Me quedo sin pescar
Venía yo de pescar con caña, lo de pescar es un decir, cuando a mitad de julio, a las seis de la tarde, sonó el teléfono en el pequeño apartamento en el que paso las vacaciones en las afueras de Tarragona. Era Juan Cruz.
-He pensado una sección en la que comentarás lo que lees en la prensa-. Me dijo con su contagiosa euforia de siempre.
-El problema es que no tengo coche, el quiosco más cercano está a 20 minutos andando y allí de prensa extranjera tienen poco-, le respondí.
-Para solucionar esos problemas está Internet-, dijo.
-Dejé el ordenador en Barcelona para li...
Venía yo de pescar con caña, lo de pescar es un decir, cuando a mitad de julio, a las seis de la tarde, sonó el teléfono en el pequeño apartamento en el que paso las vacaciones en las afueras de Tarragona. Era Juan Cruz.
-He pensado una sección en la que comentarás lo que lees en la prensa-. Me dijo con su contagiosa euforia de siempre.
-El problema es que no tengo coche, el quiosco más cercano está a 20 minutos andando y allí de prensa extranjera tienen poco-, le respondí.
-Para solucionar esos problemas está Internet-, dijo.
-Dejé el ordenador en Barcelona para liberarme de Internet, contesté lamentando no haberme dejado también el móvil.
-Lástima-, se lamentó.
Le comenté a mi esposa que me había librado de una buena, afirmación de lo más idiota a poco que se conozca a Juan Cruz. El móvil volvió a sonar sobre las ocho. Era él, por supuesto.
-Es fantástico que no tengas un quiosco a mano, que apenas haya prensa extranjera, y estés sin ordenador. Así podrás escribir mejor a tu aire. Qué ilusión me hace-, exclamó.
-El problema, enviar esas línas-, argumenté.
-Cada día te telefoneará una secretaria que te cogerá la crónica. Te llamo otro día para concretar-, me dijo.
¿Otro día? Sobre las diez volvió a sonar el móvil.
Llamaba para decirme que ya tenía pensado el título de la sección: "Escrito a mano". Y aquí estoy, tras guardar las cañas de pescar y hacer acopio de cuadernos y bolígrafos.