Reportaje:GENTE

Se venden las sillas del Crazy Horse

La famosa sala de fiestas parisiense, abierta en 1951, marcó el nuevo erotismo

"¡Si estas sillas pudieran hablar!", se pregunta tópicamente el periodista. Pues nada, apenas nada que contar. El Crazy Horse, tal y como diría el fallecido Helmut Newton, prefirió el erotismo al sexo. En sus butacas, que ahora salen a subasta, pocas expansiones de entusiasmo amoroso. O sexual. Eso era de mal gusto, quedaba para los barrios populares, para Pigalle, pero no era bien visto en la avenida Georges V, en un mundo en el que las chicas que se muestran desnudas ante los clientes son honradas ahorradoras, con una carrera limitada a ocho años -¡ah, los kilos de más; ah, las arrugas; ah, ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

"¡Si estas sillas pudieran hablar!", se pregunta tópicamente el periodista. Pues nada, apenas nada que contar. El Crazy Horse, tal y como diría el fallecido Helmut Newton, prefirió el erotismo al sexo. En sus butacas, que ahora salen a subasta, pocas expansiones de entusiasmo amoroso. O sexual. Eso era de mal gusto, quedaba para los barrios populares, para Pigalle, pero no era bien visto en la avenida Georges V, en un mundo en el que las chicas que se muestran desnudas ante los clientes son honradas ahorradoras, con una carrera limitada a ocho años -¡ah, los kilos de más; ah, las arrugas; ah, el talle que deja de ser de avispa!-. La última, o casi, habrá sido Arielle Dombasle, que cantaba sus peculiares rancheras embutida en un traje en el que ninguna otra mujer podría entrar. O ninguna otra mujer que no se hubiese operado tantas veces como ella.

El Crazy Horse fue creado en 1951 por Alain Bernardin. Era una idea moderna del erotismo o, mejor dicho, una anticipación elegante y sofisticada de lo que Playboy explotará luego, es decir, que la fascinación por el cuerpo femenino no está en contradicción con la inteligencia. O dicho de otra manera, que es posible la belleza del cuerpo sin que eso comporte pulsión sexual.

Bernardin inventó las bailarinas esculpidas a base de luz. Y de régimen alimentario, claro. Pero ahí las chicas no aparecían cubiertas de plumas, no eran pavos reales que esperan el macho aún más presuntuoso, sino gimnastas del sexo, recordwomans de la cosa. Bernardin les ponía nombre, es decir, las desbautizaba y las pasaba a un extraño listín telefónico: Lova Moor, Diamant Baby, Lily la-pudeur, Rexy Tornado, Birma Bacara fueron algunas de sus divas. Disciplinadas. Prusianas. Perfectas y gélidas. Bernardin sólo se preocupaba de ofrecerles una peluca. Era su única indumentaria.

El Crazy Horse vende sus butacas. A mediados de septiembre abrirá de nuevo. Las sillas de terciopelo rojo habrán pasado a mejor vida. Los lotes que salen a subasta lo hacen a partir de unos moderados 250 euros. Hay 80 lotes a disposición de los mitómanos. Ahí pusieron sus nalgas Madonna y Francis Ford Coppola, el fabricante de chips de Silicon Valley y el empresario vinícola de Burdeos. No tenían sensación de encanallarse. Finalmente, el sexo era algo de lo que se podía hablar sin tener que sonrojarse.

Uno de los espectáculos programados en la sala de París.

Archivado En