FIN DEL TERRORISMO

Un político que da la cara

El 15 de diciembre de 1992, EL PAÍS publicaba una carta de un chaval de Irún al que le faltaba menos de un mes para cumplir 17 años. Estudiaba entonces en el instituto La Salle de esa localidad guipuzcoana, su pueblo, y era la primera vez que escribía a un periódico. "Yo no puedo expresar mis ideas políticas libremente, ya que no son del agrado de esta gente", decía, en alusión a los simpatizantes de ETA y HB. "Tengo que tener cuidado al exteriorizar mis sentimientos, para proteger mi integridad física o para que no se queme accidentalmente el coche de mi padre", añadía. "Tengo que callarme si...

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El 15 de diciembre de 1992, EL PAÍS publicaba una carta de un chaval de Irún al que le faltaba menos de un mes para cumplir 17 años. Estudiaba entonces en el instituto La Salle de esa localidad guipuzcoana, su pueblo, y era la primera vez que escribía a un periódico. "Yo no puedo expresar mis ideas políticas libremente, ya que no son del agrado de esta gente", decía, en alusión a los simpatizantes de ETA y HB. "Tengo que tener cuidado al exteriorizar mis sentimientos, para proteger mi integridad física o para que no se queme accidentalmente el coche de mi padre", añadía. "Tengo que callarme simplemente por miedo". Al año siguiente, ese chaval, Borja Sémper, ingresaba en Nuevas Generaciones, las juventudes del PP.

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"Entró muy joven en política en una época muy difícil y eso le ha marcado un poco. Pero, pese a lo que ha sufrido en los momentos más duros, siempre ha tenido posiciones mucho más abiertas que las del PP tradicional", apunta uno de sus compañeros en la ejecutiva popular vasca. De ello ha dejado constancia en toda su carrera, hasta convertirse en una de las imágenes de la renovación del PP en Euskadi, de su mensaje más centrista tanto como de sus formas de hacer política y bajar a la calle. Y ello en la provincia más complicada para el partido en España.

Ese viaje al centro es el que trazó la dirección de Antonio Basagoiti desde que asumió las riendas del partido tras la convulsa marcha de María San Gil en 2009, un viaje para que, sin abandonar sus principios, el PP no se limitase a centrar su política en ETA y sus víctimas y dejase de estar aislado en una esquina del cuadrilátero político vasco. Con Sémper como presidente provincial, el PP guipuzcoano planteó por vez primera en marzo de 2010 un gran pacto al PNV y el PSE para acordar políticas comunes o cerró meses después un acuerdo presupuestario con los nacionalistas. Él mismo, cuando tenía 22 años, había sellado en su Irún natal el primer acuerdo de gobierno que socialistas y populares alcanzaban en Euskadi, que le convirtió en teniente de alcalde.

Llevar buena parte de la vida con escolta, ver su nombre escrito en las calles de su pueblo con frases como "te vamos a matar", con apenas 20 años, le ha servido, como a muchos de sus compañeros en Euskadi, para trenzar unas complicidades con los socialistas que vivían cada día igual situación. Por eso, pese a la irritación que le han causado muchas declaraciones de Jesús Eguiguren, salió públicamente en defensa del presidente del PSE cuando dirigentes de Génova le tildaron de "amigo de los terroristas", avivando el fuego de la derecha mediática más dura. La misma que ha convertido en ocasiones a Sémper en objetivo de sus iras.

Tan cordial en la corta distancia como legítimamente ambicioso en lo político, quiere centrarse en su actual trabajo en el Parlamento vasco, donde preside la Comisión de Industria, y en asentar la renovación y el crecimiento del partido en Gipuzkoa. Por ello resistió las presiones de Basagoiti para que fuese candidato a diputado general de ese territorio el 22-M, lo que le condenaba a cuatro años en la oposición foral, o de otros sectores del partido para ser cabeza de lista el 20-N. Pero alguien "con ansias de conocerlo todo" y al que le apasiona la política "más que comer con los dedos", en palabras de dos personas muy próximas a él, sabe que hay mucho terreno para la gestión pública tanto dentro como fuera de Euskadi cuando se tienen menos de 37 años.

En su debe, algunos de los consultados citan "cierta querencia al bienquedismo", motivada por su dificultad para decir no. Así que no es extraño que, en privado, reconozca que "sufre" para cerrar listas electorales, como en las municipales y forales de mayo pasado.

Su despacho en la sede donostiarra del partido deja constancia de dos de sus grandes aficiones: la arquitectura y la fotografía. Carteles de Manhattan se suman a imágenes del Guggenheim tomadas por él mismo, junto a las inevitables de la familia -casado en 2005, tiene un hijo de cinco años, Pablo; su esposa, María, tiene otro hijo de 18 años de un matrimonio anterior-. Eso sí, esos retratos familiares han salido de su cámara y ha buscado darles un toque personal. Y otra de las imágenes simboliza esa renovación que abandera: cuando, con el agua a ocho grados, se bañó vestido en La Concha en pleno febrero en la campaña de las autonómicas de 2009, junto a sus compañeros Arantza Quiroga, hoy presidenta del Parlamento autónomo, y Ramón Gómez Ugalde. -

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