‘¡Soy compañera, y me llamo Claudia!’, adelanto del libro sobre Claudia Sheinbaum

EL PAÍS publica un fragmento del libro ’Claudia Sheinbaum: presidenta’, escrito por el periodista Arturo Cano, un retrato de la carrera política de la aspirante presidencial mexicana

Foto tomada para su certificado de primaria, cuando tenía 12 años.

EL PAÍS adelanta un fragmento del Claudia Sheinbaum: presidenta (Random House), del autor Arturo Cano. El periodista presenta en el libro un retrato documentado de la vida y la carrera de la política a partir de varias entrevistas con Sheinbaum durante su mandato como jefa de Gobierno de Ciudad de México.

“Dejen eso que no sirve para nada y vamos a apoyar a la gente”

Al escuchar que tocaban la puerta los muchachos se asust...

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EL PAÍS adelanta un fragmento del Claudia Sheinbaum: presidenta (Random House), del autor Arturo Cano. El periodista presenta en el libro un retrato documentado de la vida y la carrera de la política a partir de varias entrevistas con Sheinbaum durante su mandato como jefa de Gobierno de Ciudad de México.

Capítulo 1. “¡Soy compañera, y me llamo Claudia!”

“Dejen eso que no sirve para nada y vamos a apoyar a la gente”

Al escuchar que tocaban la puerta los muchachos se asustaron. Tras un momento de indecisión, uno de ellos se animó a levantar un poco la cartulina negra que cubría la ventana del cubículo del Comité de Lucha y, un tanto nervioso, volteó a ver a sus compañeros dentro del estrecho local:

—Son dos güeritas —dijo en voz muy baja.

—…

—¿Qué hacemos? —se preguntaban, incrédulos, porque no solían recibir visitas en ese cubículo del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur de la UNAM.

Tras vacilar un momento decidieron abrir la puerta, sólo para encontrar a dos muchachas, tan jóvenes como ellos, que venían a sacarlos del ostracismo y, a la postre, invitarlos a sumarse a ellas. Era 1977 y las “dos güeritas” eran Mireya Imaz y Claudia Sheinbaum.

Muchos años después, Baltazar Gómez Pérez cuenta la anécdota frente a una taza de café y Claudia la confirma, en su oficina de la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, con una sonrisa y un dato adicional: “Sí, eran Balta y Manolo, que acabaron en el CESOC. Los involucramos, les dijimos: ‘Ya dejen sus cosas ésas que no sirven para nada y vamos a apoyar a la gente’”. Las siglas del Comité Estudiantil de Solidaridad Obrero Campesina condensan los años juveniles —arrancan, en rigor, en su adolescencia—, porque fue como integrante de ese grupo que Claudia se fogueó como activista estudiantil.

Ella tiene muy presente a Baltazar. Recuerda, por ejemplo, que tuvo dificultades para egresar del CCH, “porque siempre tenía muy mala suerte” y en una clase de inglés juntó dos cables que estaban en piso e hizo un corto circuito en todo el plantel. “Lo querían expulsar”.

Portadaa del libro de Arturo Cano.

Muchas personas que conocieron a Claudia Sheinbaum en su época estudiantil la recuerdan como una estudiante muy dedicada y buena oradora. Otro rasgo que mencionan es su “capacidad de persuasión”. Al menos en el caso del Comité de Lucha del CCH funcionó: “Después jalaron con nosotros. Manolo trabajó conmigo en Tlalpan, ahorita no sé dónde ande”.

Política en el desayuno, la comida y la cena

En tiempos de selfis y registro intensivo de la realidad se extraña una memoria gráfica tan pormenorizada como sería hoy en día, pero la huella de Claudia puede hallarse sin hurgar mucho en todo recuento de las luchas estudiantiles de finales de los años 1970 y 1980, las que marcaron su trayectoria y la foguearon, igual que a toda su generación, siempre en primera línea, aunque todavía en el anonimato.

Antonio Santos, su compañero en el Consejo Estudiantil Universitario (1986-1987), ha preparado una larga lista de las luchas en las que Claudia ha participado y la recuerda en la huelga de hambre que encabezó doña Rosario Ibarra de Piedra a las puertas de la Catedral Metropolitana; en los boteos para apoyar la lucha de la Coalición Obrera, Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI) contra el fraude electoral en Juchitán, Oaxaca; en las acciones de apoyo a los huelguistas de la refresquera Pascual; en la solidaridad con la huelga del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUAM) y luego en el movimiento por el alargamiento del semestre; en el Paro Cívico Nacional de 1983 y muchas batallas más (“aquellas marchas gigantescas de los maestros”, anota Claudia en referencia a las movilizaciones de los primeros ochenta).

Sus amigos de entonces la recuerdan recorriendo la ciudad de un lado a otro en un vochito, pues había aprendido a manejar a los 15 años.

Claudia Sheinbaum Pardo ingresó al CCH Sur en 1977 y de inmediato se sumó a su primera acción política en el ámbito universitario: el movimiento de rechazados. Su participación en política, sin embargo, le viene de casa y arranca con los antecedentes familiares, con la participación de sus padres en el movimiento de 1968.

—Parafraseando al clásico de Rigoberta Menchú

—¿Cuándo me nació la conciencia?

—Sí, ¿o cuándo fuiste consciente de las desigualdades sociales, de la necesidad de tener una postura política?

—En mi casa se hablaba de política en el desayuno, en la comida y en la cena.

Raúl, el mentor político

Las imágenes del movimiento del 68 son borrosas en la memoria de Claudia, pues apenas tenía seis años, pero entre sus recuerdos de infancia atesora las visitas a la cárcel de Lecumberri, donde sus padres iban a visitar a un amigo de la familia: Raúl Álvarez Garín, uno de los principales dirigentes del Consejo Nacional de Huelga. “Les llevábamos de comer a los presos”.

Del 68 Claudia recuerda haber pasado tiempo con sus abuelos paternos (“íbamos al balneario de Oaxtepec”) y que, tras la matanza de Tlatelolco, su madre cambió de trabajo.

Pasaron años para que entendiera que su mamá había sido despedida del Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde era profesora —mientras estudiaba la maestría—, por su participación en el movimiento. Claudia se recuerda a sí misma sentada en las escaleras de su casa mientras algunos dirigentes discutían sobre la marcha del 10 de junio de 1971. Entre los asistentes estaba Salvador Martínez della Rocca y el asunto que se discutía era la marcha del 10 de junio de 1971, que culminaría con el Halconazo. “Ahí había gente que no estaba de acuerdo porque iba a haber represión, y otra gente que decía que sí, que había que volver a salir.”

En una de las charlas que sostuvimos para este libro pregunté a Claudia Sheinbaum a quién reconocía como su mentor político. No dudó un segundo: “Aparte de mis padres, a Raúl Álvarez Garín, claro que sí”.

Reconocido como la figura principal del IPN, Álvarez Garín fue a la cárcel y al exilio. De vuelta en México fue uno de los promotores de la revista Punto Crítico, una publicación que imaginaron en Lecumberri él mismo y otros dirigentes del movimiento. Alrededor de ella se articuló un grupo político y surgió, en 1978, la iniciativa de crear el CESOC, al que Claudia y Mireya Imaz sumaron a Balta y Manolo.

Álvarez Garín fue miembro del primer Comité Ejecutivo Nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y diputado federal, entre las mezquindades de la política y su falta de malicia —”Quiero mucho a Raúl”, dijo alguna vez de él Carlos Monsiváis, “pero no le confiaría la huelga de un kínder”— dedicó su vida a la larga lucha por el esclarecimiento y justicia por las masacres de 1968 y 1971.

En esa batalla, Álvarez Garín hizo mancuerna con Jesús Martín del Campo, ahora diputado local en la Ciudad de México, quien recuerda que el primero alguna vez, nostálgico, le mostró las fotografías que atesoraba: en una de ellas aparecía en Ciudad Universitaria con Annie Pardo, madre de Claudia.

Puede leer el capítulo completo en el siguiente archivo adjunto:

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