Los bosques de cartón de Eva Jospin cruzan el Atlántico
La artista francesa llega por primera vez a Latinoamérica con su exposición ‘Folies’, una obra que combina dibujo, tapiz y escultura
Cuando la galerista Mariane Ibrahim vio por primera vez la obra de Eva Jospin, hace dos años, en Francia, quedó prendada. No había visto nada igual. Le pidió a un amigo común que las presentara y lo que iba a ser una charla informal de 20 minutos se convirtió en una conversación de más de dos horas que desembocó, tiempo después, en la primera exposición de la artista francesa en Latinoamérica, Folies, abierta al público desde el 23 de mayo hasta el 9 de septiembre en la capital mexicana. “Ni siquiera teníamos todavía la galería en México”, relata Ibrahim a EL PAÍS, durante un pase priva...
Cuando la galerista Mariane Ibrahim vio por primera vez la obra de Eva Jospin, hace dos años, en Francia, quedó prendada. No había visto nada igual. Le pidió a un amigo común que las presentara y lo que iba a ser una charla informal de 20 minutos se convirtió en una conversación de más de dos horas que desembocó, tiempo después, en la primera exposición de la artista francesa en Latinoamérica, Folies, abierta al público desde el 23 de mayo hasta el 9 de septiembre en la capital mexicana. “Ni siquiera teníamos todavía la galería en México”, relata Ibrahim a EL PAÍS, durante un pase privado de la exhibición este viernes. Su pinacoteca en México no abriría hasta este mismo año, pero ya entonces sintió que era una buena idea traerla. “Creo que es muy diferente a lo que suele exhibirse aquí”, confiesa.
En realidad, el universo de Eva Jospin (París, 48 años) es diferente a cualquier otro. Entrar en él supone renunciar temporalmente a la realidad para dejarse llevar a un mundo en el que el tiempo y el espacio quedan suspendidos. El título de la exposición, Folies, juega con el espectador desde el principio, llevándolo a un terreno de ambigüedad en el que se mueve toda la obra. “Así se llamaba a las construcciones de los jardines en el siglo XVIII y XIX que tenían una función puramente ornamental o decorativa, sin ningún propósito funcional”, explica al periódico la artista, hija del ex primer ministro francés Lionel Jospin. También apela a la raíz francesa de la palabra follaje, y adquiere un tercer sentido cuando se la traduce al español: locura. “Pero la connotación aquí es positiva. Me gusta la ambivalencia que genera. La imaginación de cada uno le transporta a un lugar distinto”, reconoce.
Su obra combina dibujo, tapices de seda y escultura, pero es en esta última técnica donde se produce la magia. Lejos de los materiales en los que tradicionalmente se tallan las figuras, la herramienta que domina e identifica su trabajo es el cartón: tan sencillo, tan inadvertido. “Todo el mundo tiene cartón en su taller. Es el material desechable, con el que trabajas cuando necesitas darle volumen a una idea y el que tiras sin miedo a estar desperdiciándolo. No te sientes intimidada por él y además todo lo que haces es fácilmente reversible”, resalta Jospin.
La humildad del material contrasta con la imponencia del resultado después de pasar por sus manos. Lo que era carne de desecho se convierte, en la pieza principal de la exposición, en un túnel de más de dos metros en el que caben diversas formas y estilos. Dos columnas que recuerdan a la arquitectura del mundo antiguo escoltan la entrada de este corredor particular, situado en la parte superior de la galería. Los pilares están parcialmente cubiertos por una superficie rocosa sobre la que caen unas hileras que simulan la vegetación. Todo es cartón, pero, a una distancia suficiente, los ojos absorben todos los matices como si se tratara de una estructura en ruinas recién descubierta en mitad de la naturaleza.
“Todo lo que se mueve por el mundo lo hace en cajas de cartón”, continúa la artista, “especialmente ahora, con Amazon y el resto de las plataformas. Me gustaba la idea de petrificarlo, de detener en el tiempo ese movimiento constante”. Cuando comenzó a trabajar con este elemento, hace 15 años, no imaginaba todas las posibilidades que se abrirían ante ella. Nadie lo sabe cuando comienza, dice, la clave es la paciencia. “No hay que estar buscando nuevas ideas o materiales todo el tiempo. Hay que ser perseverante con un elemento y con el tiempo vas empujando los límites del material y los tuyos propios”, alega: “[No tener que reinventarse siempre] Es liberador”.
El proceso puede sintetizarse en tres palabras: “Aburrimiento, repetición e invención. Como en la vida”. Las dos primeras posibilitan la tercera, y esta última compensa el tedio de las anteriores. “Me pongo muchos pódcast y a cortar”, resume. Su obsesión por el cartón nació al tiempo que su obsesión por los bosques. “Fue casi una llamada, algo como muy evidente para mí”, rememora: “Es un elemento presente en todas las historias. Es como meterse en un cuento de hadas”. Los árboles reales que suben desde el patio hasta el ventanal del segundo piso de la galería contribuyen a crear el universo onírico en el que ella invita a sumergirse. Toda la sala fue adaptada para albergar esta estructura: desde las paredes, que pasaron de un rosa fucsia a un discreto blanco, hasta la pared hecha a medida y colocada alrededor del arco principal, en mitad de la estancia.
La parte inferior alberga el resto de las obras: primero los dibujos, después un frondoso bosque de cartón, custodiado por dos salas de tapices, y finalmente una habitación grande y espaciosa con dos únicas piezas. La mitad de un palacete de cartón, al que se le ha extirpado la otra parte para poder ver el interior, y otro bosque espeso y pelado, esta vez de bronce. La primera fue realizada a partir de una original de cemento que medía más de cinco metros. “Me gusta jugar con las escalas, igual que con los materiales. Es como Alicia en el País de las Maravillas. Lo pequeño, lo grande... No sabes cuál es el original y cuál la copia. Todo es transportable”, expone, revelando su juego.
Una obra de cartón hecha a partir de una de cemento, una obra de bronce hecha a partir de una de cartón. Todo es un juego de contrastes, y la de metal completa el rompecabezas. “El cemento, el bronce... Son materiales que parecen definitivos, a diferencia del cartón, que siempre es como de prueba. Me gusta darle la vuelta, cuestionarlo”.
Los tapices dan la nota de color a un trabajo esencialmente monocromático. Son la incorporación más reciente a su trabajo y surgieron de su colaboración con los talleres Chanakya, en India, para una colección de alta costura de Dior. Desde entonces han ido ganando peso hasta convertirse en la pieza final que cierra la exhibición. Pero el rastro de esa colaboración llega hasta su vestuario. La artista ha elegido un bolso de la firma para la presentación de la exposición, para la que viste un vestido beige y negro con las calles de su ciudad natal dibujadas sobre la tela. Jospin lleva puesta su obsesión por la arquitectura y se mimetiza con el entorno como si fueran uno solo. Como con sus construcciones de cartón, a una distancia suficiente, uno no distingue dónde acaba la obra y dónde empieza la artista.
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