Crítica:LA LIDIA | FERIA DE SAN ISIDRO

El más feo de la feria

El segundo toro de Enrique Ponce era, sin lugar a dudas, el más feo de la feria: sin cuello, sin cara, con el pelo de invierno, regordío, más parecido a un búfalo que a uno de su raza. Un adefesio en toda regla en comparación con la belleza habitual del toro de lidia.

Y le tocó a Ponce, una de las llamadas figuras de la actualidad. Increíble, pero cierto. ¿Quién elegiría ese toro? ¿El ganadero? Seguro que no. ¿Serían los veedores? ¿Pero qué es lo que ven los veedores? ¿Cómo puede venir Ponce a Madrid con un toro de tan feas hechuras y, consecuentemente, de tan mala clase? Da la i...

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El segundo toro de Enrique Ponce era, sin lugar a dudas, el más feo de la feria: sin cuello, sin cara, con el pelo de invierno, regordío, más parecido a un búfalo que a uno de su raza. Un adefesio en toda regla en comparación con la belleza habitual del toro de lidia.

Y le tocó a Ponce, una de las llamadas figuras de la actualidad. Increíble, pero cierto. ¿Quién elegiría ese toro? ¿El ganadero? Seguro que no. ¿Serían los veedores? ¿Pero qué es lo que ven los veedores? ¿Cómo puede venir Ponce a Madrid con un toro de tan feas hechuras y, consecuentemente, de tan mala clase? Da la impresión de que esta fiesta está rodeada de iletrados.

Después, resultó que Ponce hizo atractivo al feo. Lo que son las cosas... En un ambiente hostil, entre las airadas protestas de una parte de la plaza, Ponce abrió el libro de su oficio y realizó una faena de menos a más con momentos de toreo perfilero y vulgar y secuencias de toreo grande y profundo. El toro no tenía calidad alguna, y Ponce lo enseñó a embestir en una perfecta demostración de conocimiento. Dos redondos y un cambio de manos resultaron extraordinarios. No siempre se colocó en el sitio de verdad y los pases fueron muy desiguales. Pero el torero hizo al toro y emocionó con un trincherazo de cartel y unos ayudados por bajo largos y de enorme calidad. La faena fue larga -llegó a sonar el primer aviso antes de entrar a matar-, pero no estuvo exenta de emoción. Primero, por las protestas de quienes criticaron con acidez toda la labor del torero; segundo, por la entrega de Ponce, que pudo finalmente demostrar que la experiencia es un grado y, en su caso, un grado de muchos quilates. Le faltó, quizá, dar un paso más, dominar más, embraguetarse más, para decir a todos que es figura del toreo.

Valdefresno / Ponce, Castella, Tejela

Cinco toros de Valdefresno, muy mal presentados, muy blandos, mansos y descastados; el 5º, de Hermanos Fraile, manso. Enrique Ponce: pinchazo hondo -aviso- (ovación); -primer aviso-, tres pinchazos -segundo aviso-, casi entera (gran ovación con protestas). Sebastian Castella, que confirmó la alternativa: bajonazo (palmas); siete pinchazos y un descabello (silencio). Matías Tejela: pinchazo, media baja y un descabello (silencio); casi entera tendida (silencio). Plaza de Las Ventas, 28 de mayo. 15ª corrida de feria. Lleno.

Menos clase tenía su primero; manso, inválido y acobardado, embestía con la cara alta y sin emplearse nunca. Muy responsabilizado, Ponce sudó la camiseta y sacó pases de donde no había. Sufrió una impresionante colada por el lado izquierdo y no se amilanó. Se justificó con un cambio de manos muy vistoso y unos circulares aprovechando el viaje del toro.

Queda, sin embargo, la duda: ¿qué hacía un toro tan feo en la Feria de San Isidro? La verdad es que sus hermanos de camada tampoco hubieran ganado un concurso.

Con otra fealdad confirmó su alternativa Sebastian Castella y, ciertamente, no tuvo el viento a su favor. Inválido total, fue muy protestado, pero el presidente, ajeno a la defensa de los intereses de los espectadores, que es una de sus atribuciones principales, decidió dejarlo en el ruedo. El chaval lo recibió en la muleta con tres pases cambiados por la espalda y siguió con la tauromaquia moderna de los pegapases de hoy. Se enmendó en una tanda de redondos, pero los andares cansinos del toro impidieron más lucimiento. Su segundo llegó parado, mustio y muerto al tercio final, y allí estaba el torero, cerca de los pitones, intentando torear, lo que era del todo imposible. A la hora de matar se alejó más de la cuenta y dio un mitin impropio de sus aspiraciones.

Las suyas se las olvidó Tejela y se movió toda la tarde entre frío, triste y sin ideas. A un joven triunfador hay que exigirle algo más que tirar líneas, hay que criticarle que toree de perfil y hay que sorprenderse ante su abulia. Sin convicción se mostró en su primero, que mereció un torero más decidido; dio muchos pases y toreó poco en el sexto, otro toro con poca clase como los demás.

Enrique Ponce, en su primer toro.MANUEL ESCALERA
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