La trompeta de Wynton Marsalis electriza el Auditorio Nacional de Ciudad de México
La Jazz at Lincoln Center Orchestra cierra en la capital su visita a México invitado por el Festival Internacional Cervantino
“Se corre el riesgo de que la música mecanizada invada todo el mundo, en detrimento de la música viva, tal como los productos industriales han desplazado a los del artesano. Por eso quiero terminar con una plegaria: ¡que la Providencia salve a nuestros descendientes de ese naufragio!”, advertía en 1937 el húngaro Béla Bartók, uno de los más grandes compositores del siglo pasado. Es una lástima que aquella súplica no llegara a destino y que la predicción hoy sea más que un hecho. Por fortuna, y como contrapeso, e...
“Se corre el riesgo de que la música mecanizada invada todo el mundo, en detrimento de la música viva, tal como los productos industriales han desplazado a los del artesano. Por eso quiero terminar con una plegaria: ¡que la Providencia salve a nuestros descendientes de ese naufragio!”, advertía en 1937 el húngaro Béla Bartók, uno de los más grandes compositores del siglo pasado. Es una lástima que aquella súplica no llegara a destino y que la predicción hoy sea más que un hecho. Por fortuna, y como contrapeso, está la Jazz at Lincoln Center Orchestra, la big band dirigida por Wynton Marsalis, leyenda viva de la trompeta, que entre gira y gira ha dado con México para festejar el 50 aniversario del Festival Internacional Cervantino.
Wynton Marsalis (Luisiana, 18 de octubre de 1961), arreglista, compositor, mensajero de paz de la ONU desde 2001 y promotor del jazz tradicional por más de 40 años, aterrizó por tercera vez en México con la orquesta que comanda desde 1991 para el gusto del oído amante de la forma clásica del género, aquella que alcanzara su auge en los años cincuenta de la mano de músicos como Duke Ellington, Max Roach, Louis Armstrong, Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, John Coltrane, Charles Mingus, Art Blakey, Thelonious Monk, entre otros. Se trata de la forma jazzística más pura, la que conserva elementos del swing y el bebop en su constitución.
Con la expectativa de un viaje al pasado, el público toma asiento en el Auditorio Nacional en Ciudad de México. Se tiene una idea de cómo es, se ha escuchado antes, se han forjado algunas experiencias, pero también se sabe que siempre es distinto: esa es la esencia del jazz. Entonces la maquinaria musical de Marsalis se pone en marcha, engrasada previamente con miles de aplausos de asistentes preparados para la travesía sonora. Cada uno de los instrumentos, alineados por secciones, tiene la responsabilidad de que aquello intangible que el mundo llama música opere sin problemas en el engranaje del tiempo. De ahí la importancia de la rigurosa selección de intérpretes que conforman y han pasado por la Lincoln Center Orchestra a lo largo de su historia.
La Jazz at Lincoln Center Orchestra se reconoce como una institución del mismo grueso que la Filarmónica de Nueva York, la Ópera Metropolitana y el Ballet de la Ciudad de Nueva York; una que ha cobrado relevancia con los años por ser acaso la mejor big band de los últimos tiempos. Un mito vivo, superviviente a los cambios que este estilo musical sufrió entrada la década de los ochenta: se abría paso el llamado free jazz y jazz fusión dentro de la escena establecida a raíz de influencias ajenas al seno ideológico afroamericano en que el género había surgido. Wynton, nacido en Nueva Orleans, meca del jazz tradicional, e hijo de jazzista Ellis Marsalis, no se ha salvado de críticas por la ortodoxia a que ha llegado por conservar la naturaleza del género. “El jazz es un lenguaje muy difícil de interpretar, no por la música sino porque su integridad siempre está siendo desafiada… hay una insistencia en corromper su esencia y hacerlo nos va a forzar a malentenderla”, dijo en conferencia de prensa previa a sus presentaciones en México.
En español, Marsalis saluda al público capitalino, agradece y conduce el programa en el que destaca música de Jelly Roll Morton, Thelonious Monk, Woody Shaw, Duke Ellington, McCoy Tyner, así como composiciones propias, además de un repertorio de latín jazz de Carlos Henríquez, compositor y contrabajista de la orquesta. Marsalis echa mano de la sordina para darle a su trompeta un tono recóndito pero protagónico. La pieza es Cherokee, un clásico de Ray Noble hecho estándar de jazz que ha sido interpretada por cientos de músicos del género. Inevitablemente, la armonía invita a pensar en aquella música que las series policiacas de televisión emplean para resolver misterios —uno de los tantos clichés asociados a este tipo de música—. De pronto entra un solo de saxofón a cargo de la Alexa Tarantino, única mujer en una orquesta de 15 miembros. Flamante sería un adjetivo débil para calificar una intervención enmarcada de aplausos y ovaciones, poco antes de concluir el concierto.
A propósito: “Cuándo es el momento exacto para comenzar a aplaudir al final de una obra”, dice el músico mexicano Raúl Zambrano en la primera línea de su libro El eco de lo que ya no existe. Para Wynton Marsalis es lo de menos: “No es fácil resistir la oportunidad de presumir cuando tienes la capacidad de hacer algo bien. En el bachillerato aprendí una técnica de respiración que me permitía tocar un solo de trompeta continuo durante 10 minutos sin detenerme a tomar aire. Pero mi padre me dijo: ‘Hijo, aquellos que tocan para que les aplaudan, eso es todo lo que obtienen’. Cuando nos ponemos a ejecutar trucos para lucirnos, solamente estamos haciendo trampa al público y a nosotros mismos”.
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