Análisis

“¡Si es que no saben ni gramática!”

Durante la votación del impeachment de Dilma hubo de todo, desde jocosidad infantil a escenas surrealistas de mal gusto

Votación del impeachment de Dilma.Foto: atlas | Vídeo: IANO ANDRADE (EFE) / ATLAS

El espectáculo ofrecido la noche del domingo durante la tragicomedia de la votación del impeachment de Dilma, por parte de los ilustres representantes del pueblo en el Congreso, tardará en ser olvidado. Hubiese sido tema para una narración de realismo mágico de García Márquez.

Hubo de todo, desde jocosidad infantil a escenas surrealistas de mal gusto. Y sobre todo una gran pobreza cultural. “¡Si es que no saben ni gramática!”, decía una poeta desesperada al ver cómo los diputados, micrófono en mano, erraban declinaciones y concordancias. Parecían estudiantes suspendidos en clase. Y eso,...

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El espectáculo ofrecido la noche del domingo durante la tragicomedia de la votación del impeachment de Dilma, por parte de los ilustres representantes del pueblo en el Congreso, tardará en ser olvidado. Hubiese sido tema para una narración de realismo mágico de García Márquez.

Hubo de todo, desde jocosidad infantil a escenas surrealistas de mal gusto. Y sobre todo una gran pobreza cultural. “¡Si es que no saben ni gramática!”, decía una poeta desesperada al ver cómo los diputados, micrófono en mano, erraban declinaciones y concordancias. Parecían estudiantes suspendidos en clase. Y eso, en una intervención de pocos segundos. Era sobre todo el llamado bajo clero —cuyas caras muchos veíamos por primera vez—, esa masa de cientos de diputados anónimos que se quejan de “no contar”, ya que quienes hacen y deshacen son el puñado de cardenales, de quienes reciben sólo las migajas y cuando las pordiosean. No es que a veces, a juzgar por el lenguaje desenfadado registrado en algunas de las conversaciones grabadas por el juez Moro en el caso Lava Jato, el nivel literario sea mucho más noble en ciertos ilustres miembros del Gobierno.

¿Cuántos luchan por ser elegidos para triplicar su renta y disfrutar de ese río de privilegios que ellos mismos se conceden

Quizás esa pobreza cultural y de modos revelada por quienes tienen en sus manos los destinos del país, sea la causa de la baja estima que la sociedad demuestra en los sondeos por la clase política en general.

En la farmacia de mi barrio, eran interesantes los comentarios sobre las motivaciones dadas por los diputados para justificar su voto a favor o en contra del impeachment de Rousseff. “Es que son unos impresentables”, decía una señora que estaba comprando unas pastillas para la jaqueca.

Sin embargo, la reflexión que pocos se hacen es que a esos “impresentables” no los eligen con su voto los ángeles o los alienígenas, sino la sociedad que tanto reclama de ellos. Lo ocurrido debería obligar a los electores más iluminados a exigir un cambio radical del sistema político que, como ha escrito con agudeza el senador y catedrático Cristovam Buarque, debería ser “el primer objeto de impeachment”.

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De poco serviría cambiar presidentes o congresistas si antes no se colocan las bases para revisar todo el mecanismo de elecciones que impida que lleguen al poder personas que no sólo conocen mal la gramática, sino que son incapaces de analizar la realidad de la sociedad en la que viven y de dar un ejemplo, no ya de santidad, pero por lo menos de decencia. Como suele recomendar el austero expresidente de Uruguay José Mujica: “Quien desee enriquecerse, que, por favor, no entre en política”.

¿Cuántos, al revés, luchan por ser elegidos para triplicar su renta y disfrutar de ese río de privilegios que ellos mismos se conceden, sin que la sociedad, que los alimenta con sus impuestos, pueda hacer nada para evitarlo? Que la pintoresca y triste noche del domingo sirva como alarma de los cambios urgentes que necesita la vieja política. Que los brasileños, en las próximas elecciones, sean capaces de decir a esa masa de políticos sin preparación y corruptos: “Ciao, queridos”.

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