Las intocables Fuerzas Armadas: una excepción mexicana (otra más) en América Latina
Tras la filtración de millones de correos de Sedena, el parlamento decidió conceder a los militares más poder que nunca. Un nuevo ejemplo del inmenso crédito del Ejército incrustado en la cultura política del país
En Chile, las filtraciones de cientos de miles de correos tumbaron casi de inmediato a un alto mando del Ejército. Su renuncia fue una medida de control de daños, sin saber todavía el alcance concreto del material pirateado. En México, cinco días después de conocerse que el hackeo al Ejército era aún mayor −han sido cuatro millones de correos−, el parlamento decidió sin embargo dar a los militares más poder que nunca, exte...
En Chile, las filtraciones de cientos de miles de correos tumbaron casi de inmediato a un alto mando del Ejército. Su renuncia fue una medida de control de daños, sin saber todavía el alcance concreto del material pirateado. En México, cinco días después de conocerse que el hackeo al Ejército era aún mayor −han sido cuatro millones de correos−, el parlamento decidió sin embargo dar a los militares más poder que nunca, extendiendo el plazo legal para que sigan realizando tareas policiales en la calles. El contraste en cómo ha reaccionado cada país ante el mismo dilema demuestra el inmenso crédito con el que cuenta el Ejército mexicano, una posición privilegiada que tiene explicaciones profundas más allá del contexto de violencia de los últimos años o la coyuntura política del momento.
Mientras que el resto de América Latina ha acometido en décadas recientes ambiciosas reformas para atar en corto a las Fuerzas Armadas, en México el equilibro de poder apenas ha cambiado en el último siglo. Una excepción que se explica por su especificidad histórica en este tiempo. México, por ejemplo, no ha seguido la nefasta tradición de golpes de Estado y dictaduras militares que asolaron al continente. Sin embargo, vivió la primera revolución exitosa, que derivó a su vez en el particularísimo régimen del PRI, que dominó y moldeó el país durante más de 70 años como una especie de partido-Estado. Y que tenía como una de sus columnas vertebrales al Ejército, cuya presencia en la vida civil siempre fue mucho mayor y muy diferente a la de sus vecinos. Una construcción que, según los historiadores y politólogos consultados para este reportaje, aún no se ha roto del todo.
El material del Ejército mexicano divulgado la semana pasada por el grupo de piratas informáticos Guacamaya, al que ha tenido acceso El PAÍS, evidencian esa omnipresencia de las Fuerzas Armadas en la vida pública: desde su intervención en las grandes obras de infraestructura a su peso en el círculo íntimo del presidente López Obrador. La filtración también demuestra la manga ancha con la que actúan: seguimiento estrecho a políticos, periodistas y activistas; y la sospecha de un espionaje más profundo a través de un software para pinchar teléfonos celulares. La polémica se ha saldado de momento con un comunicado de prensa por parte del ministerio de Defensa (Sedena) negando la acusación de espionaje y con el presidente Andrés Manuel López Obrador cerrando filas con los militares: “Es un hombre íntegro, leal y honesto”, dijo esta semana sobre el secretario de Defensa y general Luis Cresencio Sandoval.
“El presidente va a seguir apoyando al Ejército porque sabe no solo que no tiene coste político, sino que tiene ganancia. Las críticas han venido de la opinión pública liberal, que es una minoría. López Obrador sabe que apoyar al Ejército es estar con el pueblo” sostiene Raúl Benítez Manaut, sociólogo e investigador en asuntos militares de la UNAM. En prácticamente todas las encuestas de opinión, la Sedena y la Marina aparecen de largo como las instituciones mejor valoradas por la ciudadanía. No parecen pesar demasiado los inconvenientes de entregar la seguridad pública a los militares, como por ejemplo los numerosos casos judiciales abiertos por violaciones a los derechos humanos. La policía, sin embargo, suele registrar los últimos puestos por su corrupción e ineficacia.
Los académicos consultados, en todo caso, van más allá de la lógica de que el Ejército puede ser el actor menos malo para enfrentar la crisis de violencia a la hora de interpretar ese imponente tirón popular. Rogelio Hernández, profesor en Ciencia Política del Colegio de México (Colmex), explica que “la revolución de 1910 no solo transformó el sistema porfirista sino que también cambió completamente al Ejército. Las Fuerzas Armadas nacen de la propia revolución integrando todas las luchas del pueblo, los diferentes liderazgos de la revuelta. El Ejército no tiene un origen aristocrático como en otro países, sino popular. Además, todas esas luchas quedarán encuadradas bajo la única autoridad del presidente de la República, cuya autoridad no es cuestionable”.
Así nació el famoso carácter “institucional” mexicano, una especie de evolución en el estado de las cosas después de la revolución, de gaseoso a sólido, que incorporaría en su propio nombre el PRI (Partido Revolucionario Institucional). “El Ejército es el que crea al PRI. Es un hijo bien portado, además, porque desplegó la gobernabilidad con mucho éxito, que es lo que los militares querían”, apunta el académico de la UNAM. De este modo se fue solidificando una relación simbiótica, de necesidad mutua.
Durante la larga época del PRI, los militares ocupaban cargos en instituciones o empresas paraestatales. Algunos generales retirados fueron incluso nombrados gobernadores en los estados más calientes, como Guerrero o Oaxaca, un antecedente del modelo actual. El general Lázaro Cárdenas, uno de los referentes de López Obrador, los incorporó en los años treinta directamente a la vida política como uno de los pilares del peculiar sistema corporativista que metía todo bajo el mismo paraguas: trabajadores, campesinos y militares.
Esta fusión con la esfera civil atenuó en gran medida cualquier incentivo para una sublevación. “El Ejército nunca tuvo necesidad de dar un golpe de Estado porque formaba parte íntimamente del sistema”, apunta Benítez Manaut. Que no hubiera asonadas militares no quiere decir en todo caso que el Ejército mexicano no haya participado en episodios represivos, como la guerra sucia o la matanza de estudiantes en el 68. “Pero incluso en estos casos, las Fuerzas Armadas no actuaron por su cuenta. Siguieron siempre el mandato del Gobierno. El Ejército mexicano nunca ha conspirado ni cuestionado el poder político”, resume el académico del Colmex.
El recuerdo de aquellos oscuros episodios de las décadas de los sesenta y setenta, que el actual Gobierno trata ahora de esclarecer con la creación de una Comisión de la Verdad, no parecen sin embargo pesar demasiado en el imaginario mexicano. Más protagonismo tienen sin embargo las acciones que, durante la misma época, empezaron a desarrollar en apoyo a la población civil: labores de rescate en inundaciones o terremotos, por ejemplo. “Tienen un aparato burocrático muy hábil, con mucho olfato político, desarrollado durante 100 años. Han conseguido que cuando ves un soldado veas a alguien que rescata a un perrito”, añade el investigador de la UNAM. También ha ayudado a cimentar esta imagen que, salvo una fugaz intervención en la Segunda Guerra Mundial, el Ejército mexicano no ha participado en ningún conflicto bélico. Los soldados como benefactores, no como agresores.
Con esta inercia se llegó en el 2000 a la apertura democrática en el país. El PAN alcanzó el poder pero el lugar del Ejército no cambió demasiado. “Todos los partidos los han apoyado en todo momento. El PAN tuvo una relación muy armónica, les mejoró las condiciones salariales y las ayudas sociales. Todo presidente nuevo que llega al poder se sienta con ellos y llega a una alianza. Así ha hecho López Obrador, después de ser muy crítico cuando estaba en la oposición”, apunta Benítez Manaut.
El único intento de meter mano al Ejército fue, precisamente, durante los primeros pasos del gobierno panista de Vicente Fox. Se llegó a plantear una reforma siguiendo el modelo estadounidense del Pentágono. Es decir, que el mando operativo fuera un militar. Pero el político, un civil. Algo que ya había ocurrido durante los procesos democráticos tras las dictaduras militares de Brasil, Chile o Argentina. Sin embargo, en México “la transición democrática no llegó al Ejército, que se ha quedado al margen de los cambios políticos”, cierra el politólogo del Colmex.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país