Crítica:MINIFERIA DE LA COMUNIDAD | LA LIDIA

Un misterio indescifrable

Persiste un misterio en esto de los toros que, a pesar del avance de la ciencia, nadie ha descifrado todavía. Se abre la puerta de chiqueros y sale un toro serio, altivo y desafiante. Echa un vistazo a su alrededor y corre veloz ante el primer capote que le muestran allá en el burladero. Se siente engañado y busca con furia al siguiente, que atisba unos metros más adelante. Su trote es codicioso y resopla con poderío. Sin duda que el toro quiere pelea.

Ha dado dos carreras cortas, no más, y ahí le espera el torero de turno con intención clara de lucirse a la verónica. Pasa el toro la pr...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Persiste un misterio en esto de los toros que, a pesar del avance de la ciencia, nadie ha descifrado todavía. Se abre la puerta de chiqueros y sale un toro serio, altivo y desafiante. Echa un vistazo a su alrededor y corre veloz ante el primer capote que le muestran allá en el burladero. Se siente engañado y busca con furia al siguiente, que atisba unos metros más adelante. Su trote es codicioso y resopla con poderío. Sin duda que el toro quiere pelea.

Ha dado dos carreras cortas, no más, y ahí le espera el torero de turno con intención clara de lucirse a la verónica. Pasa el toro la primera vez y, a la segunda, hace un gesto extraño, casi imperceptible, no se sabe muy bien si le cambia la cara o le fallan las manos. Lo cierto es que la esperanza que produjo su altivez se desvanece. Quedan atrás la fiereza, la furia y el poder, y aparece un animal enfermo, decrépito y amorfo que se desploma en la arena y proclama su ruina sin pudor alguno. La suerte de picar se torna caricatura, lastimosa resulta la colocación de las banderillas, y un sentimiento de lástima recorre los tendidos cuando el matador toma la muleta. Se confirman los temores: se trata de un animal agonizante que pide a gritos que se le permita morir en paz y entrar en el limbo de los toros que son víctimas de la modernidad.

Sorando / Posada, Justo, Morilla

Novillos de Román Sorando, bien presentados, serios, astifinos, inválidos, sosos y descastados. El 2º fue devuelto y sustituido por otro de la misma ganadería. Ambel Posada: estocada caída y perpendicular (ovación); casi entera y un descabello (división de opiniones). Álvaro Justo: tres pinchazos, casi entera atravesada y un descabello (silencio); pinchazo, media -aviso- (silencio). Alejandro Morilla: pinchazo y estocada baja (silencio); pinchazo, estocada baja y un descabello (silencio). Plaza de Las Ventas. 30 de abril. 1ª novillada de la miniferia de la Comunidad. Menos de media entrada.

Es un misterio indescrifrable que un animal supuestamente salvaje parezca un cervatillo en pocos segundos. ¿Están enfermos? ¿Acaso le han hecho tragar algún extraño bebedizo? Es increíble que quien debe producir miedo y espanto sea objeto de conmiseración. ¿A quién le preocupa este asunto? ¿Acaso la autoridad obliga al análisis de las vísceras para comprobar si se trata de fraude o enfermedad? De momento, todo se queda en la decepción de los aficionados, que soportan estoicamente la invalidez absoluta de un animal falsamente poderoso.

Éste es el misterio que se hizo presente ayer en Las Ventas con los novillos de Román Sorando. Serios, con cuajo y astifinos, se revolcaron por el redondel sin posibilidad alguna para el lucimiento de tres chavales cuajados de defectos todavía, pero con la ilusión propia de triunfar en esta plaza.

Muy sosos, sin sangre brava en las venas y descastados, a pesar de su guapeza, complicaron las intenciones de una terna que, bien es verdad, pecó de moderna y no se jugó el tipo como la ocasión requería. O si se lo jugó, y aquello, toro y torero, no daba más de sí.

No acabó Posada de cogerle el aire a ninguno de sus dos novillos. Dijo muy poco en su primero, al que toreó en el tercio final con aceleración, destemplado y dejándose enganchar en exceso la muleta. Brilló, no obstante, en una tanda de naturales largos que surgieron cuando se colocó en el sitio apropiado y asentó las zapatillas. Algo parecido le ocurrió en el cuarto, al que recibió con airosas verónicas, pero era un inválido total que impidió que el público tomara en serio su labor. Lo cierto es que, a excepción de dos naturales aceptables, su tarea careció de interés.

No tuvo su tarde Álvaro Justo, quien dio la impresión de poseer escasa consistencia como torero. Quiere manejar con gusto los engaños y, de hecho, se lució en una magnífica tanda de naturales al quinto, a la postre el de más recorrido de la tarde; naturales hondos y bellos que parecieron fruto de la casualidad. Se lo pensó después y no volvió a torear igual. Fue, entonces, como en su primero, un novillero frío y sin alma. Y mató mal, con la inapropiada falta de decisión de quien aspira a ser figura.

Morilla es torero bullidor y no le va el papel de enfermero, motivo por el que pasó inadvertido en su primero a pesar de su encomiable voluntad. Recibió al sexto con una larga cambiada en la puerta de chiqueros, pero el animal se vino abajo, y allí anduvo el torero en una inválida porfía entre el general aburrimiento.

El novillero Ambel Posada da un pase de pecho a su primer novillo.EFE
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Sobre la firma

Archivado En