me cago en mis viejos II

VEINTITRÉS

Y ayer mismo acababa yo de volver del curro, cuando suena el móvil, no me lo podía creer, Dios existe, me dije. Diga, digo. Soy yo, dice el hombre invisible al otro lado. No me había timbrado desde que lo facturaron a Bilbao, como si estuviera mosqueado conmigo. ¿Qué pasa?, digo. Que me vengas a buscar, que no estoy bien aquí, dice él. ¿Que te vaya a buscar yo?, digo yo. Sí, que no estoy bien aquí, repite él. Me quedo callado unos segundos, como intentando entender la situación, que es de locos, cuando va el tío y dice que tiene que colgar. Pues que te den, digo, y me meto en la ducha, porque ...

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Y ayer mismo acababa yo de volver del curro, cuando suena el móvil, no me lo podía creer, Dios existe, me dije. Diga, digo. Soy yo, dice el hombre invisible al otro lado. No me había timbrado desde que lo facturaron a Bilbao, como si estuviera mosqueado conmigo. ¿Qué pasa?, digo. Que me vengas a buscar, que no estoy bien aquí, dice él. ¿Que te vaya a buscar yo?, digo yo. Sí, que no estoy bien aquí, repite él. Me quedo callado unos segundos, como intentando entender la situación, que es de locos, cuando va el tío y dice que tiene que colgar. Pues que te den, digo, y me meto en la ducha, porque me cantan los sobacos cantidad, la cocina del restaurante es una sauna. Y mientras me ducho resuena dentro de mi cabeza una y otra vez, como un eco procedente del más allá, la voz del hombre invisible: Que me vengas a buscar, que no estoy bien aquí, que me vengas a buscar, que no estoy bien aquí, que me vengas a buscar, que no estoy bien aquí... Tampoco yo estoy bien aquí (en este mundo, quiero decir), y me jodo, coño, qué le vamos a hacer. Salí de la ducha, encendí la tele y la puse a tope, pero la voz fantasma gritaba más. Que me vengas a buscar...

Encendí la 'tele' y la puse a tope, pero la voz fantasma gritaba más. Que me vengas a buscar...

Total que en una de ésas, mis manos, obedeciendo unas órdenes que no eran mías (aunque tampoco de otro, cágate), cogen el móvil y timbran a mi hermana a Punta Cana sin importarles siquiera la hora que es allí. Que llames al campamento de Bilbao, le digo, autorizándome a recoger al hombre invisible. Y eso por qué, dice ella. Pues porque está jodido, digo yo. Hay un silencio, luego unos cuchicheos, como si consultara con su novio (están en la cama, fijo). No te preocupes, dice al fin, cosas de críos, ya hablo yo con él para tranquilizarle. No te he dicho que hables con él, te he dicho que hables con el director, digo yo, anunciándole que mañana mismo voy a recogerlo (me oigo y no me lo creo). Déjate de tonterías, dice ella. Mañana, repito, voy a por él, o me lo dan por las buenas o lo rapto. Y cuelgo y voy al ordenata y busco el modo de llegar a Bilbao y hay un autobús que sale esa madrugada. Y me pongo el despertador y me meto en el sobre y suena mi móvil varias veces, pero veo en la pantalla que es mi hermana y no lo cojo.

EDUARDO ESTRADA