Crítica:LA LIDIA | Feria de Fallas

Un César en estado de gracia

Expresivo y resolutivo. Populista y clásico a la vez. Inteligente y fácil. Y, a veces, incluso redicho. César Jiménez aportó todo eso y bastante más. Dos toros diferentes y dos faenas cortadas con el mismo patrón. La misma receta. Pero ambas, escritas según pedía el toro en cuestión.

En la primera fue directo al grano. Sin perder el tiempo. Abierto y plantado en el centro del ruedo, sucesión de redondos. El buen toro de Las Ramblas, que no acusó un tremendo puyazo y su largo celo bajo el peto, estaba en las manos propicias. Una comunión incondicional entre toro y torero. Labor vistosa y...

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Expresivo y resolutivo. Populista y clásico a la vez. Inteligente y fácil. Y, a veces, incluso redicho. César Jiménez aportó todo eso y bastante más. Dos toros diferentes y dos faenas cortadas con el mismo patrón. La misma receta. Pero ambas, escritas según pedía el toro en cuestión.

En la primera fue directo al grano. Sin perder el tiempo. Abierto y plantado en el centro del ruedo, sucesión de redondos. El buen toro de Las Ramblas, que no acusó un tremendo puyazo y su largo celo bajo el peto, estaba en las manos propicias. Una comunión incondicional entre toro y torero. Labor vistosa y expresiva. A medio camino entre lo clásico y lo popular. De tremenda inteligencia.

Jiménez, siempre en estado de gracia, se sintió cómplice del quinto. Toro de poca fuerza y menor condición que el anterior. Suelto y resuelto con ese toro, Jiménez utilizó los argumentos suficientes para que el discurso no fuera interrumpido apenas. Sólo al principio de la faena claudicó el toro, nada más salir de los dos estatuarios con los que Jiménez empezó. Con un dominio absoluto de la escena, encimista y muy efectivo al final, sedujo a un animal ya muy parado por entonces. Una impresión final: este torero parece entender cualquier tipo de toro.

Ramblas / Rivera, Jiménez, Tejela

Toros de Las Ramblas, devuelto por inválido el 3º, fue sustituido por otro del mismo hierro. Justos de presentación y muy manejables. Rivera Ordóñez: dos pinchazos y media (pitos); pinchazo y bajonazo alevoso (pitos). César Jiménez: entera desprendida (dos orejas); pinchazo -aviso-, media y descabello (saludos). Matías Tejela: estocada hábil (silencio); entera desprendida (oreja). Plaza de Valencia, 18 de marzo. 7ª de feria. Lleno.

De un discreto comportamiento en el primer tercio de toda la corrida, el último toro fue bravo de veras en ese trance. Hambre de caballo. Muy empleado, celoso y receloso, empujó hasta derribar. Repitió la operación en el segundo puyazo, pero avisado el piquero de las intenciones del astado, no se dejó sorprender. Bravo toro. No perdió fogosidad el de Las Ramblas en la muleta. Tenía 20 muletazos a pleno rendimiento. Se los dio Matías Tejela, pero con ciertas prisas. Tras un pase cambiado por la espalda, con arrancada emocionante del toro, lo que siguió fue un rebujo de muletazos. Amontonados. Algo confusos. Con la virtud de resolver Tejela sin apuros, pero con la impresión de ser desbancado en cualquier momento. No sucedió así. Para cuando Tejela empezaba a verse comprometido, el toro dijo basta. Se acabó la gasolina y Tejela mantuvo el tendido encendido con un definitivo tono festivo final.

Atosigado

Devuelto el tercero de la corrida, saltó en ese lugar el sobrero. Del mismo hierro y con 630 kilos sobre los lomos. Muy ahogado el toro desde el principio, defendió su parcela sin apenas moverse. Tejela, obcecado en el toreo de cercanías, se vio atosigado. Toro y torero se disputaron el mismo terreno. La faena fue un ovillo. Pero bastante desordenado.

A lo largo de la tarde se conocieron pocas noticias de Rivera Ordóñez. Y las que hubo no fueron buenas. En el toro que abrió plaza se perdió en probaturas inútiles. A muletazo aplicado, pérdida inmediata de dos o tres pasos. Así una y otra vez. Con la muleta en la izquierda siempre se ayudó de la espada, sin que el graderío entendiera muy bien la razón. Nunca en verdad se entendió tanta precaución en tan absurda faena. El macheteo final acabó por enfurecer al personal.

El cuarto fue el manso de la corrida. Tomó su dosis en varas siempre del picador de la puerta, con caos de lidia incluido. Sin disimular condición tan cobarde, el toro ni tuvo problemas ni dejó de tenerlos. Rivera se vio comprometido, también sorprendido, por la ayuda que le llegaba desinteresadamente desde el tendido. Ni con ésas. Sin confianza. Sin ganas, que es lo peor. Y siempre ventajista, se despidió con un bajonazo alevoso.

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