Entrevista:LANG LANG | Pianista

"En China, el mundo del piano es como el fútbol"

La culpa fue de Tom y Jerry. "Una vez vi unos dibujos en los que el gato y el ratón tocaban el piano de forma acelerada y me entusiasmé", dice Lang Lang (Shenyang, China, 1982). Tenía dos años. Su padre le había comprado un instrumento seis meses antes y aquel anzuelo dio sus frutos: ahora compite con Daniel Barenboim por los conciertos que interpretan de Bela Bartók, triunfa en el Carnegie Hall de Nueva York con las figuras, ha fichado por la compañía Deutsche Grammophon para que administre su futuro discográfico y fue presentado ayer en Madrid en un recital que resultó aclamado y en el que d...

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La culpa fue de Tom y Jerry. "Una vez vi unos dibujos en los que el gato y el ratón tocaban el piano de forma acelerada y me entusiasmé", dice Lang Lang (Shenyang, China, 1982). Tenía dos años. Su padre le había comprado un instrumento seis meses antes y aquel anzuelo dio sus frutos: ahora compite con Daniel Barenboim por los conciertos que interpretan de Bela Bartók, triunfa en el Carnegie Hall de Nueva York con las figuras, ha fichado por la compañía Deutsche Grammophon para que administre su futuro discográfico y fue presentado ayer en Madrid en un recital que resultó aclamado y en el que desarrolló su virtuosismo de montaña rusa este joven superdotado que tiene las dotes y el sentido musical para convertirse en uno de los grandes.

Cuando va por la calle se fija en los jamones: "Mira, jamón español. El mejor del mundo, eh", dice. Sale de su hotel con porras en el estómago: "Son iguales que lo que tomamos en China también de desayuno", comenta. Ha disfrutado en los toros: "De niño los veía por la tele. Una vez vi una cogida. Ayer, el hombre mató al toro... mejor", sentencia. "El piano tiene mucho que ver con las corridas, creo". Por eso quizá se empapa del ambiente hispánico. Así comprenderá mejor las Goyescas, de Granados: "Tiene un ritmo muy difícil, pero la melodía es bella", asegura. Lo mismo cree de la Iberia, de Albéniz, que también le interesa.

Es un pianista inquieto, con sus pelos negros de punta y su hiperactividad de coche de carreras. Está acostumbrado a ganar y tiene toda una teoría sobre la suerte. "Cuando llega tienes que estar preparado, eso es todo. Cuando tenía 15 años, mis maestros me decían que para tocar en el Carnegie Hall debía esperar 10 años. A los 20 debuté en un ciclo con Pollini, Zimerman y Martha Argerich. Me dije: 'Tienes que hacerlo bien para que te vuelvan a invitar". Y así fue, al año siguiente repitió. "La suerte en este caso fue que no tuve que esperar 10 años, sólo cinco". Moraleja: estaba preparado para cuando surgió la oportunidad.

Como para no estarlo. Aprendió a leer música antes que las letras. "A los dos y medio ya sabía. Y podía tocar cosas de oído", recuerda. A los cinco dio un recital y a partir de entonces no paró de presentarse a concursos. "Entre los 5 y los 13 me debí presentar a 30 o 40", dice, carcajeándose.

¡Y los ganó todos menos uno!

Pero frenó. "A los 13 dije: basta". Recorrió China. Ciudades grandes y pequeñas. "En China el piano es como el fútbol. Es algo nuevo. Los padres compran pianos cuando naces, mola. Está de moda", afirma. Es una fiebre, más bien. "¿Sabes cuántos niños pequeños estudian piano en China? Di un número: ¡Ocho millones! Y de esos, medio millón siguen en serio. En cada concurso hay avalanchas de estudiantes que tiene que controlar la policía".

Ahora se explica por qué en los concursos occidentales predominan los ojos rasgados. Y el público allí lo pasa pipa. "Es todo un mundo nuevo para los chinos. En las ciudades pequeñas llevan comida y bebida a los recitales. Y a la primera nota aplauden. Ahora van aprendiendo: aplauden al final de cada movimiento", comenta con un jolgorio y un cachondeo que contagia lang Lang, que no en vano significa Hombre Sonriente.

Tiene sus ídolos: "Horowitz y Rubinstein", dice convencido. La noche y el día, dos genios completamente distintos: "Si fueran parecidos elegiría sólo a uno, pero escojo a los dos por eso, porque son completamente diferentes". Es vivo, audaz, fresco en las respuestas. Como con la mano izquierda, que domina tan bien como la derecha para el piano y para el ping-pong, su otra afición irrenunciable, junto al cine, a los videojuegos y la literatura, con Shakespeare y Victor Hugo como autores de cabecera.

"Me gusta jugar al ping-pong con la izquierda", asegura. Es cosa de Bach. "Desde niño toco a Bach y por eso he desarrollado bien la mano izquierda. En China no es normal. Muchos jóvenes no pueden interpretar a Beethoven y a Chopin porque no se han preparado así. Yo no tengo ese problema".

Ahora ensaya a Bartók. Un rato al día, nada agobiante: "Sólo dos horas, antes estudiaba siete, pero ya estoy mayor". Va sobrado, a veces, aunque Bartók le pone en su sitio: "Lo voy a hacer con Barenboim en Berlín y Chicago. Yo, el tercer concierto. ¡Dios mío! Es una locura. Quería hacer el segundo pero Barenboim me dijo: 'No, el segundo lo hago yo, tú prepara el tercero que eres más joven y puedes tocar más rápido". Los galones están para algo.

El pianista chino Lang Lang, ayer en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ
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