Entre el abandono, el lucro y el horror: el panteón de Iztapalapa donde exhumaron el cuerpo del bebé Tadeo
En el cementerio San Nicolás Tolentino, en Ciudad de México, sobrevivir es una tarea diaria para quienes cuidan de los muertos
En las entrañas del segundo cementerio más grande de la capital de México ha quedado al descubierto la cara más siniestra de la violencia que golpea al país, la que hasta a los muertos profana. Huesos desperdigados entre las tumbas, actividades de santería en los pasillos, exhumaciones ilegales a plena luz del día y sepulturas clandestinas por las noches, son parte de las historias que se esconden en el panteón San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, de donde fue ...
En las entrañas del segundo cementerio más grande de la capital de México ha quedado al descubierto la cara más siniestra de la violencia que golpea al país, la que hasta a los muertos profana. Huesos desperdigados entre las tumbas, actividades de santería en los pasillos, exhumaciones ilegales a plena luz del día y sepulturas clandestinas por las noches, son parte de las historias que se esconden en el panteón San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, de donde fue desenterrado el cuerpo de un bebé que después fue hallado en una cárcel en Puebla.
Al otro extremo de la entrada principal, un sepulturero que se identifica como Ricardo señala el hoyo en las faldas del Cerro de la Estrella, de donde fue robado Tadeo. Del primer entierro del bebé ya solo queda un arreglo de flores blancas marchitas y un adorno de un pato sobre una bicicleta. Rodeado por tumbas destrozadas, basura y hierba muy alta, el sitio ilustra cómo el abandono se puede confundir con el terror, o viceversa. “Aquí por la noche es como si fuera de día, hay mucha gente que entra, tanto a hacer sus rituales de santería o brujería, como a robar cualquier cosa”, cuenta.
La exhumación ilegal del cuerpo de Tadeo no es la única de la que el trabajador tiene conocimiento. “Pasa muchísimo, aquí en esta área debe haber unas 300 denuncias de restos que se perdieron, pero no pueden darle seguimiento porque ¿a quién acusan?”, señala. “Una es de una de mis clientas, pero no ha pasado nada”, menciona. Otras veces no es necesario extraer los huesos porque hay perros que los sacan de sus fosas “si no se les da la profundidad adecuada”, advierte.
“Esta es una zona de supervivencia”, describe. Ubicado en la alcaldía más poblada y violenta de la ciudad, el cementerio de más de un millón de metros cuadrados de extensión, está rodeado por unidades habitacionales y viviendas de diferentes barrios. Las bardas son abiertas regularmente con machetes por los propios vecinos para facilitar su paso de una avenida a otra, según coinciden los trabajadores y habitantes de la zona.
Los delincuentes aprovechan esos hoyos para ingresar al cementerio, pero también han entrado y salido por la puerta principal. “Hace unos años unos policías detuvieron a unos muchachos que salieron con unas maletas y llevaban restos”, cuenta otro sepulturero que prefiere reservar su identidad. Según registros de la Fiscalía de la capital, en 2021 se presentaron siete denuncias por robo en panteones en toda la ciudad, las cuales aún no se resuelven.
No obstante, esta es una problemática difícil de cuantificar en un país en donde el 39% de los cementerios no tienen información completa sobre exhumaciones, de acuerdo con la última Recopilación de Información de los Cementerios Públicos en las Zonas Metropolitanas del Inegi, según destaca la especialista en política criminal Grecia Granados. “Del total de los cementerios que fueron censados en 74 zonas Metropolitanas, solo el 61% de los panteones tiene información sobre las exhumaciones”, apunta.
El silencio también rodea al panteón municipal, cuyo personal se ha negado a dar declaraciones tras el despido de su director la semana pasada. “Nos han dicho que no digamos nada, que no demos entrevistas, pero precisamente por eso es que no llegamos a nada, siempre vamos a ser la carne de cañón porque ellos se lavan las manos”, expone Ricardo. Él es uno de los 300 trabajadores auxiliares que se buscan la vida en el cementerio sin recibir un sueldo. “La verdad sí es muy socorrido aquí, pero no te vas sin que por lo menos comas algo en el día, siempre sale trabajando por la derecha”, asegura.
Aunque por otro lado, reconoce que le han ofrecido participar en actividades ilegales dentro del panteón. “Aquí hay muchas irregularidades que no quieren que se sepan”, expone. Entre ellas, el uso de criptas para guardar “materiales y cosas robadas”, detalla. “A mi me ha dicho abiertamente: ¿por qué no le entras? Pero yo no voy a trabajar para que ellos ganen el doble porque aparte están cobrando por parte de la Alcaldía, nosotros no cobramos nada”.
Hace un año, el sepulturero fue testigo del horror de lo que algunos hacen con los muertos mientras hacía rondines de vigilancia por las noches. “Entré en la madrugada con mi celular grabando y encontré que estaban trabajando a esas horas de la noche, metían a los que hacen la brujería, e inclusive metieron a un muerto ilegalmente”, describe. Lo denunció y por ello le quemaron el lugar donde guardaba sus herramientas, relata. El trabajador asegura que en el cementerio también opera una red de empleados que amenazan y extorsionan a otros a cambio de permisos.
De brujería y más allá
Entre los senderos del panteón, un altar a la Santa Muerte se asoma entre las ramas de un árbol. Animales muertos, cazuelas, cocos y berenjenas son frecuentemente ofrendados en ese sitio o abandonados entre los pasillos y en la entrada principal del panteón, sobre la avenida Tláhuac, de acuerdo con los empleados y habitantes de la zona. “Una vez había un gato crucificado”, otra, “una cabeza de un cerdo”, relata una vecina. “No tocamos nada porque es muy peligroso, esos trabajos los hacen los santeros para desearle la muerte a una persona para que le vaya mal, porque eso sí existe, el mal”, continúa.
La veneración a la muerte y ciertos cultos, como la santería, son parte de la demanda de restos humanos que los empleados han atestiguado. “Sé que a veces los compañeros se pueden prestar para vender un cuerpo o un cráneo a los santeros”, cuenta con miedo otro trabajador del cementerio que también prefiere reservar su identidad. “Eso ha pasado desde hace muchos años y no solo aquí sino también otros panteones, como el de San Lorenzo, en Culhuacán, en Iztacalco, allá en Azcapotzalco”, enlista.
Las imágenes de terror no son exclusivas del cementerio de donde fue exhumado el bebé Tadeo. En la misma Alcaldía, una gallina muerta envuelta en una bolsa negra en la entrada del panteón de San Lorenzo Tezonco, muestra la normalidad con la que conviven los habitantes con estas prácticas. “Eran más (bolsas), pero se llevaron casi todas. Cada viernes dejan cosas”, cuenta una vendedora en la entrada del camposanto. “Una vez dejaron 12 veladoras prendidas”, relata.
Al finalizar el primer pasillo del cementerio, las personas también tiran muchas cosas: animales, ramos, ofrendas. “Hemos encontrado niños dioses con fotos de niños en la cara, un altar a la santa muerte”, cuenta el encargado Enrique Rosano. “Una vez, en la entrada encontramos una cabeza de un marrano con fruta y embarrado de sangre y adentro del panteón encontramos un gallo y una gallina vestidos de novios: la gallina hasta con su velo en la cabeza y el novio con traje”, relata.
La demanda de restos óseos también es común en este panteón. “En otra ocasión me dijeron a mí, oiga, ¿puede pasar uno al panteón para poderse llevar un cráneo?”, cuenta la vendedora de la entrada. Además, Rosano comenta que apenas la semana pasada un hombre ofreció pagarle “muy bien” por un cráneo. “Pero aquí no se vende nada de eso”, sostiene y afirma que no conoce los precios en que son ofrecidos. Según reportes de medios locales, los restos humanos son vendidos por hasta más de 30.000 pesos (unos 1.500 dólares).
El lenguaje de la violencia
El proyecto del Gobierno local de instalar drones con sensores de calor y movimiento en los tres panteones civiles de Iztapalapa parece inverosímil en una zona que carece de luminarias porque se las roban, según reportan los mismos trabajadores. “Dicen que van a renovar, pero aquí ha estado bien alumbrado y llegó el momento en que se llevaron todo”, advierte Ricardo.
El antropólogo forense José Luis Cisneros señala que la sustracción del cuerpo del bebé de su fosa refleja “la precariedad de la vida” que existe en México. “Hay una maquinaria de descomposición de sujetos que gestionan y operan a individuos como los que se prestan para cometer estos actos, sobre todo con sujetos pobres, de condición económica desfavorecida“, expone. “Esa violencia y ese horror forman parte de un lenguaje que se muestra el sistemáticamente en lo cotidiano: tiene una lógica de quiebre por su propia crueldad”.
Por otro lado, la antropóloga Isabel Beltrán Gil, del Grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF) indica que el robo de cadáveres de los panteones no es una práctica tan habitual en México como el uso de los cementerios para ocultar los cuerpos de personas desaparecidas por los grupos criminales. “En Coahuila, en el panteón municipal de Piedras Negras colectivos de familiares se han percatado de eso”, expone. Incluso, la fiscalía especializada en búsqueda y localización de personas desaparecidas de ese Estado informó que habían detectado más cuerpos de los que estaban registrados en ese camposanto.
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