Necrológica:

Juan Carlos Arteche, el futbolista que nació central

Criado en el Racing, se graduó en el Atlético como gran capitán

Cuando un chicarrón del norte, o del centro, o del sur, pero sobre todo del norte, se decidía a jugar al fútbol tenía tres posibilidades: o ser portero si andaba bien de reflejos, o ser central si la fiereza acompañaba su carcasa muscular o ser delantero centro si el gol le hacía un guiño. En otros puestos flaqueaba y tarde o temprano el entrenador de turno le pondría en la espalda el 1, el 5 o el 9.

Arteche nació central. Bastaba mirar su estructura, la largura de sus huesos, su pecho, su nariz poderosa, sus músculos y ya pasado el tiempo, su bigote, que le daba ese porte de clásico ce...

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Cuando un chicarrón del norte, o del centro, o del sur, pero sobre todo del norte, se decidía a jugar al fútbol tenía tres posibilidades: o ser portero si andaba bien de reflejos, o ser central si la fiereza acompañaba su carcasa muscular o ser delantero centro si el gol le hacía un guiño. En otros puestos flaqueaba y tarde o temprano el entrenador de turno le pondría en la espalda el 1, el 5 o el 9.

Arteche nació central. Bastaba mirar su estructura, la largura de sus huesos, su pecho, su nariz poderosa, sus músculos y ya pasado el tiempo, su bigote, que le daba ese porte de clásico central escocés de la época. Y ahí se quedó, en el hueco del área, en la cueva que comenzó a gobernar en el Racing con el que debutó en Primera División en 1975 guardando las espaldas de tipos más habilidosos, más flaquitos, como Marcos o Quique Setién. Se había criado en la galerna, que es algo así como el anticipo de lo que se le viene encima a un central cuando el enemigo acecha tu cueva. No le asustó. Llover, llover, nunca llueve mucho en el fútbol cuando uno cree en sí mismo, y Juan Carlos Arteche siempre creyó en sus condiciones físicas y anímicas como el mejor argumento para resolver sus problemas futbolísticos. Al final, la vida le exigió que resolviera otros asuntos. El problema es que iban más allá de sus fuerzas y de su ánimo. Quizás tenían que ver con el destino.

Por su estructura, sus largos huesos, su pecho, sus músculos, era un defensa nato
Siempre estaba dispuesto al choque frontal, sin miedo a la lluvia o la galerna

Al chicarrón de Maliaño (Cantabria), donde había nacido el 11 de abril de 1957, se le quedó pequeña aquella cueva del Racing y recaló en el Manzanares con 21 años, y allí habitó 11 temporadas. Llegó como lo que era, una fuerza de la naturaleza que, sin embargo, iba aprendiendo el fútbol, oliéndolo con aquella nariz tronchada que anunciaba su guerra en mil batallas, como los defensas centrales, como los delanteros centro escoceses que lo mismo te enseñaban una nariz torcida que una dentadura huérfana de inquilinos, como una familia rota.

Junto al brasileño Luiz Pereira construyó en el Atlético la muralla del miedo. El brasileño era mastodóntico, con aquellos pies gigantescos, pero, fiel a su origen, era un jugón y necesitaba un buen guardaespaldas, un Juan Sin Miedo que corrigiera errores y, de paso, le limpiara el camino de rivales. Arteche siempre iba al cruce y siempre estaba dispuesto al choque frontal, sin miedo a la lluvia ni al temporal ni a la galerna. Maliaño en el corazón.

Nunca fue Arteche un central elegante. Ni lo quiso ser. La fuerza era su argumento, tanto con Luiz Pereira como con Andoni Goikoetxea, a quien acompañó después en el tramo final de la carrera de ambos en el Atlético. Jesús Gil aseguró que esa barrera sería infranqueable, y definió a Arteche como un representante del "genuino espíritu rojiblanco". Era la segunda muralla, aunque ambos llegaban un tanto golpeados, un tanto rotos, a ese tramo final que ocultaban con el oficio, la profesionalidad y la supervivencia de los genuinos centrales del norte. El 5 nace y muere con el 5. Y Arteche lo llevaba incrustado en la espalda, le pusieran lo que le pusieran en la camiseta. Eso era accesorio.

Juan Carlos fue el capitán del Atlético sin ser su mejor futbolista, tras haber jugado con grandiosos futbolistas. Y lo fue por ser Arteche, es decir, el referente de la musculatura del club, el tipo que todo entrenador prefiere tener a su lado y no enfrente, y que todo jugador quiere tener en su vestuario y no en el de enfrente. En cierto modo compartía con Manuel Alexandre ese papel estelar de secundario de lujo, imprescindible en cualquier película que se precie, en cualquier equipo que quiera vivir seguro. Y murieron casi a la vez. Cosas del destino.

Juan Carlos Arteche falleció ayer en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, a los 53 años, víctima de un cáncer, un rival indestructible. Su último rival. No hace mucho tiempo le declaró en El Larguero, a José Ramón de la Morena, en la SER, su "guerra al bicho": "O gana él o gano yo. Y yo no estoy por la labor de que gane él", afirmó en su último desafío a la vida.

Ganó el bicho, sibilino, intratable y sin normas de juego. Se llevó a Arteche con una Copa del Rey y una Supercopa (ambas en 1985) en el zurrón y siendo el cuarto futbolista con más partidos de Liga en el Atlético (308). No había perdido el tiempo, como nunca lo perdía en el campo. Ante el lío, despeje y vuelta a empezar, que ya vendrán mejores momentos. El despeje era entonces (y quizás ahora también) el principal argumento del defensa central. Alejar el bicho de la guarida del portero. El último despeje le salió mal. Le rebotó en el cuerpo y se fue al infinito. Y fue gol. Un gol injusto. Un fuera de juego clamoroso.

Juan Carlos Arteche, en 1986, seguido por Rubén Bilbao.LUIS MAGÁN

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