Crónica:FERIA DE ALGECIRAS | LA LIDIA

La emoción de un toro

Bastó que saliera un toro para poner las cosas en su sitio; nada más salir el primero, serio, hondo, con trapío y pitones, concitó la atención y el respeto del público. Padilla lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas, pasándose los pitones muy cerca. Le hicieron la carioca en la primera vara y en la segunda demostró que, aunque mentiroso, era toro. Mentiroso por su blandura de remos, porque acometía con la cabeza alta tardeando, pero toro porque imponía respeto con su sola presencia, dándole una relevancia especial a cualquier cosa que se le hiciese. Padilla lo hizo: fue extraordinario...

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Bastó que saliera un toro para poner las cosas en su sitio; nada más salir el primero, serio, hondo, con trapío y pitones, concitó la atención y el respeto del público. Padilla lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas, pasándose los pitones muy cerca. Le hicieron la carioca en la primera vara y en la segunda demostró que, aunque mentiroso, era toro. Mentiroso por su blandura de remos, porque acometía con la cabeza alta tardeando, pero toro porque imponía respeto con su sola presencia, dándole una relevancia especial a cualquier cosa que se le hiciese. Padilla lo hizo: fue extraordinario el tercer par, de dentro a fuera, cuadrando en la cara y apoyándose en los palos.

El núcleo de la faena se compuso de cinco pases de rodillas en tablas y dos series con la derecha, jugándosela limpiamente, aguantando una enormidad y poniendo a los tendidos en tensión. No dio resultado la prueba con la izquierda y sobró el último intento con la derecha; mató de una estocada caída y el público supo apreciar la dificultad y el valor de lo auténtico.

Sierra / Padilla, Moreno, Duarte

Toros de Concha y Sierra, con más estampa que brío. Juan José Padilla: oreja, aviso y oreja. José Luis Moreno: ovación y saludos; petición y vuelta. Daniel Duarte: ovación y saludos; aviso, ovación y saludos. Plaza de toros de Las Palomas, 30 de junio, octava de abono, un cuarto de entrada.

Los dos siguientes toros no tuvieron nada que ver: despuntados al uso y con hechuras livianas, inválido el segundo. Moreno se parapetó encorvado tras el pico y Daniel Duarte hizo ostentación de sus naturales dudas y de su poco oficio. Los kilos del cuarto no justificaban su pertenencia a la misma especie que el primero; tuvo cierta nobleza que puso de relieve las carencias de Padilla, que en el primero habían pasado inadvertidas ante el riesgo de una lucha cierta. El quinto era serio por todos los lados menos por las puntas de los pitones. Fue un ratero, que planteó peligro evidente sin grandeza, pues no es lo mismo el navajeo que la esgrima. Moreno lo intentó muchas veces y lo consiguió pocas.

Duarte apuntó algunos muletazos de buen trazo si bien faltó el sentido de la unidad para que hubiera faena.

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