Necrológica:'IN MEMÓRIAM'

Julián Arévalo, un trabajador del Estado

Tenía desde hace muchos años una salud delicada de roble con la que había resistido todos los embates durante más de una década de político en activo, posteriormente en las trincheras de la oposición, para volver en su última etapa a la actividad en la empresa pública. Estaba ganando la batalla a un hígado que de vez en cuando le jugaba alguna pasada, que le cambiaba la cara, pero que nunca le quitó la ilusión de cada día para seguir en la brecha con talante a la vez entrañable y explosivo.

Inspector de Hacienda en diferentes puestos como el Soivre y el Iresco, con un largo pasado en la...

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Tenía desde hace muchos años una salud delicada de roble con la que había resistido todos los embates durante más de una década de político en activo, posteriormente en las trincheras de la oposición, para volver en su última etapa a la actividad en la empresa pública. Estaba ganando la batalla a un hígado que de vez en cuando le jugaba alguna pasada, que le cambiaba la cara, pero que nunca le quitó la ilusión de cada día para seguir en la brecha con talante a la vez entrañable y explosivo.

Inspector de Hacienda en diferentes puestos como el Soivre y el Iresco, con un largo pasado en la izquierda, se montó en el carro del primer Gobierno socialista en 1982 a la sombra de su amigo Carlos Romero como ministro de Agricultura.

A Julián, hombre vehemente, elocuente, gran orador, hábil en el regate corto y en los pases largos, fiel y amigo de sus amigos, Carlos Romero le puso al frente del Fondo de Ordenación y Regulación de Precios y Productos Agrarios, el viejo FORPPA, que en aquella época era el núcleo donde se debatía, no como ahora, toda la política agraria; donde los sindicatos agrarios eran otra cosa, con negociaciones que enlazaban la noche con el día y movilizaciones masivas que requerían firmeza junto a una mano izquierda que no tenía su amigo el ministro.

A Julián le tocó además, desde el FORPPA, hacer el tránsito de la política agraria española a las estructuras comunitarias en todo lo que afectaba a producciones, mercados, mecanismos de regulación y, sobre todo, a la liquidación de los excedentes. Julián Arévalo era entonces un peso en alza que había logrado una fama de político hábil y entrañable en sus debates en el Parlamento con la oposición de la derecha olivarera más dura de la época. Se decía que iba para ministro, pero su amigo Carlos Romero lo nombró subsecretario de un departamento donde instauró una nueva estructura.

Con Pedro Solbes en el ministerio, pasó a ocupar la presidencia de la empresa pública Mercasa, para acabar en la primera etapa de la Administración socialista como subsecretario y secretario de Estado en Defensa, puesto político con el que jamás había soñado y que asumió con la ilusión de un militar de carrera.

Retornó a trabajos de funcionario en la etapa de los populares para acabar en la actualidad en la presidencia de la sociedad de avales pública Saeca, donde ha estado en el puesto hasta hace unas semanas para darse una última vuelta por su costa granadina.

Julián Arévalo se definía siempre como un trabajador al servicio del Estado y así lo entendió en cada uno de sus puestos de mayor o menor responsabilidad. Su muerte, aunque ya se hallaba alejado de la cosa agraria pura y dura, deja en todo el sector el recuerdo de una persona siempre abierta al diálogo y al debate, con serenidad y también con vehemencia, que daba soluciones a los muchos problemas de la época y que no dejaba a nadie indiferente.

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