Juan Miguel Zunzunegui: “El patriotismo es una forma de evadir nuestros traumas”
El escritor mexicano presenta una edición ampliada de ‘Los mitos que nos dieron traumas’, un éxito editorial en el que ahonda en los hechos y leyendas que han definido a México
Juan Miguel Zunzunegui afirma que México es un paciente psicológicamente enfermo. Dice que los mexicanos, como sociedad, están “profundamente encabronados, frustrados, deprimidos, son violentos y agresivos”. Todo lo contrario de la imagen alegre y de satisfacción que el país muestra al mundo, con un ...
Juan Miguel Zunzunegui afirma que México es un paciente psicológicamente enfermo. Dice que los mexicanos, como sociedad, están “profundamente encabronados, frustrados, deprimidos, son violentos y agresivos”. Todo lo contrario de la imagen alegre y de satisfacción que el país muestra al mundo, con un patriotismo muy intenso como bandera de presentación. Para Zunzunegui (Ciudad de México, 48 años) ese patriotismo es una forma de evasión de las heridas que tienen abiertas sus compatriotas y que han moldeado al país durante 500 años: la conquista española, las continuas guerras, las dictaduras, sus revoluciones frustradas. El autor desmenuza esas heridas en Los mitos que nos dieron traumas (Grijalbo), una obra editada originalmente en 2012 y convertida en un éxito con más de 100.000 ejemplares vendidos, para hallar una explicación a la difícil situación de México. Zunzunegui presenta ahora una edición ampliada, en la que sienta en el diván al mexicano promedio “tan psicológicamente pobre”.
Pregunta. Ha sentado a México en el diván. ¿Cómo está el paciente ahora?
Respuesta. A punto de morir. Es mucho más agonizante que en 2012. Me parece terrible. Pero bueno, a ver, tampoco me parece extraño. Llevamos por lo menos un siglo de locos y no nos estamos curando por una razón muy obvia: para curarte tienes que estar consciente de que estás enfermo.
P. ¿Y los mexicanos no se percatan?
R. ¡Por supuesto que no! En uno de los capítulos nuevos que agregué para esta nueva edición explico que México es un paseo por la locura. Justo empiezo diciendo que no hay mayor locura que no saber ser feliz. Eso me parece fundamental. La mente humana puede ser aflictiva y dolorosa, pero también, si la sabes manejar, la mente humana te puede hacer vivir en alegría, en paz, en serenidad. Si tú no tienes la capacidad de ser feliz como individuo, si estás profundamente deprimido, encabronado, frustrado, y tienes un poquito de conciencia de lo mal que lo estás pasando, eventualmente vas con un terapeuta. En México estamos locos porque no somos felices.
P. ¿Y cuál es la enfermedad que afecta a los mexicanos, al lado de esa infelicidad?
R. Si lo ves a detalle, estamos profundamente encabronados, frustrados, deprimidos, somos violentos, somos agresivos. Perdón, pero si fuéramos tan felices como decimos, no seríamos todo eso.
P. Pero los mexicanos se muestran, frente al mundo, satisfechos, alegres, y con un patriotismo y un nacionalismo intensos.
R. Pues mira, justo eso lo señalaba Octavio Paz, que el mexicano es muy patriotero, es muy nacionalista. “¡Viva México, cabrones, viva México, hijos de la chingada!” Y somos fiesteros y hacemos escándalo y tronamos los cuetes. Y claro, Paz dice lo que dirá cualquier psicólogo: pues si así te ves desde tu realidad, así te escondes de tu depresión. Es como cuando tú como individuo vives deprimido o frustrado y entonces te refugias en lo que puedas, en las drogas, en el alcohol, en el vicio que sea para evadirte. Pues los mexicanos nos evadimos. Eso es todo lo que hacemos con el patriotismo, que es una muy buena forma de evadirte. Para mí es una compensación psicológica decir que como México no hay dos.
P. Uno de los traumas en los que usted ahonda en su libro tiene que ver con la conquista española, un hecho que ocurrió hace 500 años. ¿Por qué los mexicanos no superan ese trauma?
R. Bueno, porque nos lo recuerdan todos los días. El presidente nos lo recuerda. Todas las mañanas hay un discurso de odio matutino, misa de siete todos los días. Lo primero que es importante señalar, por lo menos yo así lo pongo en En los mitos que nos dieron traumas, es que ni siquiera hubo tal cosa como la conquista. Nosotros somos más descendientes de los que llegaron que de los que estaban. Hablamos español de entrada, no náhuatl o maya. Pensamos en español, entendemos el mundo en español, amamos en español. Y si crees en Dios, crees en Dios en español. Si odias la lengua en la que te expresas desde lo más profundo de tu alma, te odias completamente a ti mismo. Además, nos encanta nuestra gastronomía mestiza, nuestra música mestiza, nuestros bailes mestizos, nuestros trajes típicos virreinales, el mole, la talavera de Puebla, la virgencita, que la trajeron los españoles; los pueblos mágicos, todos barrocos, todos son virreinales. Es decir, nuestro país no solamente está rebosante de hispanidad, sino que además es lo que más disfrutamos.
P. ¿Entonces, por qué ese odio generalizado a la conquista?
R. Yo hago mucho énfasis en este y en todos mis libros en cómo, al final, el ser humano no vive de la realidad, vivimos de narrativas. Nosotros nos contamos historias, nos creemos las historias que nos contamos y por lo tanto las convertimos en realidad. Y claro, eso eventualmente te va generando estas contradicciones que revientan como traumas y complejos psicológicos. Tú vives toda tu vida diciendo en español ‘pinches españoles’ y renegando tu hispanidad en español mientras disfrutas de un país absolutamente hispano.
P. ¿Cómo explica esa contradicción?
R. Creo que en algún recoveco de nuestro ser se tiene que estar generando este choque, esta contradicción. México lleva 200 años de existencia, que es tiempo suficiente para hacer algo, pero no hemos logrado crear un país decente. La verdad es que nos va cada vez peor. Nos pasamos todo el siglo XIX envueltos en guerras. Cuando finalmente logramos formar un Estado moderno con Porfirio Díaz, de inmediato nos organizamos para destruirlo en una guerra civil de 30 años. Y así somos con todo. Dejamos todo a medias: los aeropuertos, las refinerías, las narrativas históricas. No hemos logrado convertirnos en una sociedad capaz de dotarnos a nosotros mismos de las cosas elementales para vivir bien, para tener beneficios que te permitan ser feliz.
P. ¿De quién es la culpa?
R. La tenemos nosotros, todos. Pero México es como un niño inmaduro de nueve años, que dice que la culpa no la tengo yo, la culpa la tiene el mundo, la culpa la tiene Cortés, la Malinche, los españoles, Salinas de Gortari, los árbitros, Donald Trump. Nada es culpa nuestra. Entonces vivimos en esta actitud inmadura diciéndonos que somos bien chingones, pero nos va de la chingada. Y cuando tienes que encontrar una explicación, entonces recurres a la teoría del complot: el mundo está en mi contra. Desde lo de Hernán Cortés, esto no ha cambiado.
P. Hablemos de los indígenas. En forma de broma en su libro dice: “Conquistado sí, pero indio no”. En México se habla con orgullo de ese pasado indígena, pero en la realidad esa población es la más olvidada, la que viven en peores condiciones.
R. Esa es la gran contradicción. Un mexicano que repudia profundamente su raíz hispana y en contraparte estamos bien orgullosos de la indígena, pero tampoco sabemos nada de esa raíz indígena. Y pretendemos ser indígenas, descendientes de los indígenas conquistados, que por eso tenemos un trauma de conquista. Pero efectivamente, el indígena de hoy nos vale madres, porque si tuviéramos ese culto por el indígena hubiéramos desarrollado toda una estructura económica, política, social, donde ellos vivieran bien. Pero no, al mexicano le encanta el indio muerto, no el indio vivo. Me explico: al llegar un extranjero lo llevo a Teotihuacán, a Chichén Itzá. Pero si el extranjero te dice ‘oye, por qué no me llevas a una comunidad indígena’, de entrada, dices no sé dónde está, ni siquiera sé si existen. Somos un fraude. Y eso es porque nos contamos muy mal la historia.
P. ¿Qué le recetaría a este país para que venza sus traumas?
R. Pues me encantaría tener una receta, pero no la tengo. Yo no puedo cambiar México, pero sí puedo tratar de cambiarme a mí y luego ver si puedo aportar en el cambio de los mexicanos. Porque un país solo se transforma si se transforma la mentalidad de su gente. Y entonces debo decirles a las personas: tienes dos opciones en la vida, ser feliz o no serlo. Si no eres feliz es porque te estás contando una historia incorrecta sobre ti mismo y lo único que tienes que hacer es contarte la historia de forma diferente. Lo que te marcó y te generó traumas y complejos no son los hechos del pasado, son las interpretaciones emocionales que tú has hecho de los acontecimientos del pasado. No puedes cambiar el pasado, pero afortunadamente lo que nos marca son las interpretaciones emocionales y esas sí las puedes cambiar. Ese es el perdón. No beneficia a nadie más que a ti. Y como pueblo se puede hacer exactamente lo mismo. Entonces la receta es revisar la historia que tú cuentas de ti mismo y construir una narrativa que te genere emociones positivas.
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