El último baile en el oasis de la contracultura chilanga
El Multiforo Alicia, espacio cultural emblemático de Ciudad de México, anuncia su cierre para finales de 2022, tras 27 años de acoger música, poesía y arte alternativos
En marzo de 2006, Manu Chao y la Radio Bemba Sound tocaron en el Zócalo de Ciudad de México ante más de 150.000 almas. Al día siguiente, músico y banda dieron un concierto secreto para 150 personas. El local elegido por el artista fue el Alicia, un emblema de la contracultura chilanga. El directo se grabó y fue lanzado en disco por la discográfica del Alicia, bajo el nombre Estación México (2008) y la recaudación se destinó a causas sociales. Ese lugar ...
En marzo de 2006, Manu Chao y la Radio Bemba Sound tocaron en el Zócalo de Ciudad de México ante más de 150.000 almas. Al día siguiente, músico y banda dieron un concierto secreto para 150 personas. El local elegido por el artista fue el Alicia, un emblema de la contracultura chilanga. El directo se grabó y fue lanzado en disco por la discográfica del Alicia, bajo el nombre Estación México (2008) y la recaudación se destinó a causas sociales. Ese lugar que Manu Chao eligió para su show privado ha sido durante años el refugio de las escenas musicales alternativas de la capital, bandas que no sonaban en la radio ni tenían dinero para alquilar salas de conciertos. Música que cantaba a una generación que no se encontraba reflejada en las melodías edulcoradas de los grupos de moda. Allí acudían cada fin de semana centenares de jóvenes que creían que era posible un cambio en las formas de ocio, de relacionarse, de entender el mundo. O que simplemente buscaban divertirse por una noche y olvidar la realidad asfixiante que regía fuera de aquel viejo edificio de la Roma. Pero todo se acaba, y a finales de 2022 el Alicia cerrará sus puertas después de 27 años de historia.
Del Multiforo Alicia —el Alicia para los amigos, Laboratorio de culturas subterráneas y movimientos aleatorios para sus creadores— salió Panteón Rococó, Lost Acapulco, Austin TV, Sekta Core o Salón Victoria. Y por allí pasó también Tijuana No! —el grupo de ska-punk en el que empezó su carrera Julieta Venegas—, La Lupita o Café Tacvba. En su seno se forjó la escena ska mexicana, que acabó siendo masiva. También la surf rock, punk, rockabilly, hardcore, blues, jazz o el resurgir del movimiento rupestre. En su pequeño estudio se grabaron más de 130 discos que luego editó su discográfica, Grabaciones Alicia.
Por fuera parece un edificio desahuciado. Sobre una repisa, seis letras mencionan el nombre del lugar, aunque la L ha perdido un anclaje y aparece boca abajo. Lo único cuidado son los grafitis: uno grande del gato de Cheshire con tupé y tocando la guitarra en la reja metálica y encima otro en colores vivos. Por dentro las paredes están empapeladas desde el suelo hasta el techo con carteles de conciertos, pegatinas, panfletos políticos. Una suerte de barroquismo punk, de álbum de fotos familiar que recoge los recuerdos de miles de noches. “No sabíamos si esto iba a funcionar, éramos loquitos que querían hacer cosas, pero resultó”, cuenta Ignacio Pineda, el responsable del Alicia, un miércoles de febrero sentado en una de las sillas de plástico del local, sobre la pista de baile con adoquines blancos y negros como en un tablero de ajedrez. “Cuando abrimos no era la Roma tan fancy [pija] de ahora. Éramos un espacio cultural para gente de pocos recursos de Iztapalapa, de la San Felipe, de Azcapozalco...”.
La década de los noventa avanzaba imparable cuando tres amigos anarquistas —Pineda y dos socios originales que pronto dejaron el proyecto—decidieron que sería una buena idea abrir un espacio cultural al que pudieran acudir los chavos sin dinero de la periferia del entonces Distrito Federal. Los lugares de ocio para la juventud pobre en aquella época brillaban por su ausencia. Y ellos creían en ideas que no cabían en los bares de moda a los que acudían a divertirse los fresas capitalinos. Inspirados en los centros sociales okupados europeos y las squats inglesas, decidieron alquilar un local en la Roma Norte, una colonia por aquel entonces semiabandonada después de que el terremoto de 1985 causara estragos. Es decir: un barrio barato en el que 10 años después del sismo aún se veían montañas de escombros por las calles, al que empezaron a mudarse músicos, escritores, activistas y chavales sin mucho dinero.
“Trabajábamos con lo que había abajo, con las bandas que no sonaban en la radio. Y eso comenzó a funcionar muy bien, nos dimos cuenta de que había un público nuevo para ese tipo de música. Es la música que estaba en la calle”, señala Pineda. Pero 27 años son muchos y a sus 60, él está cansado. Con una boina calada de color crema, una mascarilla con el logo del Alicia y las palabras “autogestión” y “apoyo mutuo” constantemente en la boca, explica que ya había pensado en cerrar antes, en 2020, con el 25 aniversario. Pero entonces llegó el coronavirus y decidió aguantar. “Si hemos resistido un montón de clausuras no nos iba a ganar una pandemia”, sintetiza. Quería retirarse en sus propios términos. Y los 27 años son una buena edad, “como buena leyenda”, bromea. “Nos toca ser consecuentes también. Son muchos años trabajando de lunes a lunes, diseñando eventos, programando las redes sociales que te absorben mucho tiempo...” se explaya.
Más allá de la música, el Alicia ha albergado recitales de poesía, talleres, debates, exposiciones de arte y toda clase de eventos con el fin de recaudar dinero para causas sociales como el Zapatismo, con el que ha estado fuertemente ligado desde sus orígenes. “La trama social se mejora con locales así. Sobre todo en países tan castigados por la violencia estos lugares son fundamentales. En el Alicia te conocés con la gente, no importa si estás arriba o abajo del escenario”, desarrolla el ilustrador argentino Jorge Alderete, un habitual del espacio que publicó Yo soy un don nadie (Black Cat Bones, 2013), un libro de retratos de músicos y personas que formaban parte de su escena.
Un semillero de ideas y movimientos contraculturales, con espíritu de agitación que ha calado en miles de personas a lo largo de su vida. Que dejó huella por toda la ciudad gracias a la impresión masiva de carteles y panfletos, tanto para anunciar conciertos como causas políticas, que decoraban los muros urbanos. “Se volvió una maquinaria de propaganda a la que descubrimos un poder de comunicación muy importante”, rememora Andrés Ramírez, creador del logo del Alicia y artífice de todos sus diseños. “Hemos impreso unos cuatro millones de carteles, quién sabe cuántos pares de ojos los vieron, cuántos se quedaron en la memoria colectiva”.
“Un estandarte de la cultura subterránea”
Ali Gardoqui —más conocida como Ali Gua Gua—, una joven de Veracruz que buscaba abrirse paso en la gran ciudad, llegó a la capital en 1994. Al poco tiempo frecuentaba el Alicia. Allí empezó a tocar con su banda, Las Ultrasónicas, un grupo mítico y rompedor de punk mexicano formado íntegramente por mujeres. “Se sentía como la casa, era un foro que te daba la oportunidad de forjar una escena y tocar constantemente, ir ganando un público. Con su cierre creo que se pierde un estandarte de la cultura subterránea”, cuenta por teléfono. Mario Sánchez, Chavo, dio sus primeros conciertos en el local como guitarra de Austin TV, un icónico grupo de post-rock instrumental: “Es lo más increíble que ha habido en mi carrera musical, Nacho [Pineda] fue la primera persona que creyó en mí como músico. Nos abrió la puerta, grabamos los dos primeros discos con él a un precio ridículo”.
En uno de los conciertos de Austin TV, a la banda le pareció buena idea llevar a un grupo de grafiteros para que hicieran un mural mientras ellos tocaban. “Nunca nos detuvimos a pensar que era un espacio muy cerrado y el spray tiene gases tóxicos. Había demasiada gente y fue demasiado gas, tanto que perdí el conocimiento y me desmayé. Fue una locura. Lo siguiente que recuerdo es que ya no había nadie; yo en el piso; los músicos y los Alicios [empleados] y no entendía nada. Son de esas cosas que solo el Alicia permitía”, evoca Chavo. “Ha sido un bastión de la independencia muy importante”, concuerda el periodista y crítico musical David Cortés. “Han favorecido en gran medida la música y las bandas emergentes. Ese es uno de los principales atributos, simbolizar esa resistencia al poder. No es un antro perfecto, pero yo creo que con su cierre se va a perder mucho”.
No solo ha sido un refugio para grupos locales. Albert Pla, Banda Bassotti, Ska-P o Los Auténticos Decadentes han llenado de acordes y distorsión las noches del foro. Fermín Muguruza, que fue cantante de los míticos grupos de punk y ska vascos Kortatu y Negu Gorriak, también tiene una relación muy cercana con el Alicia. En su primera gira en solitario, en 1998, pasó por allí. “Desde entonces, Nacho [Pineda] y yo somos carnalitos”, cuenta por correo electrónico.
Muguruza ha actuado en el Alicia en más de una decena de ocasiones, siempre que tiene un proyecto que presentar en Ciudad de México. “Podría contar infinidad de anécdotas, pero la más cercana y en estos momentos más entrañable, es el homenaje que hicimos a mi hermano Íñigo [bajista también de Kortatu y Negu Gorriak] justo después de fallecer. Al mes de su muerte yo estaba destrozado, pero me fui a presentar la película Black is Beltza al festival de animación Animasivo y a la noche hicimos un reventón. El calor y emoción que se sintió quedará para mí siempre en el corazón”. “El Foro Alicia además de un referente mundial, es una escuela, y la desaparición de una escuela es algo que no se debiera permitir nunca. Es la herramienta esencial para luchar contra la ignorancia, esa ignorancia que crea monstruos”, concluye el músico.
Maite López Flamarique publicó en 2010 Alicia en el espejo, un libro que mezclaba ficción y crónica para contar la historia del local. En él, la mayoría de las voces que entrevista se refieren al Alicia como el lugar más importante de la música contracultural mexicana. Como una versión mexicana del CBGB, el mítico club neoyorquino en el que empezaron a tocar grupos como Ramones, The Velvet Underground, Blondie o Talking Heads. Ahora, ese espacio en el que llovía condensación del techo cuando la pista de baile estaba llena de cuerpos sudorosos da sus últimos pasos. “Me va a dar mucho gusto saber que hicimos lo que nos tocaba”, confiesa Pineda. “Quizá sí voy a extrañar un poquito, pero recordar todo lo que hemos hecho...”, dice sin que haga falta terminar la frase. No tiene muy claro que hará con su futuro. Escuchar discos en casa, leer libros, ir al cine. Esas cosas que el compromiso con el Alicia no le ha permitido disfrutar en 27 años. O quizá agarrar una mochila y desaparecer un rato. Como las viejas leyendas del rock.
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