la adversaria. Acusó al partido de estar empleando malas mañas y hasta el final extendió la idea de falta de limpieza en la contienda interna. No le faltaba razón, pero la diferencia porcentual tampoco dejó lugar a la duda: Sheinbaum ganó con holgura y Ebrard sacó toda la artillería. Que se repitiera el proceso, que no se iban a conformar. “No vamos a tolerar que una dirigencia nos haga esto”, afirmó. Y en el culmen del enfado, a puerta cerrada con los suyos, lanzó el gran órdago: “No nos vamos a someter a esa señora”, escupió.

En septiembre pasado, la imprescindible unidad del partido para ganar las elecciones se tambaleaba. Ebrard contaba con una buena base de seguidores que no se plegaba a la ganadora y no solo eso, los partidos de la oposición lo querían a su lado para rentabilizar aquel capital político. Más que a su lado, Marcelo Ebrard hubiera podido ser el candidato presidencial en Movimiento Ciudadano, que lo esperó hasta el último momento. Y también la coalición opositora que más tarde abanderó Xóchitl Gálvez le hacía ojitos constantemente. Nadie dudaba de que el excanciller era una buena baza para el máximo asiento del poder mexicano, pero Marcelo no acababa de deshojar la margarita. El silencio durante largos días fue espeso e inquietante, porque el tiempo para presentarse como candidato por cualquier color político tocaba a su fin. Después de la tormenta se hizo la calma: Ebrard se quedaba en Morena y ya vería qué le deparaba el futuro inmediato.

Claudia Sheinbaum, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, en 2022.Andrea Murcia Monsivais (CUARTOSCURO)

Los esfuerzos que hicieron los vencedores en aquellos días para retenerlo a su lado no fueron pocos. En el acto de designación oficial de Sheinbaum como candidata morenista no se habló más que de unidad. El “compañero” Marcelo tenía “las puertas abiertas” y un mensaje de Sheinbaum en el celular para que jugara en su equipo. “Puede ser parte del gabinete, coordinar el Senado o a los diputados”, ofreció la candidata. Ya el presidente López Obrador, quien diseñó el proceso de selección al detalle, había previsto el reparto de puestos jugosos para los perdedores en aras de la unidad. Pero el excanciller se había instalado en el berrinche y lo rechazaba todo. “Espero que decida apoyar la transformación”, empujaba Obrador: “Es una muy buena persona, un buen dirigente, un buen servidor público, es mi amigo”.

El gesto que le dedicó este jueves la presidenta electa era inequívoco, las cicatrices iban desapareciendo como por ensalmo. En la presentación de los primeros seis secretarios de su gabinete, Ebrard fue el primer nombrado, “la mejor persona para apoyar el proyecto”, dijo Sheinbaum. Y fue también el único que habló tras ella para agradecer “el enorme privilegio”. El puesto clave que ha obtenido en el futuro gobierno puede garantizarle el protagonismo suficiente para dejarle de nuevo, en seis años, en la línea de salida hacia la presidencia. Ebrard puede aún soñar con su sueño.

Le sobra experiencia gestora y veteranía política para desempeñar un buen papel en su nuevo cometido. México navega las mejores aguas para sacar provecho a este periodo. La deslocalización de empresas estadounidenses en suelo mexicano prevén un aceptable desarrollo económico y laboral que habrá de completarse con el mejor uso del tratado de libre comercio de América del Norte, recién renovado y que habrá que renegociar. Su etapa como canciller le ha proporcionado buenos contactos para emplear toda su diplomacia con la Casa Blanca. Ebrard está bregado en mil batallas y tiene algunas medallas que lucir. Cuando fue jefe del Gobierno citadino, entre 2066 y 2012, aprobó la ley del aborto, por ejemplo, un camino de modernidad que luego se ha ido extendiendo por todo el país. Fue declarado mejor alcalde del mundo en 2010 por la fundación londinense City Mayors. Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México y completó sus estudios en la antigua Escuela Nacional de Administración francesa, de alta reputación, donde se ha formado numerosos cuadros políticos y varios presidentes de la República en ese país. Habla español, inglés y francés. El currículo de excanciller es irreprochable.

Antaño adversarios de partido, Sheinbaum y Ebrard vienen ahora a sumar sus destinos en el nuevo gobierno mexicano. Y quién sabe si un día el uno recibirá de la otra el bastón de mando. La vida da muchas vueltas. Paradójicamente, el triunfo de Ebrard es el de Claudia Sheinbaum, a quien todos le reconocen estos días su mano izquierda para haber sabido encauzar las aguas como la indudable capitana del equipo.

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