En colaboración conCAF

¿Por qué la primera bandera mexicana se guarda en una montaña congelada en Noruega?

Una vieja mina gélida cerca del Polo Norte guarda hoy grandes tesoros de la memoria de la humanidad. Hay desde manuscritos vaticanos a legados de la historia de México, obras de arte brasileñas o un pódcast colombiano

Una turista entra al Arctic World Archive en Longyearbyen (Noruega), en 2020.Maja Hitij (Getty Images)

EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.

¿Y si, ante amenazas no tan lejanas como una gran guerra o un desastre ambiental sin precedentes, tuviéramos que encontrar una manera de guardar la memoria de la humanidad y de preservar de alguna forma el registro de lo que hoy somos como especie? Si el almacenamiento digital fuera inviable por su volumen, su requerimiento energético y los costos para el medio ambiente, entonces ¿dónde y cómo se guardaría ese archivo? Estas preguntas están lejos de ser hipotéticas, lejos de ser improbables. De hecho, Gobiernos como el de México, India, Noruega llevan años haciéndoselas y tomando acciones al respecto.

En el Océano Ártico, a medio camino entre Noruega y el Polo Norte, en el archipiélago de Svalbard, hay una montaña que a 300 metros de su superficie alberga una vieja mina en donde el aire es gélido, seco y en donde no entra un rayo de luz. Ahí, en el centro del permafrost, en lo que muchos reconocen como el lugar más seguro del planeta, está guardado desde 2017 el modelo original de la bandera mexicana. También el Acta de la Independencia y todas las constituciones que este país ha tenido entre 1814 y 1917. Yacen además, una serie de códices creados durante la conquista española y 492 expedientes históricos de 200 años de memoria del poder judicial mexicano. Todas ellas en formato digital.

“No es la primera vez que el archivo nacional se resguarda en una cueva bajo tierra”, explica Gustavo Villanueva Bazán, historiador mexicano y experto en administración de archivos de la Universidad de Andalucía. “Es bien sabido que, durante la intervención francesa, Benito Juárez anduvo recorriendo el país, trayendo consigo el archivo nacional. Finalmente, de septiembre de 1864 a mayo de 1867 se escondió, con custodios que daban su vida por cuidarlo, en una cueva llamada Del Tabaco, en el municipio de Matamoros de La Laguna, Coahuila. Una vez que se restableció la República, los documentos fueron recuperados”.

El interior de la antigua mina de carbón en el que se encuentra el almacén.Maja Hitij (Getty Images)

Sin embargo, el archivo que ha depositado el Gobierno mexicano en 2017 y junio de 2023 en el Artic World Archive, como se le conoce a esta mina de almacenamiento en una de las zonas más septentrionales del planeta, desmilitarizada y casi inaccesible, obedece a otras razones diferentes a las que recuerda el historiador Villanueva Bazán o, al menos, a otras amenazas. Ya no es la inminente presión de otro estado la que alienta a preservar el legado mexicano, sino la búsqueda de que los archivos puedan mantenerse vigentes por miles de años, que no puedan ser vulnerados o hackeados al ser digitales y que no representen una huella de carbono inconfesable.

“En la época del restablecimiento de la República o en la época actual, la preservación de los archivos ha sido un tema fundamental, porque los documentos nos permiten no repetir los errores que se cometieron y son fundamentales para la identidad social y nacional. Porque, ¿qué somos? Somos los que hemos sido como colectivo, lo que nos han narrado, somos el producto de lo que muchos han pensado y hecho. Los documentos que recientemente se guardaron en este archivo son, por ejemplo, el reflejo de lo que cotidianamente se hace en una sociedad, ese constante administrar, legislar, moverse, relacionarse”, explica el experto en archivística.

Obras de artes brasileñas y un pódcast colombiano

Junto al archivo mexicano, están también el famoso cuadro El grito de Edvard Munch, conservado por el Museo Nacional de Noruega, obras de Rembrandt, manuscritos de la Biblioteca Vaticana, y un escáner de altísima resolución en 3D construido con millones de fragmentos de imágenes del Taj Mahal. De Latinoamérica, también están guardadas las obras de los artistas brasileños André Terayama, Almicar de Castro, Antonio Bandeira, Orlando Teruz, Laura Lima Nômades, Heitor dos Prazeres, resguardados por el Museo Nacional de Brasil, y un formato en audio de más de 20 episodios del pódcast Mizter Rad Show, un programa radial liderado por el colombiano Mizter Rad en donde se recopilan entrevistas con grandes personalidades globales que están marcando el futuro de la humanidad.

“Le oí a Vitalik Buterin, fundador de Ethereum, hablar del Arctic World Archive, un búnker en el norte de Noruega en donde se guardan los archivos digitales más preciados de la humanidad. Empecé a investigar y contacté a los fundadores, Katrine Loen y Rune Bjerkestrand”, explica el creador de contenido Mizter Rad. “Después de entrevistarlos comprendí que es un archivo que no solo es para las grandes instituciones nacionales, sino que está abierto a cualquier persona que cumpla ciertos requisitos legales. No es barato, claro, tampoco es fácil de acceder, pero es la posibilidad de que cualquiera pueda hacer parte de la historia que va a ser preservada por los siguientes 2.000 años. Es la posibilidad de que la historia sea contada también por gente como yo”, concluye el pódcaster que logró depositar sus archivos de audio en el corazón mismo del permafrost. El colombiano pagó 150 euros (algo más de 160 dólares) por cada gigabyte del archivo que depositó más los gastos del viaje a Noruega y la ceremonia de entrega.

En uno de los episodios digitalizados de su pódcast, justamente, se revela cómo es que funciona este archivo global. Los fundadores, que vienen de la industria del cine, se dieron cuenta de que las películas de 35 milímetros habían sido modos muy efectivos para guardar por cientos de años el registro de cómo era la vida realmente, por ejemplo, en los tiempos de los hermanos Lumière. “Vimos que estas películas fotosensibles eran un transmisor fantástico de información. Entonces pensamos que, si podían cargar imágenes, quizás también podrían cargar data. Así que lo que hicimos fue convertir la tecnología de la película en un transportador de información digital, en donde la data se pone en bits y bytes y en forma de un QR code de súper alta resolución”, se le oye explicar a Rune Bjerkestrand, fundador del proyecto.

Todos los archivos, desde la bandera mexicana, hasta la fachada del Taj Mahal están almacenados en formato digital, de tal manera que, según explica Bjerkestrand, se requiera de una tecnología muy sencilla para poder ser decodificados, suponiendo, por ejemplo, que en 2.000 años nadie recuerde que es un código QR, hoy tan comúnmente usado para leer los menús de los restaurantes con el celular. “Puedes ser un completo ignorante de nuestro tiempo y aún así estos archivos podrían comprenderse si tienes luz, tienes algo que capture esa luz, como una cámara, y un computador o una plataforma que use lenguaje de ceros y unos”, añade el experto.

La combinación de una tecnología de almacenamiento resistente a largo plazo, que no se puede hackear, que es fácil de decodificar, guardada además en condiciones remotas, es lo que ha alentado a tantas instituciones a guardar ahí los tesoros de la memoria humana. Sin embargo, el profesor Gustavo Villanueva Bazán recuerda que siempre hay algo que se pierde en los archivos digitales: “En ese futuro lejano no se sabrá de los soportes”, dice. No se sabrá si los documentos fueron hechos en pergamino o en papel blanco y cómo era sentir ese papel, si el cuadro fue pintado en tela o lienzo, si los muros del Taj Mahal al tocarse revelaban la arenisca roja de la que estaba hecho. “No hay manera de preservar eso por los siglos”.

Más información

Archivado En