Crítica:TEATRO

En el zoco

El matrimonio de El Brujo y Dario Fo funciona bien. Se prestan palabras, gestos. No estoy seguro de que haya un porcentaje de texto mucho mayor del original de Dario Fo -con la imprescindible traducción de Carla Matteini- en este espectáculo. En realidad, el comediante, el juglar, se adapta a él como si fuera suyo, y suyas son las alusiones a los temas del día, a sí mismo, sus viajes. Sus improvisaciones, su prólogo, su intermedio, sus intervenciones personales. Tiene una técnica que sigue siendo extraordinaria: domina la voz, las imitaciones de seres, de animales y hasta de cosas, y el gesto ...

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El matrimonio de El Brujo y Dario Fo funciona bien. Se prestan palabras, gestos. No estoy seguro de que haya un porcentaje de texto mucho mayor del original de Dario Fo -con la imprescindible traducción de Carla Matteini- en este espectáculo. En realidad, el comediante, el juglar, se adapta a él como si fuera suyo, y suyas son las alusiones a los temas del día, a sí mismo, sus viajes. Sus improvisaciones, su prólogo, su intermedio, sus intervenciones personales. Tiene una técnica que sigue siendo extraordinaria: domina la voz, las imitaciones de seres, de animales y hasta de cosas, y el gesto es una ilustración continua.

Este Juglar de Dios es un monólogo de referencia: lo ha hecho en España su autor y también El Brujo. Es, a mi juicio, respetuoso para con la religión, a la que canta en uno de sus aspectos, el del "mínimo y dulce" Francisco de Asís: su encuentro con el lobo de Gubbia -o Gubia-, y ningún lobo ha hablado y se ha expresado mejor que éste. O con Inocencio III y el cardenal Colonna, que resulta ser Fernando Fernán-Gómez imitado -como en otro personaje imita a Paco Rabal-.

San Francisco, juglar de Dios

De Dario Fo, versión y traducción de Carla Matteini. Escenografía: Dario Fo. Interpretación y dirección: Rafael Álvarez, El Brujo. Teatro Infanta Isabel. Madrid.

Entusiasmo

De todas formas, mi juicio con respecto a la religión no tiene valor ninguno; pero no vi mesarse los cabellos a ningún espectador de los que tengo por segura su fe. En cambio, vi reírse a todos juntamente, y aplaudir con entusiasmo.

Pasa, creo, lo mismo con otros monólogos que hace en esta breve temporada del teatro Infanta Isabel, y que va contando por España como si fuera un gran zoco para su calidad de cuentista. Y hasta de encantador.

Participamos así todos en el homenaje que supone la celebración de sus veinticinco años en escena: celebremos también nuestros veinticinco años de espectadores suyos.

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