Transfobia e inseguridad: la vida es dura bajo la glorieta de Insurgentes
Uno de los principales ejes de transporte de Ciudad de México es un territorio de disputa entre colectivos sociales que se reivindican contra la violencia económica y el Gobierno de la Ciudad de México
Bajo la glorieta de Insurgentes las paredes están pintadas con lemas como “Dejar tirado para que otro limpie es de burgués hetero cis” o “¡Fuera machos!”. La información de los mensajes desprende quiénes pasan allí día y noche: un grupo de personas trans que ocupó hace tiempo con puestos comerciales y chozas de madera los túneles que conectan las colonias Roma y Juárez para exponer la violencia económica contra su colectivo. Adueñarse de uno de los ejes de transporte más importantes de Ciudad de México no sale gratis. Sandra Cuevas, alcaldesa de Cuauhtémoc, describió el lugar como ...
Bajo la glorieta de Insurgentes las paredes están pintadas con lemas como “Dejar tirado para que otro limpie es de burgués hetero cis” o “¡Fuera machos!”. La información de los mensajes desprende quiénes pasan allí día y noche: un grupo de personas trans que ocupó hace tiempo con puestos comerciales y chozas de madera los túneles que conectan las colonias Roma y Juárez para exponer la violencia económica contra su colectivo. Adueñarse de uno de los ejes de transporte más importantes de Ciudad de México no sale gratis. Sandra Cuevas, alcaldesa de Cuauhtémoc, describió el lugar como “un baño público” que era “totalmente inseguro”. Pidió al Gobierno de la Ciudad de México -responsable del espacio, aunque esté en territorio de Cuauhtémoc- que “se pusiera a trabajar” para despejar la zona.
Azure Rivera, conocida como La Diabla, suele pasar las 24 horas bajo la glorieta. La mujer de 30 años maneja la protesta bajo el nombre de La tianguis disidente. Viste un grueso abrigo de piel y lleva unas uñas larguísimas de diferentes colores. El colectivo recoge ropa, cobijas u objetos para luego venderlos y financiar el espacio. También hacen pruebas de sífilis y VIH a coste cero. El objetivo de esta ocupación de un espacio público tras la pandemia es claro. “Queremos que se nos den las mismas oportunidades de trabajo para todas. Por el simple hecho de ser trans te ponen un tache antes siquiera de saludarte o conocerte”, denuncia Rivera.
Comparten los túneles que dan paso a la comercial Zona Rosa con vendedores no autorizados sin reivindicación, que simplemente se ganan la vida. “Hay personas que no tienen dónde llegar o vivir, y aquí se les da apoyo y libertad”, explica la mujer de 30 años. Ella está constantemente “para proteger el espacio”, aunque tiene su departamento. Alrededor de su choza - con cama incluida- hecha con retazos de madera y toldos de plástico duermen algunas personas sin hogar tapadas con mantas por el frío de diciembre.
Alrededor de las nueve de la tarde los despierta una bocina a todo volumen con reguetón elegido por La Diabla. Un grupo de personas que apoya al colectivo hablan tranquilamente por fuera de la caseta de Rivera. Se reúnen los fines de semana para hacer fiestas, pasarelas de moda para sensibilizar sobre el VIH y pintar grafitis en las vigas que sostienen la glorieta en la que se bajan del Metrobús miles de capitalinos.
Hace dos meses pasó por allí Sandra Cuevas para grabar un vídeo que subió a X -antes Twitter- para denunciar “la delincuencia” bajo la glorieta, que atribuye a los “comerciantes no autorizados” que el Gobierno de Ciudad de México ha dejado instalarse en el área. “Dice puras tonterías”, réplica Rivera, que asume la inseguridad del espacio, pero contra las personas trans. “Una vez me vinieron a picar [apuñalar]. En la madrugada suele ser inseguro porque no hay luz. Hay que estar bastante alerta”, explica.
Otra acusación candente es que el subsuelo es un punto de venta de drogas. Mientras suena una canción de Karol G, sacada de la playlist de La Diabla, un hombre con la ropa hecha jirones se pincha el brazo con alguna sustancia sentado en el pequeño muro que hay a 20 metros de la caseta de Rivera. Ella acepta que hay menudeo aunque con peros. “Creo que siempre ha existido en toda la glorieta. Siempre ha habido personas que venden ese tipo de cosas. En cualquier parte de la ciudad te lo vas a encontrar”, replica.
Lo que puso “en uñas” a Rivera y el colectivo fue cuando Cuevas dijo que eran “votos cautivos de Morena”. La Diabla responde enfadada: “Nada que ver. Por eso no dejamos tomar imágenes en la zona, porque la gente lo usa para su beneficio personal”. De hecho, el Gobierno de la Ciudad de México, gobernado por Morena desde 2018, es quien les ha intentado echar.
En 2021 el tianguis ya estaba instalado y la entonces jefa de Gobierno capitalina, Claudia Sheinbaum, dijo que el comercio en esa zona se iba a “reubicar”. Esa “reubicación” ha sido llevada a cabo por policías que los han intentado desalojar. “Han venido los uniformados en la madrugada, en la tarde, el día. Armados para querer amedrentarnos, violentarnos y sacarnos del espacio. Vienen en grupos de 20 o 30. La última vez, hace un mes y medio, se intentaron llevar a nuestra hermana Frida″, explica Rivera. EL PAÍS intentó en reiteradas ocasiones contactar, sin éxito, con la alcaldesa de Cuauhtémoc para conocer más detalles sobre su denuncia y con el Gobierno de Ciudad de México para conocer sus planes para la glorieta.
En plena avenida Insurgentes, el lugar no fue elegido por casualidad. Las cinco casetas donde se refugian entre 8 y 10 personas del colectivo cada día están ubicadas junto a las sedes de la Fiscalía General de la República y la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la capital. “Qué mejor forma de hacerle ver al Gobierno que nos tiene que escuchar, que nuestra voz tiene que ser tomada en cuenta”, reivindica La Diabla.
El feminismo también está presente en la glorieta. A cielo abierto, más de una decena de mujeres comercian sin permiso para ganarse la vida y declarar una protesta económica. Ellas no quieren hablar ni sacarse fotos. Adriana Morán se inventó ese nombre para decir que vende en ese sitio desde hace “aproximadamente dos años”. La mujer tampoco quiere dar su edad. Si declara que lo que vende sobre una manta morada lo hace “por la economía, porque no hay trabajo”.
De vuelta a la sombra de la glorieta, La Diabla ya está dentro de su cabaña y habla de utopías.
-¿Alguna vez os habéis planteado iros de aquí si os dan lo que queréis?
-Claro. Siempre y cuándo el escarnio social y el estatus deformado de lo que somos como personas desaparezca. Mientras nos pongan una etiqueta en la frente, no vamos a dejar este espacio.
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