El camino que desgasta los zapatos de Armando Espitia
El intérprete, de 33 años, se acercó a la actuación en Iztapalapa y estrenó su primer protagónico en Cannes. El 8 de julio llega a las salas mexicanas su nueva película, ‘Te llevo conmigo’
Hubo un tiempo en el que Armando Espitia tenía un solo par de zapatillas: de segunda mano y dos talles más grandes que el suyo. Hubo otro en el que tocaba el violín en una orquesta de Iztapalapa. Por ese entonces, él y su mejor amiga le sacaban plata a sus papás para ir al cine. Hubo un momento en el que dejó de doblar la muñeca al hablar “para que no se le notara”. Pero aun así terminó yéndose –o lo terminaron echando– de la casa de su familia. Tenía 18 años, “tres cosas en una mochila y un peluche”. Hubo un día en el que hizo un casting para una película. Y hubo otro, después de eso, ...
Hubo un tiempo en el que Armando Espitia tenía un solo par de zapatillas: de segunda mano y dos talles más grandes que el suyo. Hubo otro en el que tocaba el violín en una orquesta de Iztapalapa. Por ese entonces, él y su mejor amiga le sacaban plata a sus papás para ir al cine. Hubo un momento en el que dejó de doblar la muñeca al hablar “para que no se le notara”. Pero aun así terminó yéndose –o lo terminaron echando– de la casa de su familia. Tenía 18 años, “tres cosas en una mochila y un peluche”. Hubo un día en el que hizo un casting para una película. Y hubo otro, después de eso, en el que estrenó en el festival de Cannes su primer papel protagónico. Entonces pisó la alfombra roja con zapatos nuevos.
“Fue un camino largo, sobre todo porque lo hice solo y con la pura intuición”, cuenta Espitia (Ciudad de México, 33 años) en una cantina del barrio chino de la capital mexicana. Un camino que empezó un día cuando se bajó del camión que lo llevaba a la escuela para anotarse en un taller de teatro, y se aceleró cuando le dieron el papel principal en Heli, la película de Amat Escalante sobre el narcotráfico por la que llegó a Cannes (Francia) en 2013. Tuvo que abandonar el Centro Universitario de Teatro, la escuela de actuación de la Universidad Nacional Autónoma de México donde estudiaba, para empezar a rodar y no volvió al verano siguiente porque empezó otra película, y después otra.
Ahora acaba de volver de Nueva York y solo ha dormido dos horas después de presentar en esa ciudad su nuevo largometraje, Te llevo conmigo, que se estrena este 8 de julio en México y que ya ha sido reconocida con dos premios del festival de Sundance, la meca del cine independiente. El filme, de la directora estadounidense Heidi Ewing, cuenta la historia real de dos jóvenes migrantes homosexuales que cruzan la frontera a Estados Unidos. “[En el cine] el migrante es a veces una sombra”, dice Espitia, alguien que aparece “solo en el tramo del desierto, con miedo y acento mexicano hablando inglés”. En Te llevo conmigo, destaca, tiene la cara de alguien talentoso, valiente, con una vida sexual. “Que igual no es tan miserable como nos gusta verlo”, agrega el intérprete, que acaba de ser nominado por la Asociación de Críticos de Hollywood como Mejor Actor por ese papel.
Él personifica a Iván, que tiene unos 25 años y un hijo, está enamorado de Gerardo y quiere ser chef. Para prepararse para el papel, la directora le pidió a Espitia que entrara de incógnito en una cocina para que conociera de primera mano el trabajo. Solo aguantó un día, de nueve a dos de la mañana, hasta que la espalda le quedó dura.
Salvo la pasión por la cocina, se siente “muy similar” al personaje de Iván. “Muy chiquitos los dos decidimos dedicarnos a algo y lo hemos hecho a contracorriente”, señala el actor. Con el personaje, que crece en Puebla entre finales de los ochentas y principios de los noventas, también comparte la “carencia de aceptación”, asegura. Espitia nació en una familia de seis en una de las alcaldías más pobladas de Ciudad de México, con altos índices de pobreza e inseguridad. Su padre, militar y después policía, no sabía “qué hacer con un hijo afeminado”. “Me regañaban por decir ¡ay!, porque lloraba, porque me espantaba, por poner la mano así”, dice y vence su muñeca para mostrar el gesto. Cuando entendió “las razones técnicas” por las que se enojaban con él, dejó de moverse de esa manera. Y un día escuchó a su tía preguntarle a su papá: “Oye, a Armando ya se le quitó, ¿verdad?”.
“[El filme] expone el machismo en las familias mexicanas. Es algo que nos cuesta trabajo ver porque es parte de nuestra cultura y es algo que celebramos. Pero cuando lo ves con la connotación negativa, en la película, es cuando empiezas a cuestionarte”, señala. Eso es lo que le pasó a su papá cuando vio la vio por primera vez. Al salir de la sala el hombre lo abrazó tan fuerte que resultó violento, y empezó a temblar por no dejar salir el llanto. Más tarde, cuando se quedaron solos, su papá le pidió perdón. “Uno sabe cuánto daño les hace a sus hijos”, le dijo.
“Me daría mucho dolor pensar que un adolescente, un niño o niña escucha los mismos comentarios que yo escuché”, reflexiona. Quiere creer, dice, que algunas cosas han cambiado: “Pero no debemos bajar la guardia. Hay mucho trabajo por hacer”.
Afuera de la cantina todo es bullicio y garúa, pero adentro, mientras Espitia habla, suenan boleros. Cuando se fue de casa de sus padres, se mudó a dos cuadras de allí. La calle era fea, el departamento era feo, el ambiente también. Pero fue muy feliz, cuenta. “Supongo que estaba buscado mi propio lugar y lo encontré acá. Es de los lugares que más me gustan: los comerciantes, el ruido, la grasa, la belleza, lo viejito, lo más cotidiano”, relata. En la calle, no lo frenan ni le piden autógrafos porque no es una figura pública en México a pesar de que sus trabajos han sido reconocidos internacionalmente. Le incomoda publicar en redes sociales y solo recientemente ha aceptado reconocerse como artista.
Durante la pandemia, empezó a dar clases de actuación en una escuela de cine comunitario en Iztapalapa: sus alumnos son niños, personas de 50 años, amas de casas o carpinteros. Compagina eso con las entrevistas, las presentaciones y el rodaje de una serie dirigida por el argentino Juan José Campanella (también director de El secreto de sus ojos o El hijo de la novia). Empezó a actuar porque buscaba “una realidad más bonita” que la suya, como la que veía en las telenovelas con su prima Nancy, pero lo que se encontró, dice, fue “más divertido”. La industria también fue “violenta” y “bizarra” algunas veces. “Es bien difícil que me casteen a mí para ser el guapo de la película porque en México estamos bien cañones de estereotipos”, ejemplifica.
Siempre creyó, aun así, que podría llegar a Cannes: “¿Por qué no? ¿Por qué no podría yo llegar un día a los Oscar? No es mi objetivo, por supuesto, ni me quita el sueño”. Espitia termina la torta y apura la cerveza antes de salir de la cantina. “Veo a muchos actores que se espantan por todo, que las cosas le parecen demasiado grandes. A mí no”.
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