Toscana en tundra

‘El peso de vivir en la Tierra’ es la novela con la que han premiado merecidamente a David Toscana y todo el hielo que cubre Madrid se convirtió de pronto en Toscana, de vid y vida, de alivio y consuelo, pero sobre todo de orgullo lector

Ilustración de un torero.Jorge F. Hernández

Dicen que tundra es la vasta estepa solitaria, ni pináceas o reinos. Solo nieve. A menudo se me afigura que la gran literatura es un inmenso paisaje nevado, de helados párrafos y vientos constantes de prosa que parecen tumbarnos sobre las almohadas. Bigote y barbas congeladas parecen caerse al babear como palitos chinos y de pronto, los grandes escritores de la gran literatura encienden una hoguera a la mitad de una frase y poco antes del punto y aparte, recordamos las sílabas de la palabra hogar.

A contrapelo, dicen que...

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Dicen que tundra es la vasta estepa solitaria, ni pináceas o reinos. Solo nieve. A menudo se me afigura que la gran literatura es un inmenso paisaje nevado, de helados párrafos y vientos constantes de prosa que parecen tumbarnos sobre las almohadas. Bigote y barbas congeladas parecen caerse al babear como palitos chinos y de pronto, los grandes escritores de la gran literatura encienden una hoguera a la mitad de una frase y poco antes del punto y aparte, recordamos las sílabas de la palabra hogar.

A contrapelo, dicen que la Toscana italiana es tan exuberante en sabores de sus paisajes y colores que se comen que parece que florecen versos en medio de todos los verdes y pequeñas crónicas inmortales sobre el entramado de un mantel a cuadros… y en el enredo de mis desvaríos, confundo a menudo el milagro de viñedos lejanos y viandas polifónicas sobre el inmenso mantel impoluto de la nieve infinita porque me huele a infancia, me sabe a amor y me explica —de vez en cuando—la palabra amistad.

David Toscana es un escritor al que admiro desde mucho antes de haberlo conocido en persona. Lo abracé en páginas subrayadas y asombros sucesivos, lo imaginé entrañable antes de aquella afortunada tarde en la que nos presentó Eduardo Antonio Parra (que es guanajuatense, aunque sea del Norte) y así se formó en mi recuerdo una tertulia con esos dos narradores que se entrelaza con sincronías y coincidencias. El tiempo nos ha nevado las sienes y me ha concedido caminar con Toscana por paisajes al óleo: claroscuros de aguanieve en Cracovia y una ventolera imperdonable en Varsovia… luego, Madrid en compartida filiación; incluso he caminado a su sombra en remotos lugares donde consta que ha vivido, sin que conste que yo haya viajado a verlo.

Hace unos meses se me concedió presentar El peso de vivir en la Tierra, la novela con la que hoy han premiado merecidamente a David Toscana y todo el hielo que cubre Madrid se convirtió de pronto en Toscana, de vid y vida, de alivio y consuelo, pero sobre todo de orgullo lector porque el premio confirma que los escritores honestos ante la inmensa página de nieve, los que se desviven sin televisión ni Netflix sobre una tela donde una bella mujer pinta los rostros de fantasmas muertos, todos los escritores de la vieja gran literatura y este gran escritor Toscana ha toscaneado el paisaje entero contra la frialdad y contra la mediocridad de tantas novelas y tanto ruido. Toscana con música de Tosca al fondo danzando al filo de un balcón en el corazón de Madrid para levitar como ejemplo: sí se puede vivir dignamente en este medio de pantanos y fangos, en medio de la tundra, donde los egos de quienes creen tener siempre la razón justifican plagios por comodidad y simulacros por desidia.

Toscana es de los autores que lee mucho para escribir de veras. Su conversación minuciosa —como la lluvia—señala erratas y subraya maravillas. Su generosidad se derrite desde los mínimos gestos de hospitalidad y acompañamiento: lo sabemos quienes partimos panes en su mesa, pero sobre todo lo saben quienes han leído sus crónicas y artículos donde tuvo a bien no sólo hacerme un quite para salvarme de un cornadón en pleno centro del ruedo, sino llevar bien toreado el razonamiento para apuntalar el abrazo con el que exhortaba a levantarme y seguir toreando la prosa. Escribir es torear y hoy han premiado a una Figura del toreo mexicano con alma europea. Es de Monterrey, como Lorenzo Garza y Manolo Martínez y por ende, tauromaquia de escritor como ave de las tempestades y mandón en silencio. Sin participar del vodevil de las letrillas ni de los juegos cínicos o hipócritas del mundillo tan ingrato, David cuajó una gran faena y hoy le han concedido las orejas y rabo.

La faena que se titula El peso de vivir en la Tierra es un delirio no exento de humor y ciertos dolores. David se encerró al tiempo que se encerraba el mundo entero a leer en español, ruso o traducciones del polaco al oído para literalmente empaparse de la gran literatura rusa. Al paso de los meses se volvió contertulio de fantasmas: en su mesa, al filo del balconcito y de todo el tiempo congelado, se sentaron a dialogar Chéjov y Dostoievsky, Turgeniev y Tolstòi y también Gorki o los Hermanos Marx, pues la historia que fue tejiendo Toscana hilas las locas andanzas de un Alonso Quijano regiomontano, un burócrata de Monterrey que de tanto leer novelas de esas caballerías rusticanas y presoviéticas se le bota la cuiria y empieza a firmar oficios con pluma de ganso, a visitar una cantina regia que para él es como una nave Sputnik espacial y ante los culebrones de muertos en el mundo o tiempo que le toca vivir, él se duele más por la muerte de Ivan Ilitch.

No cuento más, leeánlo y viajen con la alta literatura de Toscana por la alta literatura rusa para confirmar que San Petesburgo es una forma rara de México y que la vida desbordada de los poetas olvidados o en la sombra es en la realidad la gloria palpable de los milagros que suceden de vez en cuando.

David Toscana sale por la Puerta Grande. Ha confirmado la precisa belleza de escribir con el alma y dialogar con fantasmas para que todos sus lectores podamos evadir la tormenta diaria de la nieve interminable y —en medio de la tundra, redescubrir el hermoso jardín de lo entrañable: letras que se unen para armar frases –aparentemente— en el vacío que al ser leídas elevan al mundo… yo, por eso, lo cargo en hombros.

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