Crítica:TEATRO | 'Macbeth' | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Mal y pronto

Hay un dicho inglés: "Nunca se puede interpretar mal a Shakespeare". Supone que la fuerza de la acción y la emoción de textos prodigiosos superan cualquier error de adaptación, de interpretación o decorado. Me gustaría haber tenido al lado, durante esta representación que dirige María Ruiz y de la que son protagonistas Eusebio Poncela y Clara Sanchis -a los otros más vale no recordarlos: no pensar más en ellos hasta que hagan otra cosa-, a un observador para que me dijera si era posible rectificar ese dicho. Quizá ese imaginario adicto me dijera que, aun así, quedaba bien. Yo creo que no, y el...

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Hay un dicho inglés: "Nunca se puede interpretar mal a Shakespeare". Supone que la fuerza de la acción y la emoción de textos prodigiosos superan cualquier error de adaptación, de interpretación o decorado. Me gustaría haber tenido al lado, durante esta representación que dirige María Ruiz y de la que son protagonistas Eusebio Poncela y Clara Sanchis -a los otros más vale no recordarlos: no pensar más en ellos hasta que hagan otra cosa-, a un observador para que me dijera si era posible rectificar ese dicho. Quizá ese imaginario adicto me dijera que, aun así, quedaba bien. Yo creo que no, y el afecto que tengo por María Ruiz y por Eusebio Poncela me hacen dudar de que esta acuchillada versión, esta gritada, enfurecida manera de contar Macbeth, estas destempladas proyecciones, esa velocidad en la que sólo haber visto y leído tantas veces la obra permite sospechar de qué va la cosa, podrían considerarse una manera de interpretar mal, hasta notablemente mal, a Shakespeare. Pronto y mal; y digo pronto porque en una hora y cuarenta minutos estaba liquidada la tragedia. Sé que a algunos les pareció larga y huyeron: deberían no hacerlo, y me permitiría recomendar a los que vayan, si es que van, que no cometan esa maldad de bajar las gradas de madera tan sonora con sus tacones duros mientras están representado quienes, mal y todo, trabajan con pasión y entrega y sufrimiento. Y que no se vayan antes de que terminen los saludos, aunque les parezcan inmerecidos. Hay normas de cortesía.

No he citado a Clara Sanchis porque se salva: su apariencia, su voz, su gesto; a veces corresponde a Lady Macbeth y a su insomnio de las manos manchadas de sangre, que tuvo hasta conatos de aplauso, y que recibió más aplausos al final, y algún grito de "¡Bravo!". Pero esto no lo quiero decir en desdoro de Eusebio Poncela: el gran actor, tantas veces admirado y aplaudido, no quedó bien porque estaba mal dirigido, y estaba dirigido hacia el melodrama. Dada esta pasión por la forma de representar, habrían podido elegir El puñal del godo o El divino impaciente, sin lesionar verdadera literatura dramática, en este caso genial. Él y Clara Sanchis tienen que interpretar generalmente agachaditos, encorvados, según una idea de que los personajes torvos, malsines, cizañeros, son como ganchos. Son muchas más cosas. Son unos arquetipos de la tiranía que conocemos muy bien, aunque favorecidos en esta ocasión por el autor: es decir, tienen una idea infiltrada del destino, se creen obligados por la profecía a cumplir unas acciones perversas pero dominantes y gloriosas; su condición humana se revela contra esa maldad absoluta, les atormenta con suelos frustrados, con visiones implacables; huyen, despavoridos, hacia delante, aumentando sus crímenes para tapar los anteriores y, por tanto, acrecentando su dolor, su asco de sí mismos. De tal manera que hasta los otros bestias medievales que les acompañan se dan cuenta de su desmedida y de su locura.

Sí, se puede hacer mal a Shakespeare. Todavía espero verlo peor: la vida no se acaba aquí. Pero ésta es una manera muy mejorable de hacerlo mal.

Eusebio Poncela (a la derecha), en una escena de Macbeth.

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